28 de noviembre de 2009

MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO


La Palabra de Dios nos permite hoy vivir gozosamente la festividad de Cristo Rey del universo. Concluye así el año litúrgico y nos prepara para reiniciarlo nuevamente el próximo domingo con el Adviento. Los textos bíblicos nos permiten contemplar una verdad fundamental de la fe católica que profesamos, el reinado universal de Cristo. Quizás este título de rey resulte extraño en nuestros días, pero exalta la soberanía absoluta de Dios sobre todo lo creado, a través de su Hijo hecho hombre.
Tiene su fundamento en el momento mismo de la creación, cuando fuimos creados de la nada, y elegidos administradores de todo lo creado. Pero desde ese mismo comienzo, por culpa del pecado, el hombre quiso independizarse de su Creador.
Como respuesta, Dios envía a su Hijo para retomar ese diálogo interrumpido entre Él y el hombre, y Jesús muriendo en la cruz, ha constituido con nosotros, -tal lo afirma el libro del Apocalipsis-, un pueblo sacerdotal, consagrado como lo fuera en los orígenes de la humanidad.
Hablar de Cristo Rey, es afirmar la primacía del Salvador sobre todo lo creado desde su origen –alfa-, hasta su consumación –omega-.
Soberanía de Dios que muchas veces es impugnada por el mismo hombre cuando se separa por el pecado de querer ser más que Él.
El profeta Daniel (7, 13-14) describe la primacía de ese reino cuando en sus visiones ve como a una especie de hijo de hombre que es investido de la gloria y poder estableciendo su reinado sobre todos los pueblos de la tierra, reino que no tendrá fin, anunciando así, la figura del rey Mesías.
La experiencia que tiene él en su época, es que los reinos de este mundo tienen su momento de nacimiento, esplendor y declinación, como ha sucedido en el transcurso del tiempo con todo tipo de reinado sea político, económico, social o ideológico, ya que nada puede prevalecer sobre el reinado o soberanía del Creador.
Recordemos que este profeta escribe en tiempos de Antíoco IV, y realiza una interpretación religiosa de la historia universal dejando un mensaje de esperanza para el Pueblo de Dios perseguido a causa de su fe.
Daniel, por lo tanto, a diferencia de los Macabeos no apela a la resistencia armada contra el extranjero opresor, sino que espera y anuncia una intervención extraordinaria del Señor, que es capaz de salvar a su Pueblo, incluso de la muerte.
El Apocalipsis (1,5-8) vuelve a insistir sobre la supremacía de este reino, pretendiendo San Juan llevar consuelo a los cristianos que padecen la persecución de Diocleciano. Anuncia el triunfo de Dios sobre todos los poderes que se oponen a su designio salvífico, y recuerda las promesas indefectibles hechas a la Iglesia. Cristo es el Señor de la historia, y más allá del tiempo, se realiza plenamente el Reino de Dios.
Es este libro el de la esperanza cristiana, por eso puede decir con confianza “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap.22, 20).
En el evangelio (18,33-37), Jesús explica en qué consiste este Reino. No hay que considerarlo con las categorías mundanas. No es un reino que tenga poder político, económico o social, o que se apoya en ejércitos, en la violencia o en la prepotencia de los poderes de este mundo, -a los que estamos ya acostumbrados-, sino que es un reino que comienza con la presencia de Jesús entre nosotros y está vigente cada vez que el corazón humano se abre a su gracia sanante, y entra de lleno en su intimidad.
Es un reino espiritual que está presente en el mundo pero sin ser del mismo, porque no vive fundado en sus criterios.
Pertenecer a este reino es aceptar que el espíritu del evangelio presente en la persona y enseñanzas de Jesús, va dando sentido a nuestra vida. Pertenecer al reino de Jesús significa que en los grandes momentos de nuestra existencia siempre dejamos en claro nuestra pertenencia al Señor.
Y así, al preguntarnos qué es la vida, qué es el amor, qué es la muerte, qué es la paz, qué es la familia, qué es la sexualidad, buscamos la referencia ineludible en Cristo el Señor y de su reino, el cual nos muestra cuánto nos ama hasta derramar su sangre en la cruz.
