1.-La liturgia de la Palabra nos presenta en este domingo la figura del profeta Elías (I Reyes 17,10-16) impulsado y dirigido siempre por la fuerza del espíritu. Es el hombre que conociendo que es llamado a ser servidor del Señor y su Palabra, no teme enfrentar todo tipo de peligros con tal de mantenerse fiel a aquello para lo cual fue “vocado”. ¿Cuál es su apoyo, su fuerza? Ciertamente el convencimiento –vivido como fe constante- de la presencia de quien lo envía en medio de las pruebas, lo impulsa y motiva a correr todo tipo de riesgos.
Su fe firme en el Dios de la Alianza se prolonga en la Providencia de Dios que guía siempre sus pasos. Sabe que fundado en su Señor no ha temer los peligros venidos desde fuera o de sus propias debilidades.
Esta confianza en la Providencia divina hará que su palabra, pronunciada como enviado que es, resulte eficaz. De allí que no es de admirar los relatos en los que aparece claramente el cumplimiento de lo que promete.
Enviado a Sarepta, en el país de Sidón, a defender la pureza del culto a Yahvé, manifiesta su fe inquebrantable anunciando a una viuda pobre que la salvación viene del Dios verdadero, mientras que el culto a los baales –vigente en aquél lugar- no deja más que fracaso y soledad en sus seguidores que no saben más que de su silencio.
Para la viuda, empobrecida por la sequía y el olvido de los que debieran velar por el pueblo, aceptar la palabra del profeta implica el ponerse en camino ante un itinerario que aunque incierto, culminará en el encuentro del único que puede sanear totalmente su existencia arrojada a la muerte.
A modo de “viático” para la otra vida, la viuda sólo esperaba comer su pan junto a su hijo para luego emprender el camino de la muerte.
¿Quizás intuía en el comer el pan un anticipo del Pan de Vida que sostiene la vida humana en el peregrinar del tiempo del que hablaría Jesús mucho tiempo después?
No conocemos los caminos insondables de Dios y cómo guía a sus hijos, pero es muy probable que su deseo de “comer su pan” en compañía “de su hijo” esté anunciando, -aún sin saberlo- el gozo anticipado del banquete del cielo junto a los seres queridos que han compartido la suerte de una vida plena de carencias humanas pero rebosante del deseo divino.
Pero el llamado de la Providencia se hace sentir por el reclamo del profeta, deberá dejar para otro momento el pensar en su partida de este mundo, para salir al encuentro de quien le pide de su pan aunque prometiéndole que no carecerá de aceite y harina para sustentarse.
Se abre ante ella una nueva posibilidad, la de poder hacer algo por alguien, aunque esto le retrase la partida para otro momento.
La viuda por lo tanto, cree, y porque cree espera por un futuro diferente, y porque espera, es capaz de amar hasta la entrega de sí misma y de su hijo, simbolizada por el pan del que disponía.
Y es con esta actitud que entiende que en el despojo total de sí no puede encontrar más –y esto es suficiente- que la presencia fundante de la Providencia divina que velará por ellos en el futuro.
Desde ese momento no carecerá del aceite ni de la harina para nutrirse ella y su hijo, pero no de un modo rebosante sino lo que cada día necesite.
Si tuviera siempre repletos ambos recipientes seguiría dependiendo de sus provisiones y previsiones humanas, pero al aceptar para el futuro “a cada día le basta su afán”, se conformará con lo que Dios le provea para cada día de su vida mortal, entregándose totalmente al obrar providente de un Dios que jamás se olvida de sus hijos más pequeños y necesitados.
Allí, en el suministro de cada día encontrará la presencia de la gracia necesaria para seguir caminando por este mundo esperanzador que le abre nuevos horizontes ante una realidad que pareciera ya cerrada de posibilidades nuevas.
Su confianza le ha permitido comprender la grandeza que implica ofrecer la vida por el bien del otro sin otro premio que el que derive del Dios de la Alianza que también se muestra como el suyo.
