1.- La palabra de Dios siempre ilumina nuestra vida, nuestra historia personal, como también la historia de toda comunidad o sociedad humana. Por eso siempre es importante captar esta Palabra divina en el contexto histórico en que se dio a conocer a los hombres.
El profeta Sofonías (Sof. 2,3; 3, 12-13) tendrá intervención en el siglo VII antes de Cristo en el reinado de Josías. Su misión será alentar al “resto” de Israel, aquél grupo que se ha mantenido fiel a Dios a pesar de que la situación vivida constituía una invitación constante a su abandono.
Este “resto”, depositario de las Promesas, será un pueblo humilde y pobre, más en sentido moral que físico.
Históricamente corrían los años en que Asiria oprimía a las doce tribus de Israel. Opresión no sólo política sino también cultural y religiosa, ya que se imponían los cultos idolátricos y las costumbres paganas.
Muchos israelitas se sentían tentados y sucumbían abandonando al Dios de la Alianza.
Ante esta situación, el profeta alentará a los fieles instándolos a seguir adelante respetando el derecho y la justicia, custodiando la alianza realizada en el pasado entre el pueblo y su Señor.
Por eso dirá Sofonías “busquen al Señor todos los humildes de la tierra”, los que ponen en práctica sus decretos, su Palabra. Esto hace ver la diferencia que existe con la soberbia manifestada por los invasores, convencidos que podían pisotear a los oprimidos con impunidad.
“Busquen la justicia, la humildad” –prosigue Sofonías. “Yo dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde que se refugiará en el Señor.
Ese pueblo no ha de buscar su seguridad en los poderes de este mundo, sino únicamente en Dios, y seguir trabajando en la realización del bien.
Esta historia del Antiguo Testamento encuentra su prolongación en la sociedad y cultura en las que estamos insertos hoy.
De allí que la enseñanza del profeta no sólo ilumina el pasado, sino que nos permite descubrir respuestas posibles ante situaciones semejantes.
Hoy también estamos los bautizados oprimidos por una cultura que ignora y poco a poco desaloja a Dios de todos los ambientes posibles.
Formamos parte de una sociedad en la que reina la injusticia, la prepotencia, la burla, la búsqueda abusiva de la riqueza y el poder, y la promoción de lo que rebaja al ser humano en su dignidad como persona.
A nosotros también nos dice Sofonías desde la lejanía del pasado que busquemos al Señor y reconozcamos nuestra pequeñez, ya que Él nos dará la fuerza que necesitamos.
Y así, los llamados por el profeta, “Anawim” o pobres de Yahvé, somos también nosotros, si mantenemos esta actitud de buscar al Señor y perseveramos en la fidelidad a pesar de las dificultades, convencidos que Él trabaja en medio de la historia humana y se manifiesta oportunamente.
2.- San Pablo les dirá a los cristianos de Corinto (I Cor. 1,26-31) “Tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados”. ¿A que refiere esto?
La comunidad de Corinto estaba constituida en su mayoría por personas humildes, sencillas, sin grandes pretensiones, de allí que no son muchos “los poderosos, los nobles, o los sabios” los que están en dicha comunidad.
Esto es así porque quienes se consideran integrar esos grupos “selectos” no necesitan de Dios y no se sienten llamados a formar parte de comunidades de humildes.
Son los pequeños de corazón, en cambio, los que se dan cuenta que no pueden con sus miserias y limitaciones, que no pueden poner su esperanza y seguridad en las cosas de este mundo sino únicamente en Dios.
El mismo Pablo sigue diciendo a los cristianos de Corinto que Dios elige lo que el mundo tiene por débil, por necio, por vil o que no vale nada, para confundir a los fuertes, a los que se creen sabios o que valen mucho, ya que el poder viene de Él. Por eso la necesidad de que el cristiano tenga siempre en cuenta, al conocer las virtudes y dones que posee, aquella gran verdad proclamada por el apóstol: “el que se gloría, que se gloríe en el Señor”.
El que descubre cómo el Señor va modelando su corazón realizando grandes cosas, percibirá que desde su debilidad elevada y sostenida por la gracia, va confundiendo todo aquello que con autosuficiencia se cree poderoso y con derecho a prescindir del Creador.
