13 de febrero de 2010

Dejando la orilla, “Navega Mar Adentro”

Continuamos meditando hoy la vocación de los profetas, prolongada además, en la de los apóstoles. En este caso se trata del profeta Isaías en el Antiguo Testamento y de los apóstoles Pedro y Pablo en el Nuevo. ¿Qué nos dicen los tres textos bíblicos que hemos proclamado? Hay una idea común que recorre las lecturas aunque en marcos históricos diferentes.
En el libro de Isaías se señala que el profeta en una visión interior vio la majestad de Dios que se desplegaba abiertamente ante sí, y a un sinnúmero de seres espirituales que le daban culto y proclamaban su grandeza.
Por esta contemplación, Isaías toma conciencia de su pequeñez, de su miseria, de su pecado, llegando a decir “¡Ay de mí estoy perdido, soy un hombre de labios impuros, en medio de un pueblo de labios impuros!“. Ante el reconocimiento de su nada, Dios hace de él un hombre nuevo, purificándolo a través de la brasa ardiente que toca sus labios. Este es el signo que indica que es Dios quien transforma el corazón del hombre.
A continuación, Dios se pregunta, “¿a quién enviaré?”, respondiendo el profeta “¡Señor aquí estoy envíame!”.
La vocación del profeta, pues, tiene como iniciador al mismo Dios que le manifiesta su intimidad, permitiéndole descubrir su nada, para transformarlo y enviarlo a cumplir una misión a favor del pueblo elegido.
Isaías podría haber cantado gozosamente, “Te doy gracias Señor por tu amor” ya que se lo manifestó al llamarlo y mudarlo en nuevo ser, y continuar diciendo “no abandones la obra de tus manos”, al dirigirse a cumplir la misión encomendada.
En la segunda lectura, el apóstol Pablo recuerda que fue perseguidor de los cristianos no mereciendo ser apóstol, pero que la gracia de Dios lo convirtió expresando “por la gracia de Dios, soy lo que soy”.
Pablo había tenido una experiencia concreta de la intimidad divina cuando Jesús le dice –en el camino a Damasco- “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, e iluminado interiormente se descubre pecador pudiendo el Señor realizar en él su obra enviándolo a los paganos para llevar el mensaje de salvación.
Pablo siempre está consciente de sus miserias, pero fortalecido por Dios, llevará la Palabra a todos, siendo muchas veces rechazado por la gente que recordaba su pasado y no entendía que ya era otra persona.
En el evangelio será Simón Pedro el apóstol en el que se repite este camino de transformación. El marco de referencia es la presencia de Jesús a las orillas del lago de Genesaret enseñando a la gente que se amontona para escucharlo. Inmediatamente sube a la barca de Simón alejándose un poco de la orilla para seguir predicando. Luego le dirá “Navega mar adentro y echen las redes”. Simón se sorprende ante el pedido ya que no habían pescado nada durante toda la noche, pero “si tú lo dices, en tu nombre echaremos las redes”.
Ante el signo de la pesca abundante que alcanzan, milagrosa por cierto, Pedro se postra ante el Señor y le dice “apártate de mí Señor que soy un pecador”, con lo que se advierte que aunque acepta el pedido del Señor de ir más lejos de la orilla, seguía desconfiando de la eficacia de la orden.
En este encuentro de Jesús con Pedro, se repiten los mismos pasos de las vocaciones de Isaías y Pablo: manifestación de la divinidad, sentimiento de pequeñez por parte del elegido ante la experiencia de la grandeza de Dios, purificación interior y concreción del llamado con el envío “desde hoy serás pescador de hombres”, con la respuesta concreta de Simón, ya que llegando a la orilla “abandonándolo todo lo siguieron”.
Después de estas experiencias, Isaías, Pablo y Pedro, realizarán lo que Dios les encomendó apoyados no en sus fuerzas –sabían que eran poca cosa- sino en la gracia y fuerza de lo Alto.
Este pasaje de la pesca milagrosa deja además otras enseñanzas muy ricas. En primer lugar aplicar a nosotros mismos lo que vivieron otros elegidos. Caer en la cuenta que por el bautismo Dios nos ha distinguido para ser portavoces de su mensaje de salvación.
De allí la necesidad de tener una experiencia profunda de su intimidad, deslumbrados y conquistados por Él, interpelados por su Vida, recordando a Jeremías que exclamaba “Tú Señor me sedujiste y yo me deje seducir”. Esta vivencia nos lleva a descubrir nuestra nada que conduce a la transformación realizada por Él en nuestro corazón, enviándonos a llevarlo al mundo de hoy apoyados en su sola fuerza.
Para alcanzar esto es necesario dejar la orilla, la playa, ya que muchas veces nosotros permanecemos en la orilla de nuestra vida, sin comprometernos demasiado, huyendo de las complicaciones que nos trae el seguimiento de Cristo. Jesús con frecuencia nos invita a asumir compromisos difíciles para nuestras pobres fuerzas humanas.
El hombre de hoy está acostumbrado a vivir en la superficie, tentado a huir de todo lo que signifique profundidad y compromiso. Con frecuencia huye de la reflexión sobre su vida, compromisos y relación con los otros.
De allí que busca embotar sus sentidos permanentemente, no pensar mucho, vivir el momento, disfrutar cada instante.
Ante esta perspectiva, Jesús interpela a todos diciendo “Navega mar adentro”, aléjate de lo superficial, de lo que encandila, de lo que nada deja.