Justamente es desde la gloria de la cruz que Jesús guía el corazón de aquellos que invitados a vivir en plenitud la libertad del corazón humano, formamos parte de la nueva vida que viene a instaurar.
Por eso dice Jesús que los que son de la verdad escuchan su voz, porque sólo los que viven en su reino quieren vivir en la verdad.
Quien quiera vivir en la mentira, en los espejismos de este mundo, donde se nos pretende hacer creer que la felicidad pasa por los atajos del facilismo que ofrece la sociedad, no puede escuchar la voz del Señor.
De allí que en la cultura de nuestro tiempo una manera concreta de buscar a Cristo es vivir lo que Él nos enseña a través de Sí y de su palabra.
Actualmente, caídos en el relativismo de la verdad, se piensa que cada uno tiene la suya, y que ésta permite realizar lo que se nos antoja, según la conciencia individual que “crea” una verdad propia, aunque se esté lejos de aquella absoluta proclamada por la enseñanza de Jesús.
El siguiente paso será el relativismo de la moral por el que cada cual piensa que hace lo correcto por el sólo hecho de que así lo ha decidido. Como resultado de esto, el hombre vive confundido, desorientado, sin saber hacia dónde ir.
Al constituirse la persona en eje de su verdad y su bien, se siente cada vez más vacía en su interior, mientras intenta “reformular” el único significado de la familia, la sexualidad, la política, la paz social y todo lo que constituye la única verdad del hombre que proviene del Creador, como forma de adquirir la seguridad que ha perdido.
De allí que resulta gravitante el que nos preguntemos si en verdad queremos ser partícipes de este reino de Cristo, de la verdad que se origina en el Señor, de su vida. Preguntarnos cuáles son los criterios y las acciones con las que nos manejamos habitualmente en la vida cotidiana y si esperamos y buscamos la guía de este rey que nos presenta un reino no para este mundo solamente incorporándonos a su vida, sino para más allá de nuestra muerte, en la eternidad.
Pertenecer a este reino que sin ser del mundo transcurre en él, significa además que seremos perseguidos por todos aquellos poderes que no soportan la presencia del Salvador ya que entrando de lleno en el reino de Jesús, el hombre se libera totalmente de los que pretenden enajenarlo.
Estar en el mundo pero sin pertenecer al mismo, significa que son los criterios del Evangelio los que tienen vigencia en el corazón del hombre. Mientras el mundo hace un culto de la mentira, el que es de Cristo busca sólo la verdad que de Él nace, por eso “los que son de la verdad escuchan su voz”, el mundo de las tinieblas se opondrá siempre a Aquél que es la luz del mismo, y el mundo de la muerte se opondrá al Reino de la vida.
Cristo nuestro Señor nos invita a ir a su encuentro, ojalá le entreguemos nuestro corazón para que Él vaya guiando cada vez más nuestra existencia.

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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Domingo 22 de Noviembre de 2009. Solemnidad de Cristo Rey, ciclo “B”. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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20 de noviembre de 2009

La Parusía y el triunfo de Dios.


El domingo próximo se celebra la solemnidad de Cristo Rey del Universo concluyendo el año litúrgico. Los textos bíblicos, por lo tanto, ya se orientan a una verdad de fe muy importante para el creyente como es la Parusía o segunda venida de Jesucristo, e incluso en los primeros domingos de Adviento se reflexiona sobre esta realidad futura a la que nos acercamos.
¿Y qué se quiere transmitir con todo esto? los textos bíblicos nos muestran una realidad que todos percibimos desde el comienzo de la humanidad en forma de lucha constante -consecuencia del pecado de los orígenes, cuando el ser humano se rebeló contra Dios-.
Toda esta lucha es un misterio oculto a los ojos sin fe, que sólo al fin de los tiempos será descubierto.
Los textos bíblicos de hoy la definen con toda claridad, y por un lado, hablan de los justos que son acompañados por el arcángel Miguel, - primera lectura-, y por los ángeles, en el texto evangélico.
