13 de octubre de 2010

“La gratuidad del don divino salva a quien lo implora”

Los textos bíblicos de este domingo nos dejan muchas enseñanzas para ir creciendo en nuestra vida de fe. La gratuidad de los dones de Dios, la necesidad de la fe para un acercamiento más profundo con Él, la actitud de agradecimiento por parte de la creatura hacia su Creador, son algunas de ellas. Una síntesis de todo esto la tenemos en la afirmación que Pablo refiere a su discípulo Timoteo, al decir “la Palabra de Dios no está encadenada”. Y esto lo vemos ya en el Antiguo testamento. La palabra de Dios, al no estar prisionera, no se dirige sólo al pueblo elegido, ya que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2, 4-5).
Esto lo vemos realizado en el segundo libro de los reyes (5, 10.14-17) cuando recuerda la curación del general sirio Naamán que sufría de lepra. A este hombre se lo invita a encontrarse con el Dios de Israel para ser limpio de su enfermedad. Después de vencer algunas dificultades, acepta entrar siete veces al río Jordán como le pide el profeta Eliseo quedando su piel como la de un joven.
De alguna manera se le exige una actitud de fe ante lo que se le pide, ya que seguramente hubiera sido otra la situación si Eliseo le impusiera sus manos sobre la cabeza o tocara su cuerpo sanándolo de sus males. Sin embargo le indica algo extraño, bañarse en el Jordán, como si no fueran mejores los ríos de su patria.
Una vez curado quiere manifestar su agradecimiento dándole ofrendas valiosas a Eliseo quien las rechaza con vehemencia porque no es obra suya lo acontecido sino de Dios.
Quiere orientarlo a Naamán a encontrarse con el Dios verdadero que lo ha salvado, habiendo sido el profeta sólo un instrumento.
En este proceso de fe –aún incompleto- aspira a llevar tierra de Israel a su Patria para adorar al Dios que lo ha curado, ya que todavía sigue atado a la creencia de su tiempo que circunscribía el poder de la divinidad a fronteras geográficas determinadas.
Se abre a comprender, aunque lo ignore, que el poder del Dios de la alianza no se ata a países o regiones, sino que es universal y, que amando a todos los hombres los va convocando para que puedan conocerlo en plenitud y puedan ingresar en su amistad.
Si tomamos el evangelio del día (Lc.17, 11-19), nos encontramos con una situación semejante. Jesús le da una indicación precisa a los diez leprosos “vayan al sacerdote”. Al igual que Eliseo no los toca ni les impone las manos sino que los remite a quien puede permitirles volver a la comunidad familiar una vez certificada su curación, ya que considerados impuros no podían estar en contacto con nadie sujetándose a reglas sanitarias muy duras, además de ser considerados impuros a causa del pecado que supuestamente los había segregado de la comunidad. Obedecen la indicación impartida y, en el camino quedan curados. Ante este hecho prodigioso, signo de la divinidad de Cristo, sólo uno vuelve para encontrarse con el Señor, un samaritano.
Samaritanos y judíos eran enemigos acérrimos, pero por sufrir la misma enfermedad habían aprendido a convivir todos juntos, comulgando en el dolor y en el destino de muerte en vida.
Una vez curados, sin embargo, no permanecen unidos, ya que los judíos siguen su camino hacia la sinagoga, seguramente convencidos que Cristo les debía esa curación y por lo tanto no tenían por qué sentirse obligados a volver sobre sus pasos para agradecer cosa alguna.
El samaritano, el extranjero, en cambio, regresa para encontrarse con Jesús porque en el fondo reconoce que lo sucedido sobre él es obra de Dios. Con esta actitud deja de lado el cumplimiento de la ley –recibir la aprobación sacerdotal-, para ingresar en el campo de la gracia. Por eso postrado en tierra agradece al Señor lo realizado en él, a lo que Cristo le responde “levántate, tu fe te ha salvado”.
El samaritano percibió el don de Dios y presenta con su ejemplo una actitud superadora a la de Naamán el sirio que se había acercado a Eliseo para agradecerle siendo que el profeta no fue más que un instrumento divino para curarlo.
Comprendemos así que es necesario acercarse al Señor si es que queremos avanzar en el camino de la fe.
En este caminar es necesario que nos aproximernos reconociendo que todo es don de Dios, que lo que acogemos como obsequio divino no es algo a lo que tenemos derecho, sino que sólo es fruto de su gratuidad de la que nos quiere hacer participar en su misericordia.
Dios no actúa obligado a nada, como tampoco nosotros podemos invocar derecho alguno, todo es don que se derrama sobre nosotros para que lo conozcamos, lo amemos y sirvamos con corazón puro, mientras recorremos la senda de la santificación personal.
Al respecto conviene recordar la importancia de tomar a Cristo como centro de nuestra vida. Del Cristo muerto y resucitado se trata –declara San Pablo en la segunda lectura (2 Tim.2, 8-13).
El samaritano de alguna manera fue al encuentro de Cristo muerto y resucitado, ya que el texto del evangelio nos dice que el Maestro se dirigía a Jerusalén, para sufrir la muerte y luego resucitar de entre los muertos.
De manera que el samaritano anticipadamente se encontró, desde la fe, aún antes de realizarse, con el misterio pascual de Cristo.
Por eso Pablo le dice a Timoteo “acuérdate de Jesucristo resucitado”, clave de la fe y buena noticia que se transmite permanentemente, no sólo a Timoteo sino a todo aquél que desde la fe busca al Señor.
Por la buena noticia, que es Cristo que salva, Pablo está encadenado como un malhechor, aunque asegura que “la palabra de Dios no está encadenada”.
Está muy claro, por cierto, que nadie puede encadenar la palabra de Dios. Por más que con fines políticos o ideológicos se pretenda inmovilizarla, vaciarla de contenido o transformarla según el gusto de tantos interesados en desvirtuarla, ella está siempre libre para entrar en el corazón de todos como espada afilada, porque es la verdad que se abre paso libremente.
De allí que la liturgia de este domingo nos invita a encontrarnos con Cristo y ha recibir el mandato suyo de ir por todas partes llevando la palabra de la verdad, como Iglesia misionera, siempre enviada a transmitir el evangelio.
En este sentido conviene recordar que desde ayer se realiza en la ciudad de Paraná el XXV Encuentro Nacional de mujeres con clara orientación ideológica en la que con la excusa de tratar temas referentes a la dignidad de las mujeres, se pretende imponer a través de talleres de reflexión, una visión tergiversada sobre la verdad del ser del varón y de la mujer por medio de la deletérea concepción llamada “perspectiva de género”, con clara defensa del aborto y de una visión “pretendidamente nueva” acerca de la naturaleza del hombre. De hecho ya en nuestra Patria, con apoyo oficial, se quiere pervertir hasta el corazón de los niños en la educación, haciéndoles creer que ser biológicamente varón o mujer es una “construcción cultural” inventada por la sociedad que “ha de ser transformada” de tal modo que cada uno pueda elegir su orientación sexual a espaldas de la verdad creacional con la que venimos a este mundo.
A este encuentro, como sucede cada año, acuden mujeres católicas que en clima de paz llevan el mensaje de la verdad sabiendo que han de soportar por parte de las “muchachas democráticas” el insulto y hasta la violencia, como método permanente de coacción contra quienes no piensan según su errónea visión de la vida. Según la premisa de que “la palabra de Dios no está encadenada”, quienes son consecuentes con su fe, participarán expresando, -aunque los medios dirán después todo lo contrario- , la verdad sobre la vida y la dignidad de la persona humana.
También acompañan, -aunque no puedan participar de los talleres- , no pocos varones afirmados en su fe en el resucitado.
Al respecto, debo confesar con alegría, que de nuestra parroquia, participan en este encuentro, algunos miembros del grupo universitario “san Ignacio de Loyola”, conscientes que esto significará un crecer en la vocación de creyentes, y una ayuda para cimentar más la vida de fe en el ejercicio de la virtud de la fortaleza, tan necesaria en nuestra cultura para testimoniar lo que creemos.
De allí que como comunidad parroquial hemos de implorar al Señor resucitado abundantes bendiciones para que en medio de las cruces y persecuciones del mundo en el que nos ha tocado vivir, podamos siempre dar testimonio valiente de la fe recibida en el bautismo.

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXVIII “per annum”, ciclo “C”. 10 de Octubre de 2010.
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