Es como cuando uno va al boliche, aturdido toda la noche con la estridencia de la música, encandilado por las luces, ensimismado en su propio ritmo, olvidándose de todo, la bebida, el movimiento, y después de ese impacto emocional, quizás alcoholizado al costado de la calle rodeado por el vómito, descubre que nada queda en su corazón.
Como no ha sido tocado en lo más profundo de sí, el vacío no se hace esperar, y se siente impelido a repetir la experiencia a la semana siguiente con la ilusión, siempre la ilusión, de alcanzar una plenitud que nunca llega, de llenarse de nada.
La experiencia de Dios nos lleva, en cambio a la profundidad de nosotros mismos.
La segunda enseñanza que nos deja el texto evangélico es que Jesús sube a la barca de Pedro. Esto nos es algo meramente anecdótico, significa algo. ¿Quién es Pedro? Aquél a quien Jesús elige como cabeza visible de la Iglesia, que siempre se la ha visto significada en la figura de la barca.
Jesús quiere expresar que en medio de las diferentes barcas, Él sube a la de Pedro para enseñar a la gente y guiarla a los pastos eternos.
Esa barca que es su Iglesia, y que en la historia humana subsiste en la Iglesia Católica.
En la actualidad, aunque desde muchas barcas se proclama el evangelio, es a la barca de Pedro, conducida hoy por Benedicto XVI, a la que Jesús quiso dar la misión concreta de navegar mar adentro.
Esto nos hace caer en la cuenta que a lo largo de la historia humana, y ciertamente hoy, Jesús le dice a su Iglesia “navega mar adentro”, aléjate de la orilla, no te quedes en la playa a recibir el sol de tu historia.
Cristo nos dice hoy a nosotros los católicos, “dejen de estar en la orilla”, “vayan a lo profundo”, dejen la pavada.
A veces nos quejamos que haya católicos que buscan otros cultos religiosos, sin advertir que se van a otra parte porque no encuentran lo que inquieren en la Iglesia Católica.
En efecto, sucede que para no perder feligreses a veces edulcoramos el evangelio. Decimos “hay que tener cuidado de caer mal a la gente, no presentemos el evangelio tal cual es porque a muchos no les va a gustar”.
San Pablo decía ante el rechazo que recibía con frecuencia a causa de su misión, “nuestra predicación procura agradar, no a los hombres, sino a Dios, que penetra los corazones” (1 Tes. 2,4).
Como Iglesia tenemos examinar si navegamos mar adentro.
La liturgia misma con frecuencia es trocada por el culto a la frivolidad.
Al respecto hace un tiempo un muchacho universitario que busca la profundidad en su existir diario tomando en serio la vida cristiana, fue a misa un domingo a una iglesia distinta a la habitual por dificultades de horario, y me decía:- “Padre, yo me acordaba del boliche por el bochinche reinante en la misa, cosas raras, palmoteos y otras cosas, y cuando voy a comulgar, sinceramente tuve que hacer un esfuerzo para pensar que recibiría al Señor, ya que la idea que se me venía a la cabeza era que me iban a dar un choripán”. Es trágico tener que pensar y decir esto.
La liturgia no se puede convertir en un espectáculo, ya que es la actualización del sacrificio de la Cruz por la que fuimos salvados.
A veces en la misa hablamos por el celular, mandamos mensajes de textos, prolongando en el hoy la figura de los soldados que distraídamente jugaban a los dados al pie de la cruz.
A veces pensamos que la enseñanza y vida de la Iglesia tienen que ser más divertidas, contener otros atractivos para los feligreses, especialmente para los jóvenes, sin caer en la cuenta que quien vive superficialmente se afirma más en la “playa” de su historia personal, y para quien busca la profundidad del encuentro con Dios le cerramos la puerta del crecimiento porque no puede “navegar mar adentro”.
El Señor nos dice que no temamos navegar mar adentro. Y esto lo dice porque por nuestros miedos a no tener éxito en la misión evangelizadora, -nos miramos a nosotros mismos y no a la fuerza que viene de Dios- nos asimilamos al mundo creyendo que usando los criterios del mismo llegaremos a buen término.
Muchas veces olvidamos las palabras de Jesús que estamos en el mundo pero no somos del mundo, ya que Él mismo nos ha sacado del espíritu y cultura mundanos para llevar su mensaje salvador.
Como Iglesia corremos el riesgo de pensar que los bautizados insertos en la cultura de nuestro tiempo son todos superficiales, y por lo tanto imposibilitados de “navegar mar adentro”, -con lo cual rebajamos la dignidad del mismo hombre-.
Y no es así, ya que aún sin saberlo, cada persona percibe alguna vez en su corazón esa orientación hacia Dios que le viene del hecho de haber sido creado por Dios.
El Señor nos invita a navegar mar adentro en la grandeza de su divinidad, conocer el “misterium tremens”, pero también ir a nuestra intimidad para repetir la experiencia de Isaías, de Pablo y de Pedro que no se quedan con un “impacto” de Jesús, sino que vislumbran una vida nueva.
Convencidos de la necesidad de navegar mar adentro en las aguas de la santidad, incluso para transformar al mundo, dejemos las redes que nos atan a nuestros proyectos, para seguirlo a Jesús.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Homilía en el 5to domingo “per annum”, ciclo “C”. Textos: Is. 6,1-8; 1 Cor.15, 1-11; Lc. 5, 1-11.- 07 de febrero de 2010. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.gjsanignaciodeloyola.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-
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