Cuanto más nos apoyemos en la fuerza de Dios, más tendrá vigencia en nosotros una vida totalmente nueva.
3.- En el evangelio proclamado (Mateo 5,1-12), Jesús nos abre la puerta de ingreso a lo que Él llama el Reino de los Cielos, que comienza en el acá del tiempo pero prepara y culmina en el fin último del hombre que es Dios.
El domingo pasado leíamos que al ingresar en la Galilea de los gentiles, Jesús predica la conversión dada la cercanía del Reino de los Cielos.
En esta oportunidad y, supuesta esa conversión interior, hace referencia a aquello en lo que consiste este Reino, es decir, vivir el espíritu de las bienaventuranzas, aspirando a la perfección.
Juan Pablo II en la encíclica “El Esplendor de la Verdad” (Cf. cap. 1) analiza el diálogo entre Jesús y aquél hombre que vivía los mandamientos desde su juventud y, que aspirando a lo más, fuera invitado a la perfección dejándolo todo para seguir al Señor (Cf. Mateo 19,16). Como era muy rico y, apegado a los bienes temporales, no sigue el consejo del Señor de buscar una vida más plena cuya senda debería transcurrir por las bienaventuranzas.
Se trataba de una invitación a lo más, a no conformarse con el minimalismo en la entrega a Dios, sino buscar la perfección evangélica que ensancha el corazón del hombre en horizontes más plenos de la vida cotidiana.
¡Felices los que tienen alma de pobres!, comienza el evangelista Mateo, haciendo expresa referencia a la pobreza espiritual que hace al hombre percibir su nada personal, pero al mismo tiempo sintiéndose llamado a ser enaltecido por la gracia de Dios.
Esta pobreza no necesariamente está unida a la socioeconómica, ya que hay pobres materiales que sólo aspiran a solucionar su problema por cualquier medio, exigiendo derechos pero negando los correlativos deberes y, ricos que usan las riquezas para ayudar a otros a su crecimiento, creando fuentes de trabajo o enseñando a cómo salir de esas situaciones dolorosas.
Jesús nos invita a ingresar en este plan de vida por el que caminamos a la meta y, que no será jamás recomendado por el mundo y la sociedad.
¡Felices los afligidos! dice Jesús, mientras el mundo repite ¡Felices los fiesteros, felices los que no tiran mala onda hablando de aflicción y lágrimas! ¡Felices los pacientes! nos dice el Señor. El mundo dirá ¡Felices los que son capaces de imponerse por la fuerza, los prepotentes!
¡Felices los que tienen hambre y sed de justicia!, repite Jesús. El mundo vivirá en cambio de la injusticia, pisoteará sin ningún reparo a todo aquél que se le interponga, crecerá el número de aquellos que sólo buscan hacer negocios desde el poder expoliando las riquezas de todos.
¡Felices los misericordiosos! acercando el corazón a las miserias espirituales y corporales del prójimo para aliviarlas. La cultura mezquina de nuestro tiempo enseñará que cada uno se las arregle como pueda, cerrando el corazón a los padecimientos del otro, promoviendo el crimen organizado, el aborto, la eutanasia. ¡Bastante tengo con lo mío –dicen no pocas personas-, para estar preocupándome por las necesidades del otro!
¡Felices los que tienen el corazón puro! Aquellos que ven siempre todas las cosas con la iluminación que les viene de Dios. El corazón puro no es doble, tortuoso, ni mira con malas intenciones todas las cosas, sino que observa con la claridad con la que contempla Dios todo lo existente.
Y así, Jesús sigue llamando a trabajar a favor de todo lo que ennoblece al hombre, hasta, si es necesario, sufrir persecución por trabajar por la justicia. ¡Cuánta gente es perseguida y odiada porque proclama la verdad, porque reclama una justicia largamente esperada, o porque llama a vivir la paz verdadera!
Jesús nos dice hoy que no temamos los insultos o agravios por causa de querer vivir a ejemplo suyo, ya que el mundo sin Dios, a no ser que retorne a Él, se seguirá destruyendo como sucede en nuestros días. En definitiva, sólo el Creador redime y salva al hombre desde lo profundo de su ