18 de febrero de 2011

"El hombre morada de Dios por el seguimiento de Jesús".

En la primera oración de esta misa partiendo del hecho de que Dios se complace en habitar en los corazones sencillos y humildes, le pedíamos que prepare nuestro interior de tal manera que podamos llegar a ser una morada digna en la que Él pueda habitar.
Y siendo éste el deseo más profundo de todo aquél que busca agradar a Dios, el mismo Señor nos responde acerca del camino que hemos de recorrer para llegar a ser esta morada digna habitada por Él.
El libro del Eclesiástico (15,16-21) que proclamamos como primera lectura y que forma parte de la literatura sapiencial del Antiguo testamento, busca enseñarnos en qué consiste el saber vivir, no según el pensamiento del mundo que pretende sólo “pasarla” bien, disfrutar de todo sin privarse de nada, sino el saber vivir en comunión con el Creador buscando siempre el agradarle en todo y, como prolongación de esto el servir a nuestro prójimo.
El texto proclamado nos enseña que Dios hace libre al hombre, que no es la causa del mal moral sino que es el mismo hombre quien tiene ante sí “el fuego y el agua”, indicando con estos contrarios al bien y el mal. Ante estos dos caminos, quien elige realizar el mal se encamina a la muerte, y quien recorre la vida haciendo el bien se dirige a la vida.
Está refiriéndose aquí a aquello en lo que consiste la verdadera sabiduría del hombre, el saber vivir, de lo que hablará también el apóstol San Pablo en la segunda lectura (1 Cor. 2, 6-10).
En este camino del bien que tiene como meta a Dios, poseemos como medio apropiado la ley, su Palabra, reconocida y alabada en el salmo responsorial (salmo 113) y, que tiene como finalidad no el coaccionar al hombre, sino ayudarle, habida cuenta de su debilidad, a encauzar su existencia en la verdad.
Tenemos experiencia cada día de lo que significa vivir sin ley, sin norma alguna. Lo vivimos en nuestra Patria en la actualidad, en la que muchos realizan lo que les viene en gana prescindiendo de Dios y de sus hermanos. Este desprecio por ley justa culmina con la destrucción del hombre, ya que cada uno se transforma en lobo de su hermano. Cuando se generaliza el desprecio de la ley de Dios las consecuencias se hacen notar más en su gravedad, ya que el hombre no atina a orientarse a la meta de la salvación
Y Jesús nos dice que viene a dar perfección a la ley del Antiguo Testamento (Mateo 5, 17-37). ¿Y cómo será esto? Nos preguntamos. Él nos deja un indicio al afirmar que “si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos no entrarán en el reino de los Cielos”.
Es decir, convoca a entrar de lleno en el nuevo modo de vivir la justicia que trae Él y su evangelio que consiste en la superación moral deseada por la Ley Nueva en contraste muchas veces con la interpretación que daba a la Ley antigua el fariseísmo de su tiempo.
La justicia de los fariseos y de los escribas consiste en un cumplimiento exterior y de la letra de la ley que muchas veces inmoviliza y contraría el obrar del mismo hombre, encerrándolo en lo externo si darle posibilidades a respuestas más interiores.
Jesús en cambio va mucho más allá, por eso nos invita a ingresar en el espíritu de la ley superando la justicia de los escribas y fariseos reconociendo la fidelidad de Dios para con nosotros, desde siempre, lo cual reclama nuestra fidelidad a sus dones.
Sucede a menudo que exigimos de Dios muchas cosas y nos enojamos si no alcanzamos lo que esperamos, ni apreciamos lo que nos da cada día, el trabajo, el alimento, el gozo de la familia, la vida.
Por eso Jesús nos invita a una justicia mayor, como la realizó Él, que sin merecerlo nosotros entregó su propia vida a la cruz para salvarnos. Nosotros con lo poco que damos pretendemos mucho de Jesús, sin recordar que ya lo dio todo muriendo en la cruz.
Siguiendo en esta línea de perfección es que el Señor nos invita a ingresar en el espíritu de la ley. Para ello cita algunos mandamientos que viene a dar cumplimiento y a perfeccionar, formulándonos la forma concreta de vivirlos en la respuesta personal de cada uno.
Se les dijo “no matarás”, pero ustedes no se conformen con eso -reclama Jesús. Deben desterrar del corazón la muerte del otro llevada a cabo muchas veces a través del odio, el desprecio, el juicio, la envidia, el espíritu de venganza. ¡Cuántos entripados tenemos con los demás en nuestro interior! Ante ello el Señor nos dice no te acerques a llevar la ofrenda si antes no te has reconciliado con tu hermano.
