Tanto el texto del evangelio como el libro de los Hechos de los Apóstoles nos describen lo que aconteció antes de la Ascensión del Señor. Sencillamente nos dice que Jesús el Mesías, padeció, murió y resucitó de entre los muertos, que luego se apareció a sus discípulos para confortarlos, afirmarlos en lo que les había enseñado mientras estuvo con ellos, prometiéndoles el don del Espíritu Santo y asegurándoles que estaría con ellos hasta el fin de los tiempos. Dicho todo esto Jesús asciende al Cielo para encontrarse con su Padre.
De una manera simple lo describe Lucas tanto en el libro de los Hechos como en el tercer Evangelio.
En efecto, en el texto del Evangelio se da testimonio que los apóstoles llenos de alegría comunican esta vuelta de Cristo al Padre.
En los Hechos se afirma que se quedaron mirando al cielo en ese momento, y que dos hombres vestidos de blanco les aseguran de Jesús que vendrá de la misma manera que lo han visto partir. De esa manera los interpelan para que dejando de mirar hacia arriba vayan presurosos a predicar.
De esta manera los sustrae de la contemplación –necesaria, por cierto, para la vida cristiana- , recordándoles el encargo recibido de Jesús.
Pero, ¿qué significa la Ascensión del Señor? La carta a los Hebreos es muy clara respecto a esto, afirmando que Jesús entra en el Santuario. No uno construido por manos humanas, como podría ser cada templo, sino el Santuario del Cielo.
El autor sagrado continúa atestiguando que con Cristo ingresa en la eternidad el Sumo y Eterno Sacerdote, el Mediador entre Dios y los hombres, y que a partir de ese momento, Jesús como hombre, posibilita que ya en la vida eterna esté presente la humanidad.
Esto permite descubrir que el cristiano está llamado a caminar por este mundo con la esperanza cierta de que algún día nos encontraremos con Aquél que ya ha anticipado la presencia de nuestra humanidad en la Vida Eterna. De allí que recalque el texto que entraremos a ese Santuario a través de la carne del Señor, de su humanidad.
San Agustín cuando reflexiona sobre este misterio, insistirá en recordar que Cristo, desde el Padre, no se ha separado de nosotros, porque Él sigue siendo la Cabeza de la Iglesia, formada por todos nosotros, los bautizados, y que nosotros no estamos totalmente solos en este peregrinar, sino que a través de la humanidad de Cristo ya estamos presentes en aquello que constituye el futuro prometido a nuestra frágil naturaleza humana.
Esto nos deja entrever, pues, el mensaje de la previsible exaltación de la humanidad.
Nos hace comprender de qué manera Dios aprecia al ser humano ya que no solamente ha querido que su Hijo se hiciera hombre, que tuviera nuestra misma naturaleza, semejante a nosotros en todo menos en el pecado, sino que también hace realidad el que esa humanidad ya esté enaltecida.
El cristiano mientras camina por este mundo ha de ir alimentando esa esperanza de forma que lo que ya ha comenzado con Cristo, después se concrete en cada uno de nosotros, ya que como afirma la carta a los Hebreos “Dios es fiel”, cumple con su Palabra.
Pero esto también nos permite a nosotros tomar debida cuenta de la dignidad de la persona humana, especialmente teniendo en cuenta la cultura de nuestro tiempo. En efecto, en la sociedad actual comprobamos muchas veces cómo el ser humano, la naturaleza humana, es denigrada.
Basta con advertir la chabacanería reinante, las bajezas más grandes, la corrupción, el orgullo y tantas cosas en las cuales el ser humano se ha metido, que caemos en la cuenta cómo se está negando aquello que es desde la creación, alguien creado a imagen y semejanza de Dios.
Hoy en día el ser humano aparece como un ser abyecto no sólo en su ser sino en sus acciones. Hay como una búsqueda de todo aquello que denigra al hombre, que le hace olvidar lo que es por creación, por disposición divina, hijo de Dios.
