La Palabra de Dios nos permite hoy vivir gozosamente la festividad de Cristo Rey del universo. Concluye así el año litúrgico y nos prepara para reiniciarlo nuevamente el próximo domingo con el Adviento. Los textos bíblicos nos permiten contemplar una verdad fundamental de la fe católica que profesamos, el reinado universal de Cristo. Quizás este título de rey resulte extraño en nuestros días, pero exalta la soberanía absoluta de Dios sobre todo lo creado, a través de su Hijo hecho hombre.
Tiene su fundamento en el momento mismo de la creación, cuando fuimos creados de la nada, y elegidos administradores de todo lo creado. Pero desde ese mismo comienzo, por culpa del pecado, el hombre quiso independizarse de su Creador.
Como respuesta, Dios envía a su Hijo para retomar ese diálogo interrumpido entre Él y el hombre, y Jesús muriendo en la cruz, ha constituido con nosotros, -tal lo afirma el libro del Apocalipsis-, un pueblo sacerdotal, consagrado como lo fuera en los orígenes de la humanidad.
Hablar de Cristo Rey, es afirmar la primacía del Salvador sobre todo lo creado desde su origen –alfa-, hasta su consumación –omega-.
Soberanía de Dios que muchas veces es impugnada por el mismo hombre cuando se separa por el pecado de querer ser más que Él.
El profeta Daniel (7, 13-14) describe la primacía de ese reino cuando en sus visiones ve como a una especie de hijo de hombre que es investido de la gloria y poder estableciendo su reinado sobre todos los pueblos de la tierra, reino que no tendrá fin, anunciando así, la figura del rey Mesías.
La experiencia que tiene él en su época, es que los reinos de este mundo tienen su momento de nacimiento, esplendor y declinación, como ha sucedido en el transcurso del tiempo con todo tipo de reinado sea político, económico, social o ideológico, ya que nada puede prevalecer sobre el reinado o soberanía del Creador.
Recordemos que este profeta escribe en tiempos de Antíoco IV, y realiza una interpretación religiosa de la historia universal dejando un mensaje de esperanza para el Pueblo de Dios perseguido a causa de su fe.
Daniel, por lo tanto, a diferencia de los Macabeos no apela a la resistencia armada contra el extranjero opresor, sino que espera y anuncia una intervención extraordinaria del Señor, que es capaz de salvar a su Pueblo, incluso de la muerte.
El Apocalipsis (1,5-8) vuelve a insistir sobre la supremacía de este reino, pretendiendo San Juan llevar consuelo a los cristianos que padecen la persecución de Diocleciano. Anuncia el triunfo de Dios sobre todos los poderes que se oponen a su designio salvífico, y recuerda las promesas indefectibles hechas a la Iglesia. Cristo es el Señor de la historia, y más allá del tiempo, se realiza plenamente el Reino de Dios.
Es este libro el de la esperanza cristiana, por eso puede decir con confianza “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap.22, 20).
En el evangelio (18,33-37), Jesús explica en qué consiste este Reino. No hay que considerarlo con las categorías mundanas. No es un reino que tenga poder político, económico o social, o que se apoya en ejércitos, en la violencia o en la prepotencia de los poderes de este mundo, -a los que estamos ya acostumbrados-, sino que es un reino que comienza con la presencia de Jesús entre nosotros y está vigente cada vez que el corazón humano se abre a su gracia sanante, y entra de lleno en su intimidad.
Es un reino espiritual que está presente en el mundo pero sin ser del mismo, porque no vive fundado en sus criterios.
Pertenecer a este reino es aceptar que el espíritu del evangelio presente en la persona y enseñanzas de Jesús, va dando sentido a nuestra vida. Pertenecer al reino de Jesús significa que en los grandes momentos de nuestra existencia siempre dejamos en claro nuestra pertenencia al Señor.
Y así, al preguntarnos qué es la vida, qué es el amor, qué es la muerte, qué es la paz, qué es la familia, qué es la sexualidad, buscamos la referencia ineludible en Cristo el Señor y de su reino, el cual nos muestra cuánto nos ama hasta derramar su sangre en la cruz.
Justamente es desde la gloria de la cruz que Jesús guía el corazón de aquellos que invitados a vivir en plenitud la libertad del corazón humano, formamos parte de la nueva vida que viene a instaurar.
Por eso dice Jesús que los que son de la verdad escuchan su voz, porque sólo los que viven en su reino quieren vivir en la verdad.