Y por el otro lado las fuerzas ocultas del mal al servicio del maligno que pugnan contra aquellos que buscan servir a Dios Ntro. Señor.
Sabemos por la fe que Cristo ha triunfado con su muerte y resurrección sobre las fuerzas del maligno, por eso no es de extrañar que nos preguntemos por qué tenemos que soportar la vivencia y el acoso permanente del mal, del maligno y de sus seguidores.
La Sagrada Escritura responde contemplando la misericordia de Dios que espera siempre la conversión humana, ya que nos ha creado para ser partícipes de su misma vida, de manera que sería contradictorio consigo mismo si no hiciera todo lo posible para redimir al hombre, para consumar de hecho la salvación conseguida por su muerte y resurrección.
En diversos pasajes de la Sagrada Escritura se proclama la paciencia de Dios a través del tiempo.
Y así, la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13, 24-30) recuerda que recién al fin del mundo, se hará la separación entre ambos. Mientras tanto conviven, y el trigo –que evoca a los buenos- tendrá que soportar la presencia de la cizaña –caracterización de los que obran el mal-.
Pero al final, “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de Padre” (Mt. 13, 41-44).
En Mateo 25,31-46 se describe cómo será el juicio final de cada persona, cuando Jesús venga en su gloria –esto es en la Parusía-. Versará sobre las obras de caridad para con el prójimo en cuanto prolongan el amor a Jesucristo. Los que hayan obrado el bien serán colocados a la derecha de la salvación, y los que el mal, a la izquierda de la condenación.
Se concretará así la separación definitiva, pública e irrevocable entre buenos y malos, división que de hecho ya existía en esta vida temporal.
Por lo tanto la Palabra de Dios anticipa lo que vivimos cada día, la saña de los malvados oponiéndose y avasallando a los que obran el bien.
Pero anuncia también la victoria definitiva de Cristo Nuestro Señor, ya prefigurada en acontecimientos históricos concretos.
El profeta Daniel (12, 1-3), describe hoy la persecución furiosa que tuvieron que soportar los seguidores del Dios de la Alianza bajo el poder del rey pagano Antíoco IV, quien quiso imponer al pueblo de Israel una religión nueva, costumbres diferentes, con la finalidad de someterlo, ya que sabía que la decadencia religiosa produce el ocaso en todos los ámbitos de la vida humana, con todo tipo de extravío.
El profeta Daniel insiste en que el mal no triunfa ya que en medio del dolor surge un grito de esperanza: Dios está con los que le son fieles.
De hecho la misma historia confirma este aserto y lo certifica la Sagrada Escritura con la derrota de Antíoco IV: “Cayó en cama enfermo de tristeza, porque las cosas no le habían salido como él deseaba….sintió que se iba a morir…hizo venir a todos sus amigos y les dijo: ahora caigo en la cuenta de los males que causé en Jerusalén….reconozco que por eso me suceden todos estos males y muero de pesadumbre… (1 Mac.6, 8b.9b.10.12.13).
El mismo Dios lo iluminó para que cayera en la cuenta que contra Él, nadie puede actuar como el que lo puede todo.
El gran pecado del hombre es pretender que por la posesión del poder se está por encima de Dios y de los hermanos.
También el profeta Daniel -sin saberlo- está anunciando los tiempos escatológicos, o sea lo que acontecerá en las postrimerías, y describe aquí la terminación de todo el orden temporal, y cómo desde el polvo vendrán a la vida los que han muerto, unos para resplandecer en la gloria y otros para sufrir la ignominia total.
Y hace otra afirmación muy curiosa “aquellos que hayan enseñado la justicia, brillarán como las estrellas del cielo”. Se trata de los preferidos de Dios porque además de obrar el bien, lo han enseñado.
Sus obras se han transformado en enseñanza para otros, y aquí el profeta al anunciar la segunda venida de Cristo –sin saberlo ya que se mueve en el plano “de su presente” pero mirando hacia el futuro-, va mostrando el camino de la esperanza para todo aquél que ha elegido a Dios.