La Ascensión del Seño, pues, viene a recordarnos que nada de eso ha de colmar el corazón humano. Que la verdadera “onda” para el cristiano está en aquello que lo enaltece, que le permite ir elevándose cada vez más en su naturaleza humana.
De allí que resulte fundamental y necesario reconocer que estamos llamados a la santidad, esa santidad que consiste en buscar en cada momento de nuestra vida, parecernos lo más posible a Jesús.
Que en nuestras actividades cotidianas busquemos al Señor: en la familia, en el matrimonio, en el estudio, en el trabajo o en la profesión.
En cada actividad de nuestra vida habitual elevarnos a aquello que nos enaltece como hijos del Padre común de todos, de manera que podamos mostrar al mundo cuánta dignidad tiene el hecho de ser hombre.
Y esto es así, porque justamente Dios nos ha creado para entrar al Santuario del Cielo, donde ya se nos ha adelantado el mismo Cristo, asegurándonos que la promesa que nos ha hecho se cumplirá.
Jesús envía a sus discípulos, y con ellos a nosotros, a llevar su mensaje al mundo.
¿Y cuál es ese mensaje? Quiere comunicarnos no sólo la grandeza divina sino también la humana, la cual va creciendo cuando nuestra intimidad con Dios se va haciendo cada vez más profunda.
Y en esta predicación no estamos solos ya que envía el don del Espíritu Santo. El mismo Jesús dice, “esperen en Jerusalén” a aquél que enviaré desde el Padre.
Es el Espíritu Santo quien se presenta para iluminarnos, para esclarecernos acerca de todo lo que Jesús nos ha enseñado y, se manifiesta para darnos la fuerza necesaria para vivir este ideal.
Queridos hermanos: contemplando a Jesús que ha subido al cielo busquemos lo que nos permita ascender a aquello que nos hace verdaderamente grandes como hijos de Dios. Sepamos vivir y mostrar al mundo que estamos llamados a vivir no en la chatura, en la mediocridad, en la medianía, sino que estamos convocados a lo que nos engrandece como hijos del padre.-
Padre Ricardo B. Mazza. Homilía en la fiesta de la Ascensión del Señor el día 16 de mayo de 2010. Textos: (ciclo C) Hechos 1, 1-11: Hebreos 9, 24-28; 10, 19-21; Lc. 24, 46-53.-
ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.- http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com.-
De una manera simple lo describe Lucas tanto en el libro de los Hechos como en el tercer Evangelio.
En efecto, en el texto del Evangelio se da testimonio que los apóstoles llenos de alegría comunican esta vuelta de Cristo al Padre.
En los Hechos se afirma que se quedaron mirando al cielo en ese momento, y que dos hombres vestidos de blanco les aseguran de Jesús que vendrá de la misma manera que lo han visto partir. De esa manera los interpelan para que dejando de mirar hacia arriba vayan presurosos a predicar.
De esta manera los sustrae de la contemplación –necesaria, por cierto, para la vida cristiana- , recordándoles el encargo recibido de Jesús.
Pero, ¿qué significa la Ascensión del Señor? La carta a los Hebreos es muy clara respecto a esto, afirmando que Jesús entra en el Santuario. No uno construido por manos humanas, como podría ser cada templo, sino el Santuario del Cielo.
El autor sagrado continúa atestiguando que con Cristo ingresa en la eternidad el Sumo y Eterno Sacerdote, el Mediador entre Dios y los hombres, y que a partir de ese momento, Jesús como hombre, posibilita que ya en la vida eterna esté presente la humanidad.
Esto permite descubrir que el cristiano está llamado a caminar por este mundo con la esperanza cierta de que algún día nos encontraremos con Aquél que ya ha anticipado la presencia de nuestra humanidad en la Vida Eterna. De allí que recalque el texto que entraremos a ese Santuario a través de la carne del Señor, de su humanidad.
San Agustín cuando reflexiona sobre este misterio, insistirá en recordar que Cristo, desde el Padre, no se ha separado de nosotros, porque Él sigue siendo la Cabeza de la Iglesia, formada por todos nosotros, los bautizados, y que nosotros no estamos totalmente solos en este peregrinar, sino que a través de la humanidad de Cristo ya estamos presentes en aquello que constituye el futuro prometido a nuestra frágil naturaleza humana.
