El cirio encendido signo de Cristo resucitado nos ha acompañado en cada misa de estos cincuenta días. Cristo corona el misterio pascual de su muerte y resurrección enviándonos el don del Espíritu, que es el amor entre el Padre y el Hijo. Ese Espíritu Santo, que como su nombre lo indica, viene a santificar a los creyentes haciéndose presente en cada uno de nosotros toda vez que abrimos nuestro corazón para que Él lo habite y plenifique con la luz que nos hace entender más profundamente las enseñanzas de Cristo y la fuerza que permite ir al encuentro del hombre de nuestro tiempo para llevarles el evangelio con valentía, sin miedo.
Esa transformación que el Espíritu realizó en los Apóstoles se continúa en la historia de la Iglesia, en cada uno de los bautizados de todos los tiempos.
La presencia del Espíritu Santo se hizo visible a través de signos, señales.
Y así, los Hechos de los Apóstoles (2,1-5) mencionan que “estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”.
Estos signos evocan lo sucedido de un modo semejante cuando se realizó la Alianza del Sinaí, el Pentecostés del Antiguo Testamento.
Señala el Éxodo (19,16-18) que “al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció de temor. Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios”.
Sin embargo el resultado de ambos hechos prodigiosos es muy diferente. En efecto, en el Sinaí todos se llenan de temor ante esta teofanía –manifestación de Dios-, mientras que en el Cenáculo, todos se llenan del Espíritu Santo. Pero en ambos hechos, por medio de los fenómenos estrepitosos que lo preceden, queda en evidencia el poder de lo Alto que viene al encuentro del hombre
Pero además, mientras en el Sinaí se sella la Alianza entre Dios y el pueblo que se constituye en “propiedad exclusiva entre todos los pueblos” (Éxodo 19, 5), con la venida del Espíritu Santo todas las naciones se constituyen en propiedad de Dios.
Los judíos de la diáspora, es decir, los que vivían en distintos países y por lo tanto hablaban diversas lenguas, se encontraban en Jerusalén para celebrar el Pentecostés judío. En ese contexto toman conciencia de otro signo especial, ya que comienzan a entender perfectamente lo que dicen los apóstoles, situación que sorprende ya que eran todos galileos.
¿Cómo es posible que cada uno los escuche hablar en su propia lengua?
¿Qué significado tiene este prodigio? Por contraposición hace presente aquel hecho de la torre de Babel (Gén. 11, 1-9) -que recordamos anoche con ocasión de la vigilia de Pentecostés- en que los hombres llevados por la soberbia levantaron aquella torre para alcanzar a Dios y, que como fruto de ese pecado provocaron la confusión de lenguas.
Este suceso viene a significar que cuando el ser creado quiere ser Dios, pretendiendo despojar a Éste de su grandeza, pierde la capacidad de vivir según su propio ser de un modo unificado, mientras que el acontecimiento salvífico de Pentecostés está expresando que la acción del Espíritu contribuye siempre a la unidad.
Mientras el pecado dispersa los corazones, el Espíritu de Dios une a todos y les hace hablar en un lenguaje común aunque haya diversidad de lenguas.
El Espíritu a través de la pluralidad va expresando la unidad de los corazones y de las mentes que buscan siempre la fidelidad a Cristo y al evangelio.
El Espíritu, por otra parte, -nos dice san Pablo (1 Cor. 12, 3-7.12-13)- reparte sus dones a cada uno de los bautizados, a cada uno confiere un don especial o concede una posibilidad nueva para el servicio de la comunidad.
Cuando en la Iglesia todos unidos nos ocupamos de lo que reclama el Espíritu, lo hacemos para el bien de la comunidad y su edificación.
En cambio, cuando el cristiano piensa en su propio éxito, no ha entendido que los dones recibidos son para el servicio de la comunidad.
Por eso es importante descubrir cuál es la voluntad del Señor, con qué dones nos ha revestido más allá de los siete dones. Reconocer aquellas perfecciones que nos enaltecen como personas y que otorgan la posibilidad de manifestar la multiforme riqueza del Espíritu.
Como no somos todos iguales, podemos manifestar unidos por el vínculo de la caridad, aunque sea limitadamente, la insondable riqueza de Dios.
En este día sintiéndonos miembros de la comunidad parroquial de san Juan Bautista estamos convocados en el marco de la celebración este año de cien años de presencia en esta jurisdicción católica a revalorizar y revivir los dones que el Señor nos ha entregado.
Siguiendo los pasos de quienes nos han precedido a lo largo de esta centenaria historia parroquial somos interpelados a recibir el legado que se nos ha transmitido para continuar con nuevos bríos evangelizadores al servicio del Señor.
Cada uno de nosotros según sus dones, está llamado a laborar en el campo de la catequesis, de la liturgia, de la pastoral familiar, de la caridad, o dentro de los movimientos con sus carismas peculiares.
De esta forma el Espíritu hará frutificar nuestra entrega copiosamente. Hemos de pensar a qué nos llama el Señor para luego responderle generosamente acorde con su bondad infinita.
El Espíritu que condujo durante cien años a esta parroquia quiere seguir haciéndolo transmitiéndonos un nuevo ardor misionero para que no quede lugar sin recibir el anuncio de Jesús. De esta manera poniendo cada uno lo mejor de sí de lo recibido por el Espíritu, contribuyamos a hacer realidad la unidad eclesial a la que somos convocados.
Abramos nuestro corazón para que esto pueda ser realidad y transformados en nuevas creaturas contribuyamos a la edificación de la Iglesia.
Que el misterio de la Pascua que hoy culminamos oficialmente con la venida del Espíritu, pero que actualizaremos cada domingo, signifique para nosotros mismos una renovación total y así entremos de lleno en la vida de resucitados.
Quiera Dios concedernos que no encuentre el Espíritu obstáculos en nuestro corazón sino que por el contrario le digamos generosamente “Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.
Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo de Pentecostés (Ciclo “C”). 23 de mayo de 2010.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com.-
Esa transformación que el Espíritu realizó en los Apóstoles se continúa en la historia de la Iglesia, en cada uno de los bautizados de todos los tiempos.
La presencia del Espíritu Santo se hizo visible a través de signos, señales.
Y así, los Hechos de los Apóstoles (2,1-5) mencionan que “estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”.
Estos signos evocan lo sucedido de un modo semejante cuando se realizó la Alianza del Sinaí, el Pentecostés del Antiguo Testamento.
Señala el Éxodo (19,16-18) que “al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció de temor. Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios”.
Sin embargo el resultado de ambos hechos prodigiosos es muy diferente. En efecto, en el Sinaí todos se llenan de temor ante esta teofanía –manifestación de Dios-, mientras que en el Cenáculo, todos se llenan del Espíritu Santo. Pero en ambos hechos, por medio de los fenómenos estrepitosos que lo preceden, queda en evidencia el poder de lo Alto que viene al encuentro del hombre
Pero además, mientras en el Sinaí se sella la Alianza entre Dios y el pueblo que se constituye en “propiedad exclusiva entre todos los pueblos” (Éxodo 19, 5), con la venida del Espíritu Santo todas las naciones se constituyen en propiedad de Dios.
Los judíos de la diáspora, es decir, los que vivían en distintos países y por lo tanto hablaban diversas lenguas, se encontraban en Jerusalén para celebrar el Pentecostés judío. En ese contexto toman conciencia de otro signo especial, ya que comienzan a entender perfectamente lo que dicen los apóstoles, situación que sorprende ya que eran todos galileos.
¿Cómo es posible que cada uno los escuche hablar en su propia lengua?
¿Qué significado tiene este prodigio? Por contraposición hace presente aquel hecho de la torre de Babel (Gén. 11, 1-9) -que recordamos anoche con ocasión de la vigilia de Pentecostés- en que los hombres llevados por la soberbia levantaron aquella torre para alcanzar a Dios y, que como fruto de ese pecado provocaron la confusión de lenguas.
Este suceso viene a significar que cuando el ser creado quiere ser Dios, pretendiendo despojar a Éste de su grandeza, pierde la capacidad de vivir según su propio ser de un modo unificado, mientras que el acontecimiento salvífico de Pentecostés está expresando que la acción del Espíritu contribuye siempre a la unidad.
Mientras el pecado dispersa los corazones, el Espíritu de Dios une a todos y les hace hablar en un lenguaje común aunque haya diversidad de lenguas.
El Espíritu a través de la pluralidad va expresando la unidad de los corazones y de las mentes que buscan siempre la fidelidad a Cristo y al evangelio.
El Espíritu, por otra parte, -nos dice san Pablo (1 Cor. 12, 3-7.12-13)- reparte sus dones a cada uno de los bautizados, a cada uno confiere un don especial o concede una posibilidad nueva para el servicio de la comunidad.
Cuando en la Iglesia todos unidos nos ocupamos de lo que reclama el Espíritu, lo hacemos para el bien de la comunidad y su edificación.
En cambio, cuando el cristiano piensa en su propio éxito, no ha entendido que los dones recibidos son para el servicio de la comunidad.
Por eso es importante descubrir cuál es la voluntad del Señor, con qué dones nos ha revestido más allá de los siete dones. Reconocer aquellas perfecciones que nos enaltecen como personas y que otorgan la posibilidad de manifestar la multiforme riqueza del Espíritu.
Como no somos todos iguales, podemos manifestar unidos por el vínculo de la caridad, aunque sea limitadamente, la insondable riqueza de Dios.
En este día sintiéndonos miembros de la comunidad parroquial de san Juan Bautista estamos convocados en el marco de la celebración este año de cien años de presencia en esta jurisdicción católica a revalorizar y revivir los dones que el Señor nos ha entregado.
Siguiendo los pasos de quienes nos han precedido a lo largo de esta centenaria historia parroquial somos interpelados a recibir el legado que se nos ha transmitido para continuar con nuevos bríos evangelizadores al servicio del Señor.
Cada uno de nosotros según sus dones, está llamado a laborar en el campo de la catequesis, de la liturgia, de la pastoral familiar, de la caridad, o dentro de los movimientos con sus carismas peculiares.
De esta forma el Espíritu hará frutificar nuestra entrega copiosamente. Hemos de pensar a qué nos llama el Señor para luego responderle generosamente acorde con su bondad infinita.
El Espíritu que condujo durante cien años a esta parroquia quiere seguir haciéndolo transmitiéndonos un nuevo ardor misionero para que no quede lugar sin recibir el anuncio de Jesús. De esta manera poniendo cada uno lo mejor de sí de lo recibido por el Espíritu, contribuyamos a hacer realidad la unidad eclesial a la que somos convocados.
Abramos nuestro corazón para que esto pueda ser realidad y transformados en nuevas creaturas contribuyamos a la edificación de la Iglesia.
Que el misterio de la Pascua que hoy culminamos oficialmente con la venida del Espíritu, pero que actualizaremos cada domingo, signifique para nosotros mismos una renovación total y así entremos de lleno en la vida de resucitados.
Quiera Dios concedernos que no encuentre el Espíritu obstáculos en nuestro corazón sino que por el contrario le digamos generosamente “Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.
Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo de Pentecostés (Ciclo “C”). 23 de mayo de 2010.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com.-
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