En el texto del evangelio (Mc.13, 24-32) aparece este doble juego entre el momento presente en el que suceden los acontecimientos, junto con el anuncio del futuro. Jesús está pensando en la caída de Jerusalén, por eso dirá “no pasará esta generación sin que esto se cumpla”, pero está pensando en su segunda venida por eso expresará “que nadie sabe ni el día ni la hora en que esto acaecerá, sólo lo conoce el Padre”.
Aparecen enseñanzas parecidas a las del profeta Daniel, los ángeles que reunirán de entre los cuatro puntos cardinales a los elegidos, aquellos que han obrado el bien sumándose a la obra evangelizadora de la Iglesia.
De modo que los textos bíblicos van apuntando a esta realidad, la del triunfo definitivo de Cristo Nuestro Señor.
Por eso la carta a los hebreos (10, 11-14.18) nos indica que después de la muerte y su resurrección, Cristo está sentado a la derecha del Padre contemplando el cumplimiento de la voluntad de Dios, “hasta que los enemigos sean puestos debajo de sus pies”.
Estas afirmaciones describen el rechazo que habrá y de hecho hay, a todo lo que proviene de Dios.
Si bien Él ejerce misericordia y espera, sabe que el ser humano no siempre utiliza su libertad para la conversión, sino que hay quienes endurecidos en su pecado siguen haciendo el mal, oponiéndose a Dios y a sus hermanos.
Escuchamos a veces en la sociedad, “yo ya estoy jugado”. ¿Quién está jugado? Aquél que piensa que su vida está dentro de las obras del mal y que no tiene salida alguna, como si el fatalismo lo impulsara a seguir por ese camino, cuando por el contrario el Señor siempre está llamando a una transformación interior que permita al creyente vivir con Dios.
Pero también es congruente con esta esperanza que nos dejan los textos bíblicos, el aplicarla a nuestra vida concreta.
Hoy, en nuestra Patria, pareciera que estamos alejados de la mano de Dios ante un futuro cada vez más calamitoso, donde el triunfo del mal y de sus seguidores surge constante, todos los días y donde el bien no tiene posibilidades no sólo de triunfar sino también de manifestarse.
Ante esta realidad en la que el cristiano, azorado, se pregunta ¿qué hago?, ¿qué puedo hacer ante lo que parece irreversible?, la palabra de Dios viene a nosotros y Jesús nos dice “yo estoy con ustedes”.
El cristiano alimentado por la esperanza que apunta a una meta no realizada todavía, pero cierta, ha de saber que en la medida en que hagamos el bien, será posible la victoria del mismo y el que se vislumbre un mundo nuevo, un país nuevo, una sociedad diferente.
Conocemos que el mismo pueblo de Israel era probado para su purificación, sin embargo, la conversión no era en masa, sino en el pequeño grupo llamado el “resto” de Israel. Y gracias a la fidelidad de ese “resto”, Dios actuaba benévolamente a favor de todos haciendo “salir el sol sobre buenos y malos”, y “llover sobre justos y pecadores” como anuncia el evangelio.
Y esto muestra la presencia de Dios en el mundo y en la sociedad toda, reclamando de nosotros el responder a su gracia, sabiendo que siempre triunfa, ya por su misericordia cuando acoge a los buenos, ya en el ejercicio de su justicia cuando aparta a los que obran el mal.
”El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” nos asegura no sólo el cumplimiento –que ya vemos- de esta lucha del mal contra el bien, sino el triunfo definitivo de la verdad de Dios sobre el reino de la mentira.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo 33 del tiempo ordinario ciclo “B”. 15 de Noviembre de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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17 de noviembre de 2009

La Providencia de Dios conocida y vivida en la debilidad humana.-


1.-La liturgia de la Palabra nos presenta en este domingo la figura del profeta Elías (I Reyes 17,10-16) impulsado y dirigido siempre por la fuerza del espíritu. Es el hombre que conociendo que es llamado a ser servidor del Señor y su Palabra, no teme enfrentar todo tipo de peligros con tal de mantenerse fiel a aquello para lo cual fue “vocado”. ¿Cuál es su apoyo, su fuerza? Ciertamente el convencimiento –vivido como fe constante- de la presencia de quien lo envía en medio de las pruebas, lo impulsa y motiva a correr todo tipo de riesgos.