Su respuesta ejemplar no sólo le ha servido a ella sino que se presenta como un camino seguro a seguir cuando se desea entrar de lleno en la vida nueva que ofrece la misericordia del Dios de toda creatura.
2.-De allí que su historia seguramente conocida por la viuda pobre del evangelio (Marcos 12, 38-44), le permite a ésta última, intentar recorrer idéntica senda del ofrecimiento personal.
Cristo en esta ocasión, como en otras muchas, fustiga claramente a los escribas que se afanan por ocupar los primeros puestos, ser reverenciados por los demás y “que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones” (v. 40).
Es decir, como antiguamente lo denunciaban los profetas, simulan una religiosidad que no poseen al no prolongarse en actitudes nobles sobre todo para con los más pobres y necesitados.
Inmediatamente el Señor observa la actitud de la gente que deja su limosna en el templo.
Muchos ricos –no todos- dejaban abundantes aportes. En contraste con esto, llega una viuda de condición humilde entregando sólo dos pequeñas monedas de cobre. El contraste no podía ser tan evidente, por cierto.
La apariencia del obrar percibido consistía en tomar noticia del generoso aporte de los primeros y la pequeñez ofrecida por la segunda.
Sin embargo, Jesús, que conoce los corazones, llamando a los apóstoles les dirá, -para que no se dejen llevar por las actitudes externas sino por lo profundo del corazón- “que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros” (v.43).
¿Cuál es la razón que transmite para fundar su afirmación? Que los ricos han dado de lo que les sobra, mientras que la viuda dio de su indigencia todo lo que tenía para vivir.
Los ricos, -suponiendo los mejor intencionados- posiblemente realizaban obra de justicia, pero no se entregaban a ellos mismos. La viuda, en cambio, al dejar todo lo que poseía para vivir, se prodigaba totalmente ella misma ya que comenzaba a depender, no ya de sus bienes como los ricos, sino únicamente de Dios.
Los ricos en el fondo, aún siendo generosos, no prescindían de la seguridad que les otorgaban los bienes que aún poseían, la viuda, en cambio, dejando atrás todo sustento se lanzaba a confiar en la Providencia divina de un modo absoluto.
La confianza de la viuda en el Dios providente era total, por eso entrega su propio ser, los ricos, en cambio, no dejaban de confiar en los bienes que les conferían seguridad.
Los ricos manifiestan una vez más su dependencia de los bienes materiales, remisos a encomendarse a la generosidad de Dios que todo lo cuida y que todo lo provee a quien en Él confía, la viuda representa la sencillez del seguidor de Cristo que entrega de su pobreza y espera sólo de la riqueza de Dios.
3.- Esta enseñanza del verdadero servicio nos entronca con la carta a los hebreos (9,24-28) que continúa ilustrando el papel del Mesías sacerdote que se ofreció una sola vez pero de un modo total.
El sacrificio de Cristo nos permite descubrir que Dios entrega al hombre no lo que le sobra de su bondad y misericordia, sino que entrega todo de sí, justamente a su propio Hijo hecho hombre para redimirnos y permitirnos el acceso a la gloria del Padre.
Al entregar todo de sí en su Hijo, Dios certifica que el obrar de la viuda es el que corresponde al verdadero cristiano en cuanto prolonga en el tiempo la oblación íntegra del ser y querer de un Dios que ya se hizo entrega al hacerse hombre, y culmina esta ofrenda total en el árbol de la cruz por el que somos salvados.
De esta manera Jesús es el verdadero sacerdote, porque como “pontífice”, es decir puente, une al hombre con Dios, ya que es la expresión de la entrega total en cuanto a la divinidad, y de la limitación completa en cuanto a la humanidad asumida.
Como la viuda de Sarepta y la del evangelio, cada cristiano está invitado a ofrecer de sí lo mejor, como prolongación de la entrega infinita de Dios, confiando en que lo glorificará, como lo hizo con su Hijo hecho hombre.
