8 de mayo de 2010

La Iglesia,” nueva morada de Dios entre los hombres”.


En la última Cena Jesús nos dice que “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él”. Con estas palabras hace referencia al hecho de que con la aceptación de su pasión, muerte y resurrección, ha dado la mayor gloria al Padre. Que ha vivido y vivirá hasta las últimas consecuencias la voluntad del Padre. El designio de Dios Salvador que en definitiva es para bien del hombre, se centra en la presencia de Jesús como el siervo sufriente y glorificado. Y así, entonces, aquello que es ignominia y vergüenza para los hombres, la cruz, es motivo de glorificación para Jesús, ya que allí se presenta su grandeza, en lo que ha hecho por nosotros y siguiendo la voluntad de Padre.
Y esta glorificación del Padre y del Hijo, que es el reconocimiento de la dignidad y de la grandeza de ambos a través del misterio pascual, es lo que hemos de buscar también nosotros.
Expresa la primera oración de la liturgia de este día como oración de súplica a Dios, “que Él aplique en nosotros el misterio pascual para renacer a la vida nueva de la gracia y, así dando fruto abundante podamos algún día encontrarnos con el Padre del cielo”.
La Palabra de Dios nos alienta, por lo tanto, a vivir este misterio pascual.
El Apocalipsis en la segunda lectura de hoy señala que Juan en la visión que tiene, observa a la nueva Jerusalén que como una novia ataviada desciende del cielo para encontrarse con su esposo.
¿Quién es esa novia engalanada, esa nueva Jerusalén? Es la iglesia. ¿Quién es ese esposo que la recibe? Cristo mismo.
Y sigue expresando el libro del Apocalipsis que la nueva Jerusalén se identifica como “la morada de Dios entre los hombres” (Ap.21, 3), donde Dios es el Señor y donde cada uno de nosotros forma parte de su pueblo.
¿Cómo no evocar la imagen del arca que alberga a los elegidos que creyendo en la amenaza del diluvio –imagen de las dificultades y anegamientos de la cultura sin Dios de nuestro tiempo- se refugiaron en su seno con espíritu de conversión y con la convicción de sellar otro pacto de fidelidad con el Creador?
Indudablemente también el Apocalipsis está recordando al Antiguo Testamento cuando Yahvé le dijo al pueblo elegido “Yo seré el Dios de ustedes y ustedes mi pueblo si escuchan la palabra y la cumplen”.
Este nuevo pueblo de Dios es la Iglesia, que nace del costado abierto del crucificado y, que enviada por el Espíritu a predicar el evangelio a todo el mundo recibe a quienes creen, y así se cumple la promesa de que “ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos” (Ap.21, 3).
¡Qué hermosas palabras llenas de consuelo oímos del Apocalipsis! Decir que la Iglesia –bajo la imagen de nueva Jerusalén-, es la nueva morada de Dios entre los hombres, es un mensaje que merece ser grabado no sólo en la mente sino en el corazón.
En medio de las críticas y desprecios que recibe la Iglesia, escuchar esta afirmación nos debe dejar plenos de consuelo.
Cristo sabe cómo está constituida su Iglesia, de muchos pecadores por cierto, pero ha querido y sigue queriendo que sea la nueva morada de Dios entre los hombres, porque ha nacido de su cruz y resurrección salvadoras.
Y en esa morada de Dios entre los hombres “el que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21, 5).-
En la misma Iglesia, barca de salvación, se realiza el encuentro con Dios en la tierra, en su morada, que nos guía y hace añorar el definitivo.
Pablo y Bernabé están convencidos de esta nueva morada de Dios entre los hombres. Por eso ambos retornan a Antioquia (Hechos 14, 20-26) de donde habían partido, y lo hacen deteniéndose en las distintas comunidades que ya habían visitado o fundado, para exhortarlas y confirmarlas en la fe, diciéndoles que sigan adelante a pesar de las dificultades, y más aún, les dicen que es necesario padecer persecución por causa del evangelio si es que se quiere llegar a la meta esperada y prometida por el resucitado.