Quien quiera vivir en la mentira, en los espejismos de este mundo, donde se nos pretende hacer creer que la felicidad pasa por los atajos del facilismo que ofrece la sociedad, no puede escuchar la voz del Señor.
De allí que en la cultura de nuestro tiempo una manera concreta de buscar a Cristo es vivir lo que Él nos enseña a través de Sí y de su palabra.
Actualmente, caídos en el relativismo de la verdad, se piensa que cada uno tiene la suya, y que ésta permite realizar lo que se nos antoja, según la conciencia individual que “crea” una verdad propia, aunque se esté lejos de aquella absoluta proclamada por la enseñanza de Jesús.
El siguiente paso será el relativismo de la moral por el que cada cual piensa que hace lo correcto por el sólo hecho de que así lo ha decidido. Como resultado de esto, el hombre vive confundido, desorientado, sin saber hacia dónde ir.
Al constituirse la persona en eje de su verdad y su bien, se siente cada vez más vacía en su interior, mientras intenta “reformular” el único significado de la familia, la sexualidad, la política, la paz social y todo lo que constituye la única verdad del hombre que proviene del Creador, como forma de adquirir la seguridad que ha perdido.
De allí que resulta gravitante el que nos preguntemos si en verdad queremos ser partícipes de este reino de Cristo, de la verdad que se origina en el Señor, de su vida. Preguntarnos cuáles son los criterios y las acciones con las que nos manejamos habitualmente en la vida cotidiana y si esperamos y buscamos la guía de este rey que nos presenta un reino no para este mundo solamente incorporándonos a su vida, sino para más allá de nuestra muerte, en la eternidad.
Pertenecer a este reino que sin ser del mundo transcurre en él, significa además que seremos perseguidos por todos aquellos poderes que no soportan la presencia del Salvador ya que entrando de lleno en el reino de Jesús, el hombre se libera totalmente de los que pretenden enajenarlo.
Estar en el mundo pero sin pertenecer al mismo, significa que son los criterios del Evangelio los que tienen vigencia en el corazón del hombre. Mientras el mundo hace un culto de la mentira, el que es de Cristo busca sólo la verdad que de Él nace, por eso “los que son de la verdad escuchan su voz”, el mundo de las tinieblas se opondrá siempre a Aquél que es la luz del mismo, y el mundo de la muerte se opondrá al Reino de la vida.
Cristo nuestro Señor nos invita a ir a su encuentro, ojalá le entreguemos nuestro corazón para que Él vaya guiando cada vez más nuestra existencia.
Tiene su fundamento en el momento mismo de la creación, cuando fuimos creados de la nada, y elegidos administradores de todo lo creado. Pero desde ese mismo comienzo, por culpa del pecado, el hombre quiso independizarse de su Creador.
Como respuesta, Dios envía a su Hijo para retomar ese diálogo interrumpido entre Él y el hombre, y Jesús muriendo en la cruz, ha constituido con nosotros, -tal lo afirma el libro del Apocalipsis-, un pueblo sacerdotal, consagrado como lo fuera en los orígenes de la humanidad.
Hablar de Cristo Rey, es afirmar la primacía del Salvador sobre todo lo creado desde su origen –alfa-, hasta su consumación –omega-.
Soberanía de Dios que muchas veces es impugnada por el mismo hombre cuando se separa por el pecado de querer ser más que Él.
El profeta Daniel (7, 13-14) describe la primacía de ese reino cuando en sus visiones ve como a una especie de hijo de hombre que es investido de la gloria y poder estableciendo su reinado sobre todos los pueblos de la tierra, reino que no tendrá fin, anunciando así, la figura del rey Mesías.
La experiencia que tiene él en su época, es que los reinos de este mundo tienen su momento de nacimiento, esplendor y declinación, como ha sucedido en el transcurso del tiempo con todo tipo de reinado sea político, económico, social o ideológico, ya que nada puede prevalecer sobre el reinado o soberanía del Creador.
Recordemos que este profeta escribe en tiempos de Antíoco IV, y realiza una interpretación religiosa de la historia universal dejando un mensaje de esperanza para el Pueblo de Dios perseguido a causa de su fe.
Daniel, por lo tanto, a diferencia de los Macabeos no apela a la resistencia armada contra el extranjero opresor, sino que espera y anuncia una intervención extraordinaria del Señor, que es capaz de salvar a su Pueblo, incluso de la muerte.
El Apocalipsis (1,5-8) vuelve a insistir sobre la supremacía de este reino, pretendiendo San Juan llevar consuelo a los cristianos que padecen la persecución de Diocleciano. Anuncia el triunfo de Dios sobre todos los poderes que se oponen a su designio salvífico, y recuerda las promesas indefectibles hechas a la Iglesia. Cristo es el Señor de la historia, y más allá del tiempo, se realiza plenamente el Reino de Dios.
Es este libro el de la esperanza cristiana, por eso puede decir con confianza “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap.22, 20).
En el evangelio (18,33-37), Jesús explica en qué consiste este Reino. No hay que considerarlo con las categorías mundanas. No es un reino que tenga poder político, económico o social, o que se apoya en ejércitos, en la violencia o en la prepotencia de los poderes de este mundo, -a los que estamos ya acostumbrados-, sino que es un reino que comienza con la presencia de Jesús entre nosotros y está vigente cada vez que el corazón humano se abre a su gracia sanante, y entra de lleno en su intimidad.
Es un reino espiritual que está presente en el mundo pero sin ser del mismo, porque no vive fundado en sus criterios.
Pertenecer a este reino es aceptar que el espíritu del evangelio presente en la persona y enseñanzas de Jesús, va dando sentido a nuestra vida. Pertenecer al reino de Jesús significa que en los grandes momentos de nuestra existencia siempre dejamos en claro nuestra pertenencia al Señor.
Y así, al preguntarnos qué es la vida, qué es el amor, qué es la muerte, qué es la paz, qué es la familia, qué es la sexualidad, buscamos la referencia ineludible en Cristo el Señor y de su reino, el cual nos muestra cuánto nos ama hasta derramar su sangre en la cruz.
Justamente es desde la gloria de la cruz que Jesús guía el corazón de aquellos que invitados a vivir en plenitud la libertad del corazón humano, formamos parte de la nueva vida que viene a instaurar.
Por eso dice Jesús que los que son de la verdad escuchan su voz, porque sólo los que viven en su reino quieren vivir en la verdad.
Quien quiera vivir en la mentira, en los espejismos de este mundo, donde se nos pretende hacer creer que la felicidad pasa por los atajos del facilismo que ofrece la sociedad, no puede escuchar la voz del Señor.
De allí que en la cultura de nuestro tiempo una manera concreta de buscar a Cristo es vivir lo que Él nos enseña a través de Sí y de su palabra.
Actualmente, caídos en el relativismo de la verdad, se piensa que cada uno tiene la suya, y que ésta permite realizar lo que se nos antoja, según la conciencia individual que “crea” una verdad propia, aunque se esté lejos de aquella absoluta proclamada por la enseñanza de Jesús.
El siguiente paso será el relativismo de la moral por el que cada cual piensa que hace lo correcto por el sólo hecho de que así lo ha decidido. Como resultado de esto, el hombre vive confundido, desorientado, sin saber hacia dónde ir.
Al constituirse la persona en eje de su verdad y su bien, se siente cada vez más vacía en su interior, mientras intenta “reformular” el único significado de la familia, la sexualidad, la política, la paz social y todo lo que constituye la única verdad del hombre que proviene del Creador, como forma de adquirir la seguridad que ha perdido.
De allí que resulta gravitante el que nos preguntemos si en verdad queremos ser partícipes de este reino de Cristo, de la verdad que se origina en el Señor, de su vida. Preguntarnos cuáles son los criterios y las acciones con las que nos manejamos habitualmente en la vida cotidiana y si esperamos y buscamos la guía de este rey que nos presenta un reino no para este mundo solamente incorporándonos a su vida, sino para más allá de nuestra muerte, en la eternidad.
Pertenecer a este reino que sin ser del mundo transcurre en él, significa además que seremos perseguidos por todos aquellos poderes que no soportan la presencia del Salvador ya que entrando de lleno en el reino de Jesús, el hombre se libera totalmente de los que pretenden enajenarlo.
Estar en el mundo pero sin pertenecer al mismo, significa que son los criterios del Evangelio los que tienen vigencia en el corazón del hombre. Mientras el mundo hace un culto de la mentira, el que es de Cristo busca sólo la verdad que de Él nace, por eso “los que son de la verdad escuchan su voz”, el mundo de las tinieblas se opondrá siempre a Aquél que es la luz del mismo, y el mundo de la muerte se opondrá al Reino de la vida.
Cristo nuestro Señor nos invita a ir a su encuentro, ojalá le entreguemos nuestro corazón para que Él vaya guiando cada vez más nuestra existencia.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Domingo 22 de Noviembre de 2009. Solemnidad de Cristo Rey, ciclo “B”. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Domingo 22 de Noviembre de 2009. Solemnidad de Cristo Rey, ciclo “B”. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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