Manifestando la gratuidad de la entrega tendremos oportunidad una vez más de testimoniar a un mundo tan encerrado en sí mismo, que la verdadera realización del hombre está en la ofrenda plena de sí al Creador y a los demás, a pesar de nuestras limitaciones y pecados.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XXXII “per annum” ciclo B. 08 de Noviembre de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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Su fe firme en el Dios de la Alianza se prolonga en la Providencia de Dios que guía siempre sus pasos. Sabe que fundado en su Señor no ha temer los peligros venidos desde fuera o de sus propias debilidades.
Esta confianza en la Providencia divina hará que su palabra, pronunciada como enviado que es, resulte eficaz. De allí que no es de admirar los relatos en los que aparece claramente el cumplimiento de lo que promete.
Enviado a Sarepta, en el país de Sidón, a defender la pureza del culto a Yahvé, manifiesta su fe inquebrantable anunciando a una viuda pobre que la salvación viene del Dios verdadero, mientras que el culto a los baales –vigente en aquél lugar- no deja más que fracaso y soledad en sus seguidores que no saben más que de su silencio.
Para la viuda, empobrecida por la sequía y el olvido de los que debieran velar por el pueblo, aceptar la palabra del profeta implica el ponerse en camino ante un itinerario que aunque incierto, culminará en el encuentro del único que puede sanear totalmente su existencia arrojada a la muerte.
A modo de “viático” para la otra vida, la viuda sólo esperaba comer su pan junto a su hijo para luego emprender el camino de la muerte.
¿Quizás intuía en el comer el pan un anticipo del Pan de Vida que sostiene la vida humana en el peregrinar del tiempo del que hablaría Jesús mucho tiempo después?
No conocemos los caminos insondables de Dios y cómo guía a sus hijos, pero es muy probable que su deseo de “comer su pan” en compañía “de su hijo” esté anunciando, -aún sin saberlo- el gozo anticipado del banquete del cielo junto a los seres queridos que han compartido la suerte de una vida plena de carencias humanas pero rebosante del deseo divino.
Pero el llamado de la Providencia se hace sentir por el reclamo del profeta, deberá dejar para otro momento el pensar en su partida de este mundo, para salir al encuentro de quien le pide de su pan aunque prometiéndole que no carecerá de aceite y harina para sustentarse.
Se abre ante ella una nueva posibilidad, la de poder hacer algo por alguien, aunque esto le retrase la partida para otro momento.
La viuda por lo tanto, cree, y porque cree espera por un futuro diferente, y porque espera, es capaz de amar hasta la entrega de sí misma y de su hijo, simbolizada por el pan del que disponía.
Y es con esta actitud que entiende que en el despojo total de sí no puede encontrar más –y esto es suficiente- que la presencia fundante de la Providencia divina que velará por ellos en el futuro.
Desde ese momento no carecerá del aceite ni de la harina para nutrirse ella y su hijo, pero no de un modo rebosante sino lo que cada día necesite.
Si tuviera siempre repletos ambos recipientes seguiría dependiendo de sus provisiones y previsiones humanas, pero al aceptar para el futuro “a cada día le basta su afán”, se conformará con lo que Dios le provea para cada día de su vida mortal, entregándose totalmente al obrar providente de un Dios que jamás se olvida de sus hijos más pequeños y necesitados.
Allí, en el suministro de cada día encontrará la presencia de la gracia necesaria para seguir caminando por este mundo esperanzador que le abre nuevos horizontes ante una realidad que pareciera ya cerrada de posibilidades nuevas.
Su confianza le ha permitido comprender la grandeza que implica ofrecer la vida por el bien del otro sin otro premio que el que derive del Dios de la Alianza que también se muestra como el suyo.
Su respuesta ejemplar no sólo le ha servido a ella sino que se presenta como un camino seguro a seguir cuando se desea entrar de lleno en la vida nueva que ofrece la misericordia del Dios de toda creatura.