Pablo y Bernabé además de decir esto, consuelan a las comunidades en medio de una cultura adversa, propia del mundo pagano, van configurando mejor a las comunidades estableciendo presbíteros para que guíen a los cristianos, encomendándolos al Señor en quien habían creído
Invocan al Espíritu Santo apareciendo esa fuerza que procede de lo alto para animar y sostener a los discípulos y bautizados, para que se mantengan fieles al Señor.
Los apóstoles comunican a la comunidad de Antioquia, de la que habían sido enviados, las alegrías que detectaban en aquellos que habían abrazado la causa del resucitado encontrándose con Él.
La vivencia de esto –decíamos en la primera oración de la misa- permite a cada uno buscar siempre a Cristo, al que habían conocido, y se sienten unidos gracias al mandamiento nuevo recibido del Señor en la última Cena. ¿Por qué es llamado “nuevo” el mandamiento del amor (Juan 13, 31-33)? ¿No existía acaso el amor dentro de la familia, entre los hermanos y amigos? Sí, pero Cristo nos quiere dejar un amor diferente, distinto. No es simplemente el amor humano al que está llamada toda persona por el sólo hecho de serlo, sino que es un amor divino que transforma y al que estamos impelidos por el sacramento del bautismo. De ese modo el amor del Padre se derrama en el corazón de los creyentes por medio de su Hijo.
Este amor “nuevo”, pues, no es al modo humano sino al modo divino.
De allí se explica que Jesús nos diga que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos-que es justamente lo que Él manifestó al dar su vida en la Cruz por la humanidad toda-, que es necesario amar a los enemigos, que hemos de perdonar setenta veces siete, es decir siempre, como lo hace con nosotros tantas veces en el sacramento de la Reconciliación.
Es en este contexto que Jesús afirma confiado que quien lo ama cumplirá sus mandamientos, ya que para vivir esto no es suficiente el amor humano, sino que se necesita del amor divino derramado en nuestros corazones.
Nos cuesta cumplir los mandamientos, muchas veces, avanzar en la plenitud de vida evangélica, porque falta ese amor “nuevo” que recibimos en el bautismo, y que es renovado y enriquecido permanentemente por la gracia que nos asemeja a Dios cada vez más.
Este amor nuevo originado en el Espíritu nos permite vivir en la novedad que se nos transmite por el resucitado, y transforma el corazón del creyente orientándolo a una vida nueva. A través de este amor nuevo, el Señor viene a decirnos en el Apocalipsis “vengo a hacer nuevas todas las cosas”.
Con esto, las comunidades mismas se transforman, porque se dejan de lado las mezquindades, los egoísmos, las pequeñeces propias del puro amor humano que es calculador y ventajero, para comenzar a vivir este amor que brota de Dios Nuestro Señor que transforma no sólo el corazón humano sino toda estructura y actividad humanas dándole una perspectiva nueva.
Queridos hermanos llamados cada uno de nosotros por el bautismo a formar parte de esta morada de Dios entre los hombres que es la Iglesia, preparémonos en esta misma morada para ir al encuentro de Dios.
La nueva Jerusalén que si bien comienza aquí, se perfecciona y culmina en la nueva Jerusalén del Cielo donde “el mar ha sido vencido” ese mar que siempre ha significado el maligno y sus fuerzas, donde el Señor secará toda lágrima porque en la intimidad con Dios cesará toda pena, toda angustia, todo lo que aqueja al ser humano.
Vayamos, pues, al encuentro del Señor como miembros de esta morada de Dios entre los hombres, sintámonos renovados e impulsados a llevar al mundo este mensaje que nos trae el resucitado, el “ámense los unos a los otros como yo los he amado”.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el v° domingo de Pascua. Ciclo “C”. 02 de Mayo de 2010.
ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/provida; http://.gjsanignaciodeloyola.blogspot.com; http://ricardomazza.blogspot.com.-

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