Con frecuencia en la liturgia dominical se proclaman textos bíblicos que hacen referencia a la enseñanza de Cristo acerca de las riquezas y su uso. Estas, muchas veces esclavizan al ser humano desvirtuando el sentido de su vida e impidiéndole orientar su corazón al Dios de la Alianza, que se ha comprometido con nosotros desde el día del bautismo y se revela como el verdadero Bien.
Las lecturas bíblicas de este domingo, en especial la profecía de Amós y el evangelio según san Lucas, hacen referencia al buen uso que se ha de dar a los bienes temporales, condenando como contrapartida el mal uso que con frecuencia se hace de ellos. El domingo próximo el profeta Amós mostrará cuál es la consecuencia de esto último, y el texto del evangelio señalará con crudeza el destino del hombre que es incapaz de convertirse, poniéndolo a Dios nuevamente como el centro de su vida.
Esta enseñanza que analizaremos en su momento, está precedida por el mensaje que se nos deja hoy. La profecía de Amós nos interioriza acerca de cómo el enviado de Dios juzga duramente la injusticia social que se vivía en el reino del Norte hacia mediados del siglo VIII antes de Cristo. –Recuérdese que Israel, en ese tiempo, estaba dividido en el reino del Norte o Israel, con diez tribus, siendo su capital en ese entonces Samaría y, el reino del Sur o Judá, con capital en Jerusalén, formado por las tribus de Judá y Benjamín.-
Junto a la prosperidad económica de Israel, favorecida en gran medida por su situación geográfica, crecía una injusticia social cada vez más escandalosa. Los poderosos buscaban enriquecerse explotando y oprimiendo a los más débiles social y económicamente. La defraudación en el comercio y la compra de los pobres por sandalias y, otros males generalizados, causaban una situación de extrema injusticia social.
En nuestros días la “justicia largamente esperada” y no concretada, provoca una situación de injusticia que repite similares hechos.
Podríamos agregar aún, la presencia de aquellos que se enriquecen con el fomento -entre los más pobres en particular- de la droga, el juego, la prostitución. Los hay que dilapidan los fondos que son de todos para mantener ideologías totalitarias, la anticoncepción, el entretenimiento de sociedades serviles por medio de la dádiva o la frivolidad, el premio a los “amigos” o a los seguidores absolutos de la política de los negocios.
Agrava esto que denuncia Amós para su tiempo, pero que tiene aplicación también en nuestros días, el que se pretenda vivir esta realidad unida a una religiosidad fingida por medio de un presuntuoso culto a Dios, que provoca aquellas palabras de “jamás olvidaré ninguna de sus acciones”.
La clave de este enojo nos la da el texto del evangelio proclamado que nos dice “había un hombre rico que tenía un administrador” al que descubren defraudando a su amo. Situación que apunta quizás al hecho de que ese hombre rico es el mismo Dios, Señor absoluto de todo lo creado, siendo el administrador cada uno de nosotros que recibimos la creación en tutela.
En efecto, todo lo creado fue puesto al servicio de la humanidad entera para que cada uno pueda vivir dignamente, como hijo de Dios.
Cuando reflexionamos sobre la justicia advertimos que el objeto de esta virtud es el derecho, es decir, lo que le corresponde a cada uno.
¿Y de dónde surgen los derechos de cada persona? Justamente del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y por lo tanto ser en verdad cada uno de nosotros sus hijos. Ese mismo Dios que creó al hombre ha puesto el resto de la creación al servicio del hombre, para que crezca con dignidad, para que sea feliz y se realice como persona, de manera que en este marco de referencia que es la justicia a nadie le falte y a nadie le sobre. Cuando se producen los desniveles sociales comienza a tener vigencia la injusticia que hace estragos en la vida personal y social.
Por el hecho de ser persona cada uno de nosotros está revestido de igual dignidad, por lo tanto con derecho a tener sus posesiones, su propiedad, sus cosas, aunque también es cierto que existe una igualdad proporcional en la posesión de esos bienes que se funda en el trabajo, en el lugar que cada uno ocupa en la sociedad, de lo que se ocupa la justicia social en su relación con la justicia distributiva. Correlativamente cada uno debe aportar a la comunidad lo que le es propio y que contribuya al bien de todos.
Ahora bien, ¿cuándo se produce la mala administración? Cuando el ser humano cree que es dueño de las cosas y se deja marear por las riquezas que le ofrece la sociedad de consumo, por el deseo de tener y, cree que la vida humana trascurre solamente por este cauce de lo temporal.