2.-De allí que su historia seguramente conocida por la viuda pobre del evangelio (Marcos 12, 38-44), le permite a ésta última, intentar recorrer idéntica senda del ofrecimiento personal.
Cristo en esta ocasión, como en otras muchas, fustiga claramente a los escribas que se afanan por ocupar los primeros puestos, ser reverenciados por los demás y “que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones” (v. 40).
Es decir, como antiguamente lo denunciaban los profetas, simulan una religiosidad que no poseen al no prolongarse en actitudes nobles sobre todo para con los más pobres y necesitados.
Inmediatamente el Señor observa la actitud de la gente que deja su limosna en el templo.
Muchos ricos –no todos- dejaban abundantes aportes. En contraste con esto, llega una viuda de condición humilde entregando sólo dos pequeñas monedas de cobre. El contraste no podía ser tan evidente, por cierto.
La apariencia del obrar percibido consistía en tomar noticia del generoso aporte de los primeros y la pequeñez ofrecida por la segunda.
Sin embargo, Jesús, que conoce los corazones, llamando a los apóstoles les dirá, -para que no se dejen llevar por las actitudes externas sino por lo profundo del corazón- “que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros” (v.43).
¿Cuál es la razón que transmite para fundar su afirmación? Que los ricos han dado de lo que les sobra, mientras que la viuda dio de su indigencia todo lo que tenía para vivir.
Los ricos, -suponiendo los mejor intencionados- posiblemente realizaban obra de justicia, pero no se entregaban a ellos mismos. La viuda, en cambio, al dejar todo lo que poseía para vivir, se prodigaba totalmente ella misma ya que comenzaba a depender, no ya de sus bienes como los ricos, sino únicamente de Dios.
Los ricos en el fondo, aún siendo generosos, no prescindían de la seguridad que les otorgaban los bienes que aún poseían, la viuda, en cambio, dejando atrás todo sustento se lanzaba a confiar en la Providencia divina de un modo absoluto.
La confianza de la viuda en el Dios providente era total, por eso entrega su propio ser, los ricos, en cambio, no dejaban de confiar en los bienes que les conferían seguridad.
Los ricos manifiestan una vez más su dependencia de los bienes materiales, remisos a encomendarse a la generosidad de Dios que todo lo cuida y que todo lo provee a quien en Él confía, la viuda representa la sencillez del seguidor de Cristo que entrega de su pobreza y espera sólo de la riqueza de Dios.
3.- Esta enseñanza del verdadero servicio nos entronca con la carta a los hebreos (9,24-28) que continúa ilustrando el papel del Mesías sacerdote que se ofreció una sola vez pero de un modo total.
El sacrificio de Cristo nos permite descubrir que Dios entrega al hombre no lo que le sobra de su bondad y misericordia, sino que entrega todo de sí, justamente a su propio Hijo hecho hombre para redimirnos y permitirnos el acceso a la gloria del Padre.
Al entregar todo de sí en su Hijo, Dios certifica que el obrar de la viuda es el que corresponde al verdadero cristiano en cuanto prolonga en el tiempo la oblación íntegra del ser y querer de un Dios que ya se hizo entrega al hacerse hombre, y culmina esta ofrenda total en el árbol de la cruz por el que somos salvados.
De esta manera Jesús es el verdadero sacerdote, porque como “pontífice”, es decir puente, une al hombre con Dios, ya que es la expresión de la entrega total en cuanto a la divinidad, y de la limitación completa en cuanto a la humanidad asumida.
Como la viuda de Sarepta y la del evangelio, cada cristiano está invitado a ofrecer de sí lo mejor, como prolongación de la entrega infinita de Dios, confiando en que lo glorificará, como lo hizo con su Hijo hecho hombre.
Manifestando la gratuidad de la entrega tendremos oportunidad una vez más de testimoniar a un mundo tan encerrado en sí mismo, que la verdadera realización del hombre está en la ofrenda plena de sí al Creador y a los demás, a pesar de nuestras limitaciones y pecados.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XXXII “per annum” ciclo B. 08 de Noviembre de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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