Su fe firme en el Dios de la Alianza se prolonga en la Providencia de Dios que guía siempre sus pasos. Sabe que fundado en su Señor no ha temer los peligros venidos desde fuera o de sus propias debilidades.
Esta confianza en la Providencia divina hará que su palabra, pronunciada como enviado que es, resulte eficaz. De allí que no es de admirar los relatos en los que aparece claramente el cumplimiento de lo que promete.
Enviado a Sarepta, en el país de Sidón, a defender la pureza del culto a Yahvé, manifiesta su fe inquebrantable anunciando a una viuda pobre que la salvación viene del Dios verdadero, mientras que el culto a los baales –vigente en aquél lugar- no deja más que fracaso y soledad en sus seguidores que no saben más que de su silencio.
Para la viuda, empobrecida por la sequía y el olvido de los que debieran velar por el pueblo, aceptar la palabra del profeta implica el ponerse en camino ante un itinerario que aunque incierto, culminará en el encuentro del único que puede sanear totalmente su existencia arrojada a la muerte.
A modo de “viático” para la otra vida, la viuda sólo esperaba comer su pan junto a su hijo para luego emprender el camino de la muerte.
¿Quizás intuía en el comer el pan un anticipo del Pan de Vida que sostiene la vida humana en el peregrinar del tiempo del que hablaría Jesús mucho tiempo después?
No conocemos los caminos insondables de Dios y cómo guía a sus hijos, pero es muy probable que su deseo de “comer su pan” en compañía “de su hijo” esté anunciando, -aún sin saberlo- el gozo anticipado del banquete del cielo junto a los seres queridos que han compartido la suerte de una vida plena de carencias humanas pero rebosante del deseo divino.
Pero el llamado de la Providencia se hace sentir por el reclamo del profeta, deberá dejar para otro momento el pensar en su partida de este mundo, para salir al encuentro de quien le pide de su pan aunque prometiéndole que no carecerá de aceite y harina para sustentarse.
Se abre ante ella una nueva posibilidad, la de poder hacer algo por alguien, aunque esto le retrase la partida para otro momento.
La viuda por lo tanto, cree, y porque cree espera por un futuro diferente, y porque espera, es capaz de amar hasta la entrega de sí misma y de su hijo, simbolizada por el pan del que disponía.
Y es con esta actitud que entiende que en el despojo total de sí no puede encontrar más –y esto es suficiente- que la presencia fundante de la Providencia divina que velará por ellos en el futuro.
Desde ese momento no carecerá del aceite ni de la harina para nutrirse ella y su hijo, pero no de un modo rebosante sino lo que cada día necesite.
Si tuviera siempre repletos ambos recipientes seguiría dependiendo de sus provisiones y previsiones humanas, pero al aceptar para el futuro “a cada día le basta su afán”, se conformará con lo que Dios le provea para cada día de su vida mortal, entregándose totalmente al obrar providente de un Dios que jamás se olvida de sus hijos más pequeños y necesitados.
Allí, en el suministro de cada día encontrará la presencia de la gracia necesaria para seguir caminando por este mundo esperanzador que le abre nuevos horizontes ante una realidad que pareciera ya cerrada de posibilidades nuevas.
Su confianza le ha permitido comprender la grandeza que implica ofrecer la vida por el bien del otro sin otro premio que el que derive del Dios de la Alianza que también se muestra como el suyo.
Su respuesta ejemplar no sólo le ha servido a ella sino que se presenta como un camino seguro a seguir cuando se desea entrar de lleno en la vida nueva que ofrece la misericordia del Dios de toda creatura.
2.-De allí que su historia seguramente conocida por la viuda pobre del evangelio (Marcos 12, 38-44), le permite a ésta última, intentar recorrer idéntica senda del ofrecimiento personal.
