10 de septiembre de 2010

Llamados al seguimiento del amor pleno que es Cristo.

La palabra de Dios nos llama la atención hoy sobre un tema importante en la vida del cristiano, la sabiduría. Los textos bíblicos van distinguiendo la sabiduría humana de aquella sabiduría que va más allá del plano terrenal. Al respecto, en la primera lectura se pregunta “¿qué hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse una idea de lo que quiere el Señor?”. Para que entendamos cuán difícil es conocer el designio y voluntad de Dios hace un repaso de las dificultades que tiene el ser humano en orden al conocimiento de todo lo que lo rodea, de las cosas de este mundo. Y así irá señalando que el conocer del hombre es fatigoso y que no siempre llega a descubrir la verdad más profunda de aquello que lo rodea. De hecho sabemos por experiencia cómo el ser humano en el transcurso del tiempo ha ido creciendo en el mundo del conocimiento en todos los órdenes. Pero siempre estamos ante un discernimiento perecedero que en definitiva no llena el corazón humano, ya que quedan siempre muchas lagunas en nuestra vida que no tienen una respuesta adecuada en el conocimiento que cada uno puede ir adquiriendo.
Por eso la pregunta sobre qué hombre puede conocer los designios de Dios es de capital importancia.
Ante la impotencia del ser humano por conocer el designio divino, surge la respuesta dada por el mismo Jesús.
A través de su Espíritu va señalando los pasos que conducen a la verdadera sabiduría, la cual consiste en saber vivir bien, es decir existir de un modo inteligente, saber de nuestro origen y meta, de nuestra realidad trascendente y conocer el camino que conduce a lo que plenifica el hombre. De hecho estamos llamados a la grandeza, a la que puede llegar alguien que es hijo de Dios, creado a imagen y semejanza suya.
En el evangelio aparece esta respuesta del Señor a la pregunta que nos hacíamos contemplando las enseñanzas del Antiguo Testamento. Jesús en camino a Jerusalén es seguido por una gran multitud. De repente se da vuelta y les dice a todos que quien no lo ame más que al padre, la madre, o a cualquier otro afecto humano, no puede ser su discípulo.
Uno podría pensar acerca de qué ha sucedido para que el Señor haga estas afirmaciones. Es que Jesús al dirigirse a Jerusalén está anticipando lo que vendrá después, su sacrificio redentor. Y como conoce el corazón del hombre sabe perfectamente cuál es el sentido del seguimiento de la gente. Ha hecho milagros, curaciones, les ha dado de comer en diversas oportunidades, ha resucitado muertos, les habla de modo que el corazón de las personas queda satisfecho ya que encuentran en Jesús alguien totalmente diferente.
Pero el Señor quiere ahondar en esto y, quiere hacerlo de una manera precisa, invitando a sus oyentes y, con ellos a nosotros mismos, a una vida que implica la perfección evangélica, en la que en la escala de valores que tenemos habitualmente, Él esté en primer lugar y, detrás suyo todos los otros amores que aparecen en nuestra vida cotidiana.
Se trata de una propuesta difícil de entender para el común de la gente. Solamente a través de la sabiduría que da el espíritu es posible comprender que Jesús apunta no sólo a la sabiduría sobrenatural sino también a enriquecer la sabiduría terrenal, humana, porque cuando Jesús está presente como el más importante en nuestra vida, todos los demás amores y quereres son vistos de un modo radicalmente distinto.
Y así por ejemplo un padre o una madre que aman profundamente a Jesús, que lo tienen en su corazón, querrán para sus hijos y seres queridos lo mejor, el bien, siendo el bien más perfecto el espiritual. Es decir, que los unidos al Señor se preocupan si aquellos que aman están igualmente unidos a Él.
Cuando el corazón del hombre, en cambio, no está unido al Señor, y se vive de la sabiduría del mundo, sólo se espera de sus seres queridos el éxito temporal y mundano, el buen pasar, la salud y dinero, sin importarle que estos cercanos suyos estén lejos de la persona y vida de Jesús, o vivan en pareja o sean deshonestos en su trabajo o en su negocio.
Esto queda siempre en un segundo plano porque al no estar Cristo en el primer lugar de la jerarquía de valores se carece de una mirada nueva respecto a las situaciones cotidianas.
Por eso cuando Jesús pide esta exclusividad es porque “excluye” toda mirada frívola de nuestra vida, e “incluye” una contemplación nueva respecto a lo que forma parte de nuestra existencia. Por otra parte, cuando Cristo invita a poner en su persona la centralidad de nuestra vida, esta partiendo del hecho de nuestra meta última.
En la vida eterna el ser humano a través de su inteligencia y voluntad queda totalmente colmado de la visión de Dios y todo lo demás que ha formado parte de su vida temporal es mirado con una visual distinta plenificante del ser humano.
Por eso el Señor hace esta llamada principal a nuestra existencia para tenerlo a Él como el más importante en nuestra existencia.
Para que veamos cómo esto define la vida del hombre, parte de los ejemplos de lo cotidiano. Y así, el que construye debe evaluar si cuenta con los medios para acabar lo emprendido y, el rey que sale a guerrear deberá considerar si cuenta con las tropas necesarias para derrotar al enemigo. De la misma manera en este caminar nuestro que implica trabajar por la gran estrategia que es el encuentro con Dios, hemos de ir midiendo los pros y los contras para saber de qué manera podemos acercarnos al Señor y ser discípulos suyos. Por eso nos pide ese despojo de nosotros mismos, de los criterios con que nos manejamos habitualmente para ingresar en los discernimientos nuevos que nos presenta.
La invitación que hace el Señor a seguirlo como discípulos fieles, está dirigida especialmente a los jóvenes, ya que es en la juventud cuando surgen los grandes ideales de entrega, los deseos de ayudar a otros con la propia vida, de cambiar el mundo, de mejorarlo.
El amar más a Jesús significará para los padres, por ejemplo, ayudar a sus hijos a conocer lo que el Señor quiere de ellos, ya que cuando se conoce su llamada se encuentra el sentido de la propia existencia, se descubren los planes que Dios tiene para cada uno, ya para los hijos como para los padres.
La felicidad de los padres y de los hijos depende del cumplimiento de los designios de Dios, que nunca encadenan, sino que potencian al hombre, lo desarrollan, lo dignifican, ensanchan su libertad, lo hacen feliz.
Para concluir y, en relación con el tema de la verdadera sabiduría, San Pablo nos deja una enseñanza importante que consiste en transformar la sabiduría del mundo en la de Dios. Onésimo era un esclavo que había escapado de su dueño, Filemón. Durante su permanencia junto a Pablo fue catequizado y convertido al cristianismo. En la cárcel hubiera querido Pablo retenerlo junto a sí para que le ayudara, sin embargo lo devolvió a Filemón encomendándole el que lo reciba de manera nueva sin castigarlo por su huída.
En efecto, Onésimo no es ya un simple esclavo o servidor de Filemón, sino hermano en la fe. En ese momento, para la sabiduría del mundo, Onésimo que era esclavo debía someterse a las normas en vigencia. Pablo invita a una mirada superadora de la concepción que se tenía acerca de la servidumbre, ya que no es sólo siervo, sino un hermano en la fe que ha de ser recibido y tratado como tal.
Con esta mirada paulina, pues, percibimos que las realidades temporales alcanzan una nueva iluminación desde la fe.
Pidamos al Señor que comprendiendo su buena nueva entremos en la vivencia de la novedad evangélica.

Cngo Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XXIII del tiempo durante el año ciclo “C”.
Textos: Sab. 9,13-19; Filemón 9-10.12-17; Lucas 14, 25-33.- 05 de septiembre de 2010.- http://www.sanjuanbautista.supersitio.net/; ribamazza@gmail.com;
http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com; http://ricardomazza.blogspot.com.

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