20 de noviembre de 2009

La Parusía y el triunfo de Dios.


El domingo próximo se celebra la solemnidad de Cristo Rey del Universo concluyendo el año litúrgico. Los textos bíblicos, por lo tanto, ya se orientan a una verdad de fe muy importante para el creyente como es la Parusía o segunda venida de Jesucristo, e incluso en los primeros domingos de Adviento se reflexiona sobre esta realidad futura a la que nos acercamos.
¿Y qué se quiere transmitir con todo esto? los textos bíblicos nos muestran una realidad que todos percibimos desde el comienzo de la humanidad en forma de lucha constante -consecuencia del pecado de los orígenes, cuando el ser humano se rebeló contra Dios-.
Toda esta lucha es un misterio oculto a los ojos sin fe, que sólo al fin de los tiempos será descubierto.
Los textos bíblicos de hoy la definen con toda claridad, y por un lado, hablan de los justos que son acompañados por el arcángel Miguel, - primera lectura-, y por los ángeles, en el texto evangélico.
Y por el otro lado las fuerzas ocultas del mal al servicio del maligno que pugnan contra aquellos que buscan servir a Dios Ntro. Señor.
Sabemos por la fe que Cristo ha triunfado con su muerte y resurrección sobre las fuerzas del maligno, por eso no es de extrañar que nos preguntemos por qué tenemos que soportar la vivencia y el acoso permanente del mal, del maligno y de sus seguidores.
La Sagrada Escritura responde contemplando la misericordia de Dios que espera siempre la conversión humana, ya que nos ha creado para ser partícipes de su misma vida, de manera que sería contradictorio consigo mismo si no hiciera todo lo posible para redimir al hombre, para consumar de hecho la salvación conseguida por su muerte y resurrección.
En diversos pasajes de la Sagrada Escritura se proclama la paciencia de Dios a través del tiempo.
Y así, la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13, 24-30) recuerda que recién al fin del mundo, se hará la separación entre ambos. Mientras tanto conviven, y el trigo –que evoca a los buenos- tendrá que soportar la presencia de la cizaña –caracterización de los que obran el mal-.
Pero al final, “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de Padre” (Mt. 13, 41-44).
En Mateo 25,31-46 se describe cómo será el juicio final de cada persona, cuando Jesús venga en su gloria –esto es en la Parusía-. Versará sobre las obras de caridad para con el prójimo en cuanto prolongan el amor a Jesucristo. Los que hayan obrado el bien serán colocados a la derecha de la salvación, y los que el mal, a la izquierda de la condenación.
Se concretará así la separación definitiva, pública e irrevocable entre buenos y malos, división que de hecho ya existía en esta vida temporal.
Por lo tanto la Palabra de Dios anticipa lo que vivimos cada día, la saña de los malvados oponiéndose y avasallando a los que obran el bien.
Pero anuncia también la victoria definitiva de Cristo Nuestro Señor, ya prefigurada en acontecimientos históricos concretos.
El profeta Daniel (12, 1-3), describe hoy la persecución furiosa que tuvieron que soportar los seguidores del Dios de la Alianza bajo el poder del rey pagano Antíoco IV, quien quiso imponer al pueblo de Israel una religión nueva, costumbres diferentes, con la finalidad de someterlo, ya que sabía que la decadencia religiosa produce el ocaso en todos los ámbitos de la vida humana, con todo tipo de extravío.
El profeta Daniel insiste en que el mal no triunfa ya que en medio del dolor surge un grito de esperanza: Dios está con los que le son fieles.
De hecho la misma historia confirma este aserto y lo certifica la Sagrada Escritura con la derrota de Antíoco IV: “Cayó en cama enfermo de tristeza, porque las cosas no le habían salido como él deseaba….sintió que se iba a morir…hizo venir a todos sus amigos y les dijo: ahora caigo en la cuenta de los males que causé en Jerusalén….reconozco que por eso me suceden todos estos males y muero de pesadumbre… (1 Mac.6, 8b.9b.10.12.13).
El mismo Dios lo iluminó para que cayera en la cuenta que contra Él, nadie puede actuar como el que lo puede todo.
El gran pecado del hombre es pretender que por la posesión del poder se está por encima de Dios y de los hermanos.
También el profeta Daniel -sin saberlo- está anunciando los tiempos escatológicos, o sea lo que acontecerá en las postrimerías, y describe aquí la terminación de todo el orden temporal, y cómo desde el polvo vendrán a la vida los que han muerto, unos para resplandecer en la gloria y otros para sufrir la ignominia total.
Y hace otra afirmación muy curiosa “aquellos que hayan enseñado la justicia, brillarán como las estrellas del cielo”. Se trata de los preferidos de Dios porque además de obrar el bien, lo han enseñado.
Sus obras se han transformado en enseñanza para otros, y aquí el profeta al anunciar la segunda venida de Cristo –sin saberlo ya que se mueve en el plano “de su presente” pero mirando hacia el futuro-, va mostrando el camino de la esperanza para todo aquél que ha elegido a Dios.
En el texto del evangelio (Mc.13, 24-32) aparece este doble juego entre el momento presente en el que suceden los acontecimientos, junto con el anuncio del futuro. Jesús está pensando en la caída de Jerusalén, por eso dirá “no pasará esta generación sin que esto se cumpla”, pero está pensando en su segunda venida por eso expresará “que nadie sabe ni el día ni la hora en que esto acaecerá, sólo lo conoce el Padre”.
Aparecen enseñanzas parecidas a las del profeta Daniel, los ángeles que reunirán de entre los cuatro puntos cardinales a los elegidos, aquellos que han obrado el bien sumándose a la obra evangelizadora de la Iglesia.
De modo que los textos bíblicos van apuntando a esta realidad, la del triunfo definitivo de Cristo Nuestro Señor.
Por eso la carta a los hebreos (10, 11-14.18) nos indica que después de la muerte y su resurrección, Cristo está sentado a la derecha del Padre contemplando el cumplimiento de la voluntad de Dios, “hasta que los enemigos sean puestos debajo de sus pies”.
Estas afirmaciones describen el rechazo que habrá y de hecho hay, a todo lo que proviene de Dios.
Si bien Él ejerce misericordia y espera, sabe que el ser humano no siempre utiliza su libertad para la conversión, sino que hay quienes endurecidos en su pecado siguen haciendo el mal, oponiéndose a Dios y a sus hermanos.
Escuchamos a veces en la sociedad, “yo ya estoy jugado”. ¿Quién está jugado? Aquél que piensa que su vida está dentro de las obras del mal y que no tiene salida alguna, como si el fatalismo lo impulsara a seguir por ese camino, cuando por el contrario el Señor siempre está llamando a una transformación interior que permita al creyente vivir con Dios.
Pero también es congruente con esta esperanza que nos dejan los textos bíblicos, el aplicarla a nuestra vida concreta.
Hoy, en nuestra Patria, pareciera que estamos alejados de la mano de Dios ante un futuro cada vez más calamitoso, donde el triunfo del mal y de sus seguidores surge constante, todos los días y donde el bien no tiene posibilidades no sólo de triunfar sino también de manifestarse.
Ante esta realidad en la que el cristiano, azorado, se pregunta ¿qué hago?, ¿qué puedo hacer ante lo que parece irreversible?, la palabra de Dios viene a nosotros y Jesús nos dice “yo estoy con ustedes”.
El cristiano alimentado por la esperanza que apunta a una meta no realizada todavía, pero cierta, ha de saber que en la medida en que hagamos el bien, será posible la victoria del mismo y el que se vislumbre un mundo nuevo, un país nuevo, una sociedad diferente.
Conocemos que el mismo pueblo de Israel era probado para su purificación, sin embargo, la conversión no era en masa, sino en el pequeño grupo llamado el “resto” de Israel. Y gracias a la fidelidad de ese “resto”, Dios actuaba benévolamente a favor de todos haciendo “salir el sol sobre buenos y malos”, y “llover sobre justos y pecadores” como anuncia el evangelio.
Y esto muestra la presencia de Dios en el mundo y en la sociedad toda, reclamando de nosotros el responder a su gracia, sabiendo que siempre triunfa, ya por su misericordia cuando acoge a los buenos, ya en el ejercicio de su justicia cuando aparta a los que obran el mal.
”El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” nos asegura no sólo el cumplimiento –que ya vemos- de esta lucha del mal contra el bien, sino el triunfo definitivo de la verdad de Dios sobre el reino de la mentira.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo 33 del tiempo ordinario ciclo “B”. 15 de Noviembre de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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