Cristo en esta ocasión, como en otras muchas, fustiga claramente a los escribas que se afanan por ocupar los primeros puestos, ser reverenciados por los demás y “que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones” (v. 40).
Es decir, como antiguamente lo denunciaban los profetas, simulan una religiosidad que no poseen al no prolongarse en actitudes nobles sobre todo para con los más pobres y necesitados.
Inmediatamente el Señor observa la actitud de la gente que deja su limosna en el templo.
Muchos ricos –no todos- dejaban abundantes aportes. En contraste con esto, llega una viuda de condición humilde entregando sólo dos pequeñas monedas de cobre. El contraste no podía ser tan evidente, por cierto.
La apariencia del obrar percibido consistía en tomar noticia del generoso aporte de los primeros y la pequeñez ofrecida por la segunda.
Sin embargo, Jesús, que conoce los corazones, llamando a los apóstoles les dirá, -para que no se dejen llevar por las actitudes externas sino por lo profundo del corazón- “que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros” (v.43).
¿Cuál es la razón que transmite para fundar su afirmación? Que los ricos han dado de lo que les sobra, mientras que la viuda dio de su indigencia todo lo que tenía para vivir.
Los ricos, -suponiendo los mejor intencionados- posiblemente realizaban obra de justicia, pero no se entregaban a ellos mismos. La viuda, en cambio, al dejar todo lo que poseía para vivir, se prodigaba totalmente ella misma ya que comenzaba a depender, no ya de sus bienes como los ricos, sino únicamente de Dios.
Los ricos en el fondo, aún siendo generosos, no prescindían de la seguridad que les otorgaban los bienes que aún poseían, la viuda, en cambio, dejando atrás todo sustento se lanzaba a confiar en la Providencia divina de un modo absoluto.
La confianza de la viuda en el Dios providente era total, por eso entrega su propio ser, los ricos, en cambio, no dejaban de confiar en los bienes que les conferían seguridad.
Los ricos manifiestan una vez más su dependencia de los bienes materiales, remisos a encomendarse a la generosidad de Dios que todo lo cuida y que todo lo provee a quien en Él confía, la viuda representa la sencillez del seguidor de Cristo que entrega de su pobreza y espera sólo de la riqueza de Dios.
3.- Esta enseñanza del verdadero servicio nos entronca con la carta a los hebreos (9,24-28) que continúa ilustrando el papel del Mesías sacerdote que se ofreció una sola vez pero de un modo total.
El sacrificio de Cristo nos permite descubrir que Dios entrega al hombre no lo que le sobra de su bondad y misericordia, sino que entrega todo de sí, justamente a su propio Hijo hecho hombre para redimirnos y permitirnos el acceso a la gloria del Padre.
Al entregar todo de sí en su Hijo, Dios certifica que el obrar de la viuda es el que corresponde al verdadero cristiano en cuanto prolonga en el tiempo la oblación íntegra del ser y querer de un Dios que ya se hizo entrega al hacerse hombre, y culmina esta ofrenda total en el árbol de la cruz por el que somos salvados.
De esta manera Jesús es el verdadero sacerdote, porque como “pontífice”, es decir puente, une al hombre con Dios, ya que es la expresión de la entrega total en cuanto a la divinidad, y de la limitación completa en cuanto a la humanidad asumida.
Como la viuda de Sarepta y la del evangelio, cada cristiano está invitado a ofrecer de sí lo mejor, como prolongación de la entrega infinita de Dios, confiando en que lo glorificará, como lo hizo con su Hijo hecho hombre.
Manifestando la gratuidad de la entrega tendremos oportunidad una vez más de testimoniar a un mundo tan encerrado en sí mismo, que la verdadera realización del hombre está en la ofrenda plena de sí al Creador y a los demás, a pesar de nuestras limitaciones y pecados.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XXXII “per annum” ciclo B. 08 de Noviembre de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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8 de noviembre de 2009

Sic transit gloria mundi


Vivimos insertos en un mundo que en la actualidad ha perdido su rumbo verdadero, el que le viene por su realidad creatural, esto es, el orientarse hacia el Padre de todos que nos llama a participar de su misma vida. La humanidad entera sigue gimiendo con los dolores de parto que darán lugar a un Cielo nuevo, y a una Tierra nueva, no sabemos cuándo.
Nuestra patria, lugar de exilio para los creyentes que caminamos hacia la verdadera Patria que no se deshace, se dirige según la experiencia de cada día a su disolución final, de la que nos liberaremos no por nuestro obrar, sino por la infinita misericordia de Dios que suscitará cuando Él quiera un brote nuevo que nos haga renacer de las miserias más profundas.
Hasta que esto ocurra –como sucediera con el pueblo elegido-, la corrupción más profunda, y su enseñoramiento cada vez más procaz lo invaden todo. La violencia impune sigue desatándose con prisa y sin pausa. Quienes debieran trabajar por el bien común sólo atinan a cebarse en las miserias y migajas de los marginados de la sociedad. La prepotencia de unos pocos que detentan el poder más absoluto, no da señales de concluir. Dejamos tras cada uno de nosotros una tierra arrasada para las generaciones futuras.
El común de la gente ha perdido ya la esperanza por un futuro mejor, no sólo temporal sino también eterno. Sólo interesa vivir el momento ya sea porque no sabemos qué pasará mañana, ya sea porque la cultura del disfrute a toda costa ha ido poseyendo las mentes y corazones de cada vez más voluntades.
En medio de tantos intentos por destruir la verdad y sumir a todos en el reinado de la mentira y la ficción, la Iglesia aparece una vez más entre y ante nosotros como un faro cuya luz nos permite descubrir el verdadero sentido de la vida.
En efecto, al proclamar ante el mundo cuál es nuestro origen -nacidos de Dios- , nos muestra el camino que conduce a la meta que esperamos alcanzar y desde la cual llama a toda persona de buena voluntad a salir de un pesimismo cada vez más lacerante para otear un futuro de gloria.
La festividad de hoy –Todos los Santos- nos permitir ingresar en un remanso de paz y gozo inconmensurables.
Mientras el presente se obstina en que permanezcamos en la mediocridad de la gloria mundana, la liturgia de este día nos afirma que en la evocación de los santos empalidece la gloria de este mundo –sic transit gloria mundi- porque pasan los oropeles del tiempo y sólo queda la permanencia del encuentro definitivo con Dios.
En el espíritu del sermón de la montaña (Mateo 5,1-12) comprobamos la crudeza de esta verdad, ya que disiente con la superficialidad contemporánea que vivimos en nuestra sociedad.
El “¡Felices los que tienen alma de pobres!” (Mt.5, 3) porque al no dejarse esclavizar por la avaricia poseerán el Reino de los Cielos, contrasta con lo que proclama el espíritu mundano con el “felices los que han puesto su confianza en las riquezas como salvoconducto de sus vidas efímeras”, sin recordar la advertencia de “¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! “(Lc.6, 24).
Felices los que sufren con paciencia toda desventura enfrenta a los que se gozan seguros de sus proyectos y planes mundanos.
“¡Felices los que lloran porque serán consolados!” (Mt.5, 5), contraría a los que se sienten radiantes cebándose en los despojos de sus hermanos, olvidando el tremendo aviso evangélico que recuerda “¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!“(Lc. 6, 25).
“¡Felices los que tiene hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados!” (Mt. 5, 6), corresponde al deseo y al clamor de tantos ante una justicia largamente esperada que se sienten agobiados por la burla a sus derechos conculcados por la soberbia de los que olvidan la admonición de la escritura: “¡Ay de ustedes los que ahora están satisfechos” gozándose en la impunidad de la injusticia, “porque tendrán hambre!” (Lc. 6, 25).
“¡Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia!” (Mt.5, 7), nos enseña Jesús, mientras los hombres alejan cada vez más su corazón de las miserias de unos y otros.
Mientras los que tienen el corazón puro ven cada vez más a Dios y desde Él a sus prójimos, el mundo se regodea en todo tipo de impurezas y el interior del hombre se llena de malas intenciones y deseos que quitan el equilibrio de cada uno.
Los que trabajan por la paz son llamados hijos de Dios, mientras el mundo se presenta cada vez más despiadado por la violencia, las guerras y todo tipo de división que va destruyendo aún la posibilidad de vivir en armonía.
Los que trabajan por la justicia son cada vez más escasos en una sociedad que se construye sobre las injusticias más profundas que claman con fuerza ante el Creador buscando explicación ante tanta maldad.
Sin embargo, la enseñanza evangélica sigue invitando a responder de una manera nueva, sin temer nunca por las contrariedades de la vida, ya que “¡Felices los que son perseguidos por la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos!” (Mateo 5, 10). En realidad, aunque parezca que vence la injusticia más grosera, los hombres de buena voluntad confiamos en que la justicia de Dios brillará en su esplendor.
Jesús no profetiza un camino de rosas a quienes lo sigamos en este mundo, ya que como Él seremos insultados, perseguidos y calumniados de toda forma por su causa, aunque nos asegura que la recompensa final será grande, acorde con los elegidos (cf. Mt. 5, 11 y 12).
Este anuncio del Señor de cara a la vida de la Iglesia de todos los tiempos se cumple también en la actualidad, tal como Él lo había anticipado
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Ante tanta persecución y burla recibida por ser creyentes o por querer vivir como el Maestro, no hemos de desanimarnos, como quien no tiene razón o peso en medio de la sociedad, por el contrario, la actitud evangélica que se corresponde es la de la alegría por ser considerados dignos de dar testimonio de nuestra fe y vida diferente.
Más aún, hemos de darnos cuenta que cuanto más se desprecie la fe y vida católicas, más se reconoce su verdad y grandeza, de allí la repulsa expresada en los que odian la fe. Impotentes para contradecir la verdad evangélica con argumentos firmes, se esconden en la fuerza del poder que muchas veces detentan para intentar destruir todo lo santo.
De allí que no pocos legisladores y políticos son los que en todas partes no cesan de intentar callar a la Iglesia, porque su enseñanza –sostenida desde siempre- les es insoportable ya que se impone – a su pesar- con la luminosidad proveniente de Aquél que es la luz del mundo.
En nuestros días se pretende diluir el matrimonio con “nuevas formas”, so pretexto de no discriminar y en base a “supuestos” derechos fantasiosos.
Con esta decisión fruto del voluntarismo y no de la recta razón, no sólo se canoniza la validez fundante de la familia y por ende de la sociedad en la natural unión del varón y de la mujer –y por eso se quieren equiparar a ella otras uniones- sino que se reconoce también por ello la perdurabilidad efímera de estos estilos de vida por la imposibilidad de reconciliarlos con la naturaleza de las cosas.
Mientras perversas motivaciones ideológicas y dinerarias continúan quemando incienso en el altar de Moloc con la destrucción de personas que no ven la luz del tiempo por el crimen del aborto, la gloria del cielo seguirá creciendo con la presencia de “los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero” (Apoc.7, 14).
Aclamar a los santos hoy, es celebrar ya en el tiempo la culminación feliz de nuestra esperanza, tenerlos a ellos no sólo como intercesores ante el Padre, sino como modelos que nos alientan a seguir en este mundo como trigo en medio de la cizaña, dando testimonio de nuestra esperanza con la vivencia de una fe inquebrantable en el Señor y su Palabra liberadora de todo lo que nos oprime.
El triunfo de los santos es una proclamación constante ante los que obran el mal, que sic transit gloria mundi, así pasa la gloria del mundo, y que sólo permanece como verdad la presencia de “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblos y lenguas” gritando “con voz potente: ¡La Salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” (Ap.7, vers.9 y 10).
Es en la Vida Eterna que se dará cumplimiento aquello que los fieles de todos los tiempos hemos creído, esperado y amado: “La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén” (Apoc. 7, 12).-

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Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina.- Domingo 01 de Noviembre de 2009. Solemnidad de Todos los Santos. ribamazza@gmail.com;www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-/

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