Esto nos deja entrever, pues, el mensaje de la previsible exaltación de la humanidad.
Nos hace comprender de qué manera Dios aprecia al ser humano ya que no solamente ha querido que su Hijo se hiciera hombre, que tuviera nuestra misma naturaleza, semejante a nosotros en todo menos en el pecado, sino que también hace realidad el que esa humanidad ya esté enaltecida.
El cristiano mientras camina por este mundo ha de ir alimentando esa esperanza de forma que lo que ya ha comenzado con Cristo, después se concrete en cada uno de nosotros, ya que como afirma la carta a los Hebreos “Dios es fiel”, cumple con su Palabra.
Pero esto también nos permite a nosotros tomar debida cuenta de la dignidad de la persona humana, especialmente teniendo en cuenta la cultura de nuestro tiempo. En efecto, en la sociedad actual comprobamos muchas veces cómo el ser humano, la naturaleza humana, es denigrada.
Basta con advertir la chabacanería reinante, las bajezas más grandes, la corrupción, el orgullo y tantas cosas en las cuales el ser humano se ha metido, que caemos en la cuenta cómo se está negando aquello que es desde la creación, alguien creado a imagen y semejanza de Dios.
Hoy en día el ser humano aparece como un ser abyecto no sólo en su ser sino en sus acciones. Hay como una búsqueda de todo aquello que denigra al hombre, que le hace olvidar lo que es por creación, por disposición divina, hijo de Dios.
La Ascensión del Seño, pues, viene a recordarnos que nada de eso ha de colmar el corazón humano. Que la verdadera “onda” para el cristiano está en aquello que lo enaltece, que le permite ir elevándose cada vez más en su naturaleza humana.
De allí que resulte fundamental y necesario reconocer que estamos llamados a la santidad, esa santidad que consiste en buscar en cada momento de nuestra vida, parecernos lo más posible a Jesús.
Que en nuestras actividades cotidianas busquemos al Señor: en la familia, en el matrimonio, en el estudio, en el trabajo o en la profesión.
En cada actividad de nuestra vida habitual elevarnos a aquello que nos enaltece como hijos del Padre común de todos, de manera que podamos mostrar al mundo cuánta dignidad tiene el hecho de ser hombre.
Y esto es así, porque justamente Dios nos ha creado para entrar al Santuario del Cielo, donde ya se nos ha adelantado el mismo Cristo, asegurándonos que la promesa que nos ha hecho se cumplirá.
Jesús envía a sus discípulos, y con ellos a nosotros, a llevar su mensaje al mundo.
¿Y cuál es ese mensaje? Quiere comunicarnos no sólo la grandeza divina sino también la humana, la cual va creciendo cuando nuestra intimidad con Dios se va haciendo cada vez más profunda.
Y en esta predicación no estamos solos ya que envía el don del Espíritu Santo. El mismo Jesús dice, “esperen en Jerusalén” a aquél que enviaré desde el Padre.
Es el Espíritu Santo quien se presenta para iluminarnos, para esclarecernos acerca de todo lo que Jesús nos ha enseñado y, se manifiesta para darnos la fuerza necesaria para vivir este ideal.
Queridos hermanos: contemplando a Jesús que ha subido al cielo busquemos lo que nos permita ascender a aquello que nos hace verdaderamente grandes como hijos de Dios. Sepamos vivir y mostrar al mundo que estamos llamados a vivir no en la chatura, en la mediocridad, en la medianía, sino que estamos convocados a lo que nos engrandece como hijos del padre.-
Padre Ricardo B. Mazza. Homilía en la fiesta de la Ascensión del Señor el día 16 de mayo de 2010. Textos: (ciclo C) Hechos 1, 1-11: Hebreos 9, 24-28; 10, 19-21; Lc. 24, 46-53.-
ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.- http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com.-
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