Esto provoca que se acumule, que se vaya poseyendo cada vez más bienes, o se busque cualquier medio en su retención, como lo hace este administrador. Para no quedar en la miseria sigue engañando a su señor, buscando ganar amigos con el dinero de la maldad, es decir el de la rapiña.
Esto no resulta extraño en nuestros días a cierta mentalidad acaparadora para el personal provecho de bienes y dinero que son de todos.
Quienes así viven, –y tenemos sobrados ejemplos en nuestra Patria en la actualidad-, se esfuerzan por ganar amigos –que duran sólo en tiempo de bonanza, y se alejan cuando olfatean el peligro y la ruina- que puedan confirmarlos en el poder que detentan o les aseguren impunidad y protección para cuando se les pida cuenta de su administración deshonesta. Así resulta que el que ha puesto su corazón en el dinero y lo tiene como propio, no se sacia nunca, ya que el corazón está exhausto de otros valores que pudieran dar sentido verdadero a sus vidas.
Santo Tomás de Aquino decía en su tiempo que cuanto más el hombre pone como fin de su vida las cosas materiales, más vacío se percibe, ya que naturalmente, como creatura de Dios, está provisto de un dinamismo interior que lo orienta hacia Él su verdadero bien. Sucede que cuando lo deja de lado para postrarse al dios Mamón, el desasosiego se instala en el hombre aunque presuma de ser feliz, insaciable en lo más profundo del ser.
Cristo avanza un poco más en sus consideraciones ya que asegura que este comportamiento es propio de los hijos de este mundo y nosotros no debemos ser como ellos. El elogio del administrador infiel no versa sobre su deshonestidad sino sobre la habilidad para sortear los obstáculos.
Jesús nos señala que en el mundo los hombres hacen cualquier cosa por retener los bienes materiales, a pesar de conocer su precariedad, mientras que los que vivimos de la fe no ponemos el mismo empeño para crecer en la vida de unión con Dios.
Se nos invita, por lo tanto, a ser hábiles para ganar amigos con el dinero de la injusticia. ¿Por qué de la injusticia? Porque las riquezas son mal habidas en muchísimos casos o si fueron adquiridas honestamente, no fueron compartidas con los más pobres a través de lo que hoy llamamos solidaridad, justicia social o justicia distributiva.
Jesús nos aconseja ganar amigos -como lo hace el administrador infiel-, que nos reciban en las moradas eternas. ¿Quiénes son estos? Todos los favorecidos con nuestra caridad, los que hemos asistido en sus necesidades, aquellos con quienes compartimos los bienes temporales, los pisoteados por el mundo que reciben nuestro consuelo.
Jesús insiste en que si el hombre no es honesto en el uso del dinero injusto, es decir si sólo acapara para sí sin abrir su corazón al otro, no lo será en relación con los verdaderos bienes.
El Señor no censura un uso ordenado de los bienes de este mundo ya que contribuyen al desarrollo de la persona acorde con su dignidad, sino que alerta sobre la preocupación actual, desmedida, por acumular más y más, poniendo la esperanza en lo material con el olvido total de nuestro fin trascendente, el cual ya casi no entra en las preocupaciones del hombre que se cierra por ello ante la necesidad del otro.
El Señor algún día nos llamará a rendir cuentas de nuestra administración, y podría decirnos: ¿qué es lo que me han contado de ti? ¿Es cierto que sólo favoreciste a tus amigos, a quienes compraste para mantenerte en el poder? ¿Es cierto que no te preocupaste por remediar en lo que podías la miseria de los demás, preocupándote sólo en tus negocios, muchos de ellos deshonestos?
Pero también puede decirnos, -y ojala sea así- “porque fuiste fiel en lo poco usando honesta y austeramente de los bienes que recibiste, abriendo tu corazón siempre ante las necesidades de los demás, entra a participar de los verdaderos bienes”.
Confiando en que nunca nos faltará la luz de lo Alto para descubrir la voluntad de Dios sobre nosotros en lo que respecta al uso de los bienes temporales y la búsqueda de los eternos, abramos nuestro corazón con confianza a la verdad que nos quiere descubrir con su palabra.
Cngo Prof. Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Homilía en el domingo XXV, ciclo “C”, del tiempo ordinario. 19 de septiembre de 2010. Textos: Amós 8, 4-7; Lucas 16, 1-13.-
ribamazza@gmail.com; http://stomasmoro.blogspot.com; http://ricardomazza.blogspot.com; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com; www.sanjuanbautista.supersitio.net/.-
Las lecturas bíblicas de este domingo, en especial la profecía de Amós y el evangelio según san Lucas, hacen referencia al buen uso que se ha de dar a los bienes temporales, condenando como contrapartida el mal uso que con frecuencia se hace de ellos. El domingo próximo el profeta Amós mostrará cuál es la consecuencia de esto último, y el texto del evangelio señalará con crudeza el destino del hombre que es incapaz de convertirse, poniéndolo a Dios nuevamente como el centro de su vida.
Esta enseñanza que analizaremos en su momento, está precedida por el mensaje que se nos deja hoy. La profecía de Amós nos interioriza acerca de cómo el enviado de Dios juzga duramente la injusticia social que se vivía en el reino del Norte hacia mediados del siglo VIII antes de Cristo. –Recuérdese que Israel, en ese tiempo, estaba dividido en el reino del Norte o Israel, con diez tribus, siendo su capital en ese entonces Samaría y, el reino del Sur o Judá, con capital en Jerusalén, formado por las tribus de Judá y Benjamín.-
Junto a la prosperidad económica de Israel, favorecida en gran medida por su situación geográfica, crecía una injusticia social cada vez más escandalosa. Los poderosos buscaban enriquecerse explotando y oprimiendo a los más débiles social y económicamente. La defraudación en el comercio y la compra de los pobres por sandalias y, otros males generalizados, causaban una situación de extrema injusticia social.
En nuestros días la “justicia largamente esperada” y no concretada, provoca una situación de injusticia que repite similares hechos.
Podríamos agregar aún, la presencia de aquellos que se enriquecen con el fomento -entre los más pobres en particular- de la droga, el juego, la prostitución. Los hay que dilapidan los fondos que son de todos para mantener ideologías totalitarias, la anticoncepción, el entretenimiento de sociedades serviles por medio de la dádiva o la frivolidad, el premio a los “amigos” o a los seguidores absolutos de la política de los negocios.
Agrava esto que denuncia Amós para su tiempo, pero que tiene aplicación también en nuestros días, el que se pretenda vivir esta realidad unida a una religiosidad fingida por medio de un presuntuoso culto a Dios, que provoca aquellas palabras de “jamás olvidaré ninguna de sus acciones”.
La clave de este enojo nos la da el texto del evangelio proclamado que nos dice “había un hombre rico que tenía un administrador” al que descubren defraudando a su amo. Situación que apunta quizás al hecho de que ese hombre rico es el mismo Dios, Señor absoluto de todo lo creado, siendo el administrador cada uno de nosotros que recibimos la creación en tutela.
En efecto, todo lo creado fue puesto al servicio de la humanidad entera para que cada uno pueda vivir dignamente, como hijo de Dios.
Cuando reflexionamos sobre la justicia advertimos que el objeto de esta virtud es el derecho, es decir, lo que le corresponde a cada uno.
¿Y de dónde surgen los derechos de cada persona? Justamente del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y por lo tanto ser en verdad cada uno de nosotros sus hijos. Ese mismo Dios que creó al hombre ha puesto el resto de la creación al servicio del hombre, para que crezca con dignidad, para que sea feliz y se realice como persona, de manera que en este marco de referencia que es la justicia a nadie le falte y a nadie le sobre. Cuando se producen los desniveles sociales comienza a tener vigencia la injusticia que hace estragos en la vida personal y social.
Por el hecho de ser persona cada uno de nosotros está revestido de igual dignidad, por lo tanto con derecho a tener sus posesiones, su propiedad, sus cosas, aunque también es cierto que existe una igualdad proporcional en la posesión de esos bienes que se funda en el trabajo, en el lugar que cada uno ocupa en la sociedad, de lo que se ocupa la justicia social en su relación con la justicia distributiva. Correlativamente cada uno debe aportar a la comunidad lo que le es propio y que contribuya al bien de todos.
Ahora bien, ¿cuándo se produce la mala administración? Cuando el ser humano cree que es dueño de las cosas y se deja marear por las riquezas que le ofrece la sociedad de consumo, por el deseo de tener y, cree que la vida humana trascurre solamente por este cauce de lo temporal.
Esto provoca que se acumule, que se vaya poseyendo cada vez más bienes, o se busque cualquier medio en su retención, como lo hace este administrador. Para no quedar en la miseria sigue engañando a su señor, buscando ganar amigos con el dinero de la maldad, es decir el de la rapiña.
Esto no resulta extraño en nuestros días a cierta mentalidad acaparadora para el personal provecho de bienes y dinero que son de todos.
Quienes así viven, –y tenemos sobrados ejemplos en nuestra Patria en la actualidad-, se esfuerzan por ganar amigos –que duran sólo en tiempo de bonanza, y se alejan cuando olfatean el peligro y la ruina- que puedan confirmarlos en el poder que detentan o les aseguren impunidad y protección para cuando se les pida cuenta de su administración deshonesta. Así resulta que el que ha puesto su corazón en el dinero y lo tiene como propio, no se sacia nunca, ya que el corazón está exhausto de otros valores que pudieran dar sentido verdadero a sus vidas.
Santo Tomás de Aquino decía en su tiempo que cuanto más el hombre pone como fin de su vida las cosas materiales, más vacío se percibe, ya que naturalmente, como creatura de Dios, está provisto de un dinamismo interior que lo orienta hacia Él su verdadero bien. Sucede que cuando lo deja de lado para postrarse al dios Mamón, el desasosiego se instala en el hombre aunque presuma de ser feliz, insaciable en lo más profundo del ser.
Cristo avanza un poco más en sus consideraciones ya que asegura que este comportamiento es propio de los hijos de este mundo y nosotros no debemos ser como ellos. El elogio del administrador infiel no versa sobre su deshonestidad sino sobre la habilidad para sortear los obstáculos.
Jesús nos señala que en el mundo los hombres hacen cualquier cosa por retener los bienes materiales, a pesar de conocer su precariedad, mientras que los que vivimos de la fe no ponemos el mismo empeño para crecer en la vida de unión con Dios.
Se nos invita, por lo tanto, a ser hábiles para ganar amigos con el dinero de la injusticia. ¿Por qué de la injusticia? Porque las riquezas son mal habidas en muchísimos casos o si fueron adquiridas honestamente, no fueron compartidas con los más pobres a través de lo que hoy llamamos solidaridad, justicia social o justicia distributiva.
Jesús nos aconseja ganar amigos -como lo hace el administrador infiel-, que nos reciban en las moradas eternas. ¿Quiénes son estos? Todos los favorecidos con nuestra caridad, los que hemos asistido en sus necesidades, aquellos con quienes compartimos los bienes temporales, los pisoteados por el mundo que reciben nuestro consuelo.
Jesús insiste en que si el hombre no es honesto en el uso del dinero injusto, es decir si sólo acapara para sí sin abrir su corazón al otro, no lo será en relación con los verdaderos bienes.
El Señor no censura un uso ordenado de los bienes de este mundo ya que contribuyen al desarrollo de la persona acorde con su dignidad, sino que alerta sobre la preocupación actual, desmedida, por acumular más y más, poniendo la esperanza en lo material con el olvido total de nuestro fin trascendente, el cual ya casi no entra en las preocupaciones del hombre que se cierra por ello ante la necesidad del otro.
El Señor algún día nos llamará a rendir cuentas de nuestra administración, y podría decirnos: ¿qué es lo que me han contado de ti? ¿Es cierto que sólo favoreciste a tus amigos, a quienes compraste para mantenerte en el poder? ¿Es cierto que no te preocupaste por remediar en lo que podías la miseria de los demás, preocupándote sólo en tus negocios, muchos de ellos deshonestos?
Pero también puede decirnos, -y ojala sea así- “porque fuiste fiel en lo poco usando honesta y austeramente de los bienes que recibiste, abriendo tu corazón siempre ante las necesidades de los demás, entra a participar de los verdaderos bienes”.
Confiando en que nunca nos faltará la luz de lo Alto para descubrir la voluntad de Dios sobre nosotros en lo que respecta al uso de los bienes temporales y la búsqueda de los eternos, abramos nuestro corazón con confianza a la verdad que nos quiere descubrir con su palabra.
Cngo Prof. Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Homilía en el domingo XXV, ciclo “C”, del tiempo ordinario. 19 de septiembre de 2010. Textos: Amós 8, 4-7; Lucas 16, 1-13.-
ribamazza@gmail.com; http://stomasmoro.blogspot.com; http://ricardomazza.blogspot.com; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com; www.sanjuanbautista.supersitio.net/.-
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