Vivimos insertos en un mundo que en la actualidad ha perdido su rumbo verdadero, el que le viene por su realidad creatural, esto es, el orientarse hacia el Padre de todos que nos llama a participar de su misma vida. La humanidad entera sigue gimiendo con los dolores de parto que darán lugar a un Cielo nuevo, y a una Tierra nueva, no sabemos cuándo.
Nuestra patria, lugar de exilio para los creyentes que caminamos hacia la verdadera Patria que no se deshace, se dirige según la experiencia de cada día a su disolución final, de la que nos liberaremos no por nuestro obrar, sino por la infinita misericordia de Dios que suscitará cuando Él quiera un brote nuevo que nos haga renacer de las miserias más profundas.
Hasta que esto ocurra –como sucediera con el pueblo elegido-, la corrupción más profunda, y su enseñoramiento cada vez más procaz lo invaden todo. La violencia impune sigue desatándose con prisa y sin pausa. Quienes debieran trabajar por el bien común sólo atinan a cebarse en las miserias y migajas de los marginados de la sociedad. La prepotencia de unos pocos que detentan el poder más absoluto, no da señales de concluir. Dejamos tras cada uno de nosotros una tierra arrasada para las generaciones futuras.
El común de la gente ha perdido ya la esperanza por un futuro mejor, no sólo temporal sino también eterno. Sólo interesa vivir el momento ya sea porque no sabemos qué pasará mañana, ya sea porque la cultura del disfrute a toda costa ha ido poseyendo las mentes y corazones de cada vez más voluntades.
En medio de tantos intentos por destruir la verdad y sumir a todos en el reinado de la mentira y la ficción, la Iglesia aparece una vez más entre y ante nosotros como un faro cuya luz nos permite descubrir el verdadero sentido de la vida.
En efecto, al proclamar ante el mundo cuál es nuestro origen -nacidos de Dios- , nos muestra el camino que conduce a la meta que esperamos alcanzar y desde la cual llama a toda persona de buena voluntad a salir de un pesimismo cada vez más lacerante para otear un futuro de gloria.
La festividad de hoy –Todos los Santos- nos permitir ingresar en un remanso de paz y gozo inconmensurables.
Mientras el presente se obstina en que permanezcamos en la mediocridad de la gloria mundana, la liturgia de este día nos afirma que en la evocación de los santos empalidece la gloria de este mundo –sic transit gloria mundi- porque pasan los oropeles del tiempo y sólo queda la permanencia del encuentro definitivo con Dios.
En el espíritu del sermón de la montaña (Mateo 5,1-12) comprobamos la crudeza de esta verdad, ya que disiente con la superficialidad contemporánea que vivimos en nuestra sociedad.
El “¡Felices los que tienen alma de pobres!” (Mt.5, 3) porque al no dejarse esclavizar por la avaricia poseerán el Reino de los Cielos, contrasta con lo que proclama el espíritu mundano con el “felices los que han puesto su confianza en las riquezas como salvoconducto de sus vidas efímeras”, sin recordar la advertencia de “¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! “(Lc.6, 24).
Felices los que sufren con paciencia toda desventura enfrenta a los que se gozan seguros de sus proyectos y planes mundanos.
“¡Felices los que lloran porque serán consolados!” (Mt.5, 5), contraría a los que se sienten radiantes cebándose en los despojos de sus hermanos, olvidando el tremendo aviso evangélico que recuerda “¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!“(Lc. 6, 25).
“¡Felices los que tiene hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados!” (Mt. 5, 6), corresponde al deseo y al clamor de tantos ante una justicia largamente esperada que se sienten agobiados por la burla a sus derechos conculcados por la soberbia de los que olvidan la admonición de la escritura: “¡Ay de ustedes los que ahora están satisfechos” gozándose en la impunidad de la injusticia, “porque tendrán hambre!” (Lc. 6, 25).
“¡Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia!” (Mt.5, 7), nos enseña Jesús, mientras los hombres alejan cada vez más su corazón de las miserias de unos y otros.
Mientras los que tienen el corazón puro ven cada vez más a Dios y desde Él a sus prójimos, el mundo se regodea en todo tipo de impurezas y el interior del hombre se llena de malas intenciones y deseos que quitan el equilibrio de cada uno.
Los que trabajan por la paz son llamados hijos de Dios, mientras el mundo se presenta cada vez más despiadado por la violencia, las guerras y todo tipo de división que va destruyendo aún la posibilidad de vivir en armonía.
Los que trabajan por la justicia son cada vez más escasos en una sociedad que se construye sobre las injusticias más profundas que claman con fuerza ante el Creador buscando explicación ante tanta maldad.
Sin embargo, la enseñanza evangélica sigue invitando a responder de una manera nueva, sin temer nunca por las contrariedades de la vida, ya que “¡Felices los que son perseguidos por la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos!” (Mateo 5, 10). En realidad, aunque parezca que vence la injusticia más grosera, los hombres de buena voluntad confiamos en que la justicia de Dios brillará en su esplendor.
Jesús no profetiza un camino de rosas a quienes lo sigamos en este mundo, ya que como Él seremos insultados, perseguidos y calumniados de toda forma por su causa, aunque nos asegura que la recompensa final será grande, acorde con los elegidos (cf. Mt. 5, 11 y 12).
Este anuncio del Señor de cara a la vida de la Iglesia de todos los tiempos se cumple también en la actualidad, tal como Él lo había anticipado.
Ante tanta persecución y burla recibida por ser creyentes o por querer vivir como el Maestro, no hemos de desanimarnos, como quien no tiene razón o peso en medio de la sociedad, por el contrario, la actitud evangélica que se corresponde es la de la alegría por ser considerados dignos de dar testimonio de nuestra fe y vida diferente.
Más aún, hemos de darnos cuenta que cuanto más se desprecie la fe y vida católicas, más se reconoce su verdad y grandeza, de allí la repulsa expresada en los que odian la fe. Impotentes para contradecir la verdad evangélica con argumentos firmes, se esconden en la fuerza del poder que muchas veces detentan para intentar destruir todo lo santo.
De allí que no pocos legisladores y políticos son los que en todas partes no cesan de intentar callar a la Iglesia, porque su enseñanza –sostenida desde siempre- les es insoportable ya que se impone – a su pesar- con la luminosidad proveniente de Aquél que es la luz del mundo.
En nuestros días se pretende diluir el matrimonio con “nuevas formas”, so pretexto de no discriminar y en base a “supuestos” derechos fantasiosos.
Con esta decisión fruto del voluntarismo y no de la recta razón, no sólo se canoniza la validez fundante de la familia y por ende de la sociedad en la natural unión del varón y de la mujer –y por eso se quieren equiparar a ella otras uniones- sino que se reconoce también por ello la perdurabilidad efímera de estos estilos de vida por la imposibilidad de reconciliarlos con la naturaleza de las cosas.
Mientras perversas motivaciones ideológicas y dinerarias continúan quemando incienso en el altar de Moloc con la destrucción de personas que no ven la luz del tiempo por el crimen del aborto, la gloria del cielo seguirá creciendo con la presencia de “los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero” (Apoc.7, 14).
Aclamar a los santos hoy, es celebrar ya en el tiempo la culminación feliz de nuestra esperanza, tenerlos a ellos no sólo como intercesores ante el Padre, sino como modelos que nos alientan a seguir en este mundo como trigo en medio de la cizaña, dando testimonio de nuestra esperanza con la vivencia de una fe inquebrantable en el Señor y su Palabra liberadora de todo lo que nos oprime.
El triunfo de los santos es una proclamación constante ante los que obran el mal, que sic transit gloria mundi, así pasa la gloria del mundo, y que sólo permanece como verdad la presencia de “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblos y lenguas” gritando “con voz potente: ¡La Salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” (Ap.7, vers.9 y 10).
Es en la Vida Eterna que se dará cumplimiento aquello que los fieles de todos los tiempos hemos creído, esperado y amado: “La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén” (Apoc. 7, 12).-
Nuestra patria, lugar de exilio para los creyentes que caminamos hacia la verdadera Patria que no se deshace, se dirige según la experiencia de cada día a su disolución final, de la que nos liberaremos no por nuestro obrar, sino por la infinita misericordia de Dios que suscitará cuando Él quiera un brote nuevo que nos haga renacer de las miserias más profundas.
Hasta que esto ocurra –como sucediera con el pueblo elegido-, la corrupción más profunda, y su enseñoramiento cada vez más procaz lo invaden todo. La violencia impune sigue desatándose con prisa y sin pausa. Quienes debieran trabajar por el bien común sólo atinan a cebarse en las miserias y migajas de los marginados de la sociedad. La prepotencia de unos pocos que detentan el poder más absoluto, no da señales de concluir. Dejamos tras cada uno de nosotros una tierra arrasada para las generaciones futuras.
El común de la gente ha perdido ya la esperanza por un futuro mejor, no sólo temporal sino también eterno. Sólo interesa vivir el momento ya sea porque no sabemos qué pasará mañana, ya sea porque la cultura del disfrute a toda costa ha ido poseyendo las mentes y corazones de cada vez más voluntades.
En medio de tantos intentos por destruir la verdad y sumir a todos en el reinado de la mentira y la ficción, la Iglesia aparece una vez más entre y ante nosotros como un faro cuya luz nos permite descubrir el verdadero sentido de la vida.
En efecto, al proclamar ante el mundo cuál es nuestro origen -nacidos de Dios- , nos muestra el camino que conduce a la meta que esperamos alcanzar y desde la cual llama a toda persona de buena voluntad a salir de un pesimismo cada vez más lacerante para otear un futuro de gloria.
La festividad de hoy –Todos los Santos- nos permitir ingresar en un remanso de paz y gozo inconmensurables.
Mientras el presente se obstina en que permanezcamos en la mediocridad de la gloria mundana, la liturgia de este día nos afirma que en la evocación de los santos empalidece la gloria de este mundo –sic transit gloria mundi- porque pasan los oropeles del tiempo y sólo queda la permanencia del encuentro definitivo con Dios.
En el espíritu del sermón de la montaña (Mateo 5,1-12) comprobamos la crudeza de esta verdad, ya que disiente con la superficialidad contemporánea que vivimos en nuestra sociedad.
El “¡Felices los que tienen alma de pobres!” (Mt.5, 3) porque al no dejarse esclavizar por la avaricia poseerán el Reino de los Cielos, contrasta con lo que proclama el espíritu mundano con el “felices los que han puesto su confianza en las riquezas como salvoconducto de sus vidas efímeras”, sin recordar la advertencia de “¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! “(Lc.6, 24).
Felices los que sufren con paciencia toda desventura enfrenta a los que se gozan seguros de sus proyectos y planes mundanos.
“¡Felices los que lloran porque serán consolados!” (Mt.5, 5), contraría a los que se sienten radiantes cebándose en los despojos de sus hermanos, olvidando el tremendo aviso evangélico que recuerda “¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!“(Lc. 6, 25).
“¡Felices los que tiene hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados!” (Mt. 5, 6), corresponde al deseo y al clamor de tantos ante una justicia largamente esperada que se sienten agobiados por la burla a sus derechos conculcados por la soberbia de los que olvidan la admonición de la escritura: “¡Ay de ustedes los que ahora están satisfechos” gozándose en la impunidad de la injusticia, “porque tendrán hambre!” (Lc. 6, 25).
“¡Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia!” (Mt.5, 7), nos enseña Jesús, mientras los hombres alejan cada vez más su corazón de las miserias de unos y otros.
Mientras los que tienen el corazón puro ven cada vez más a Dios y desde Él a sus prójimos, el mundo se regodea en todo tipo de impurezas y el interior del hombre se llena de malas intenciones y deseos que quitan el equilibrio de cada uno.
Los que trabajan por la paz son llamados hijos de Dios, mientras el mundo se presenta cada vez más despiadado por la violencia, las guerras y todo tipo de división que va destruyendo aún la posibilidad de vivir en armonía.
Los que trabajan por la justicia son cada vez más escasos en una sociedad que se construye sobre las injusticias más profundas que claman con fuerza ante el Creador buscando explicación ante tanta maldad.
Sin embargo, la enseñanza evangélica sigue invitando a responder de una manera nueva, sin temer nunca por las contrariedades de la vida, ya que “¡Felices los que son perseguidos por la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos!” (Mateo 5, 10). En realidad, aunque parezca que vence la injusticia más grosera, los hombres de buena voluntad confiamos en que la justicia de Dios brillará en su esplendor.
Jesús no profetiza un camino de rosas a quienes lo sigamos en este mundo, ya que como Él seremos insultados, perseguidos y calumniados de toda forma por su causa, aunque nos asegura que la recompensa final será grande, acorde con los elegidos (cf. Mt. 5, 11 y 12).
Este anuncio del Señor de cara a la vida de la Iglesia de todos los tiempos se cumple también en la actualidad, tal como Él lo había anticipado.
Ante tanta persecución y burla recibida por ser creyentes o por querer vivir como el Maestro, no hemos de desanimarnos, como quien no tiene razón o peso en medio de la sociedad, por el contrario, la actitud evangélica que se corresponde es la de la alegría por ser considerados dignos de dar testimonio de nuestra fe y vida diferente.
Más aún, hemos de darnos cuenta que cuanto más se desprecie la fe y vida católicas, más se reconoce su verdad y grandeza, de allí la repulsa expresada en los que odian la fe. Impotentes para contradecir la verdad evangélica con argumentos firmes, se esconden en la fuerza del poder que muchas veces detentan para intentar destruir todo lo santo.
De allí que no pocos legisladores y políticos son los que en todas partes no cesan de intentar callar a la Iglesia, porque su enseñanza –sostenida desde siempre- les es insoportable ya que se impone – a su pesar- con la luminosidad proveniente de Aquél que es la luz del mundo.
En nuestros días se pretende diluir el matrimonio con “nuevas formas”, so pretexto de no discriminar y en base a “supuestos” derechos fantasiosos.
Con esta decisión fruto del voluntarismo y no de la recta razón, no sólo se canoniza la validez fundante de la familia y por ende de la sociedad en la natural unión del varón y de la mujer –y por eso se quieren equiparar a ella otras uniones- sino que se reconoce también por ello la perdurabilidad efímera de estos estilos de vida por la imposibilidad de reconciliarlos con la naturaleza de las cosas.
Mientras perversas motivaciones ideológicas y dinerarias continúan quemando incienso en el altar de Moloc con la destrucción de personas que no ven la luz del tiempo por el crimen del aborto, la gloria del cielo seguirá creciendo con la presencia de “los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero” (Apoc.7, 14).
Aclamar a los santos hoy, es celebrar ya en el tiempo la culminación feliz de nuestra esperanza, tenerlos a ellos no sólo como intercesores ante el Padre, sino como modelos que nos alientan a seguir en este mundo como trigo en medio de la cizaña, dando testimonio de nuestra esperanza con la vivencia de una fe inquebrantable en el Señor y su Palabra liberadora de todo lo que nos oprime.
El triunfo de los santos es una proclamación constante ante los que obran el mal, que sic transit gloria mundi, así pasa la gloria del mundo, y que sólo permanece como verdad la presencia de “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblos y lenguas” gritando “con voz potente: ¡La Salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” (Ap.7, vers.9 y 10).
Es en la Vida Eterna que se dará cumplimiento aquello que los fieles de todos los tiempos hemos creído, esperado y amado: “La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén” (Apoc. 7, 12).-
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Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina.- Domingo 01 de Noviembre de 2009. Solemnidad de Todos los Santos. ribamazza@gmail.com;www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-/
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Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina.- Domingo 01 de Noviembre de 2009. Solemnidad de Todos los Santos. ribamazza@gmail.com;www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-/
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