No cometer adulterio no refiere solamente a evitar el acto externo pecaminoso, sino ir a la raíz, verificar qué hay en el corazón, cuáles los pensamientos que nos seducen, o producen lejanía de Dios, porque eso es lo que hay que erradicar.
Por eso “si tu ojo derecho es ocasión de pecado arráncalo”.
El ojo percibido como centro del deseo en el hombre y que tanto daño nos hace a la vida interior ya que puede enturbiar nuestra mirada.
“Si tu mano derecha es ocasión de pecado” como protagonista de la acción, “córtala”, es decir deja de actuar de esa manera.
San Juan Crisóstomo señala que lo “derecho” refiere a las partes del alma en las que reside el libre albedrío y que están bajo la ley de la justicia, mientras que lo “izquierdo” refiere a la partes del cuerpo que no tienen libre albedrío y están sujetos a la ley del pecado. De allí que si lo “derecho” del alma se corrompe, deja de tener dominio sobre la persona entera. No es de extrañar esta explicación dada por el santo, habida cuenta que nosotros mismos en el lenguaje coloquial afirmamos que una persona es “derecha” cuando sobresale por su honestidad y virtudes personales.
Jesús nos va enseñando por lo tanto, en qué consiste superar la manera de obrar supuestamente justa de los escribas y fariseos.
En orden a la verdad Jesús enseña que no nos conformemos con no jurar falsamente, lo cual ya sería mucho hoy en día, sino que respondamos con sencillez sí, sí, o no, no, sin pretender quedar bien con Dios y con el diablo cuando respondemos algo. Este modo de hablar indica el deseo de vivir en la verdad. Somos imagen y semejanza de quien es la Verdad, por eso se nos reclama que vivamos también en ella.
El vivir todo esto nos lleva a lo que nos dice san Pablo en la segunda lectura proclamada hoy. “Es verdad que anunciamos una sabiduría entre aquellos que son personas espiritualmente maduras”. Ellas son las que han alcanzado “el saber vivir” según la sabiduría expresada por el libro del eclesiástico y que se manifiesta en el seguimiento del bien propio del verdaderamente sabio ya que descubre a Dios y a sus hermanos en su caminar.
Y sigue diciendo y “no la sabiduría de este mundo, ni la que ostentan los dominadores de este mundo condenados a la destrucción” refiriéndose a las características de la otra sabiduría, la del “mundo”. El “saber vivir” de lo que presenta la sociedad de consumo, donde todo es diversión, placer, olvido del otro, ensimismamiento del hombre en sí mismo, sin responsabilidad, despreocupación, constante dejar pasar y hacer, aceptar todo.
La sabiduría del mundo que no busca el camino del bien, de la verdad o de la justicia, sino el del propio capricho, del antojo personal, del propio parecer o vivencia. Por eso insiste Pablo que él anuncia la sabiduría de Dios, misteriosa y secreta que la descubren sólo aquellos -como decía la primera oración de la misa- que tienen el corazón sencillo y humilde.
Por eso la petición que hemos de hacer cada uno de nosotros con confianza ha de expresarse así: “Señor prepara mi corazón para que sea una digna morada para Ti. Que al buscar ser morada digna para ti alcance esta sabiduría propia de las “personas espiritualmente maduras” de las que habla san Pablo.
Es alcanzando esta nueva vida que logramos ser plenamente libres.
El don de la libertad que Dios nos da como lo describe el libro del eclesiástico, no es un mero poder para elegir entre el bien y el mal, sino que implica orientar toda la vida hacia el bien, hacia lo que nos realiza como hijos de Dios y hermanos de todos los hombres, revelándose así el auténtico espíritu del discípulo del Señor Jesús.
Queridos hermanos sigamos pidiendo con humildad la gracia de poder vivir las exigencias del Sermón del Monte, la cual el Señor nos concederá si renunciamos a nosotros mismos para recibir su Persona y su mensaje. De esta manera seremos digna morada para que Él habite.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el VI° domingo del tiempo Ordinario ciclo “A”. 13 de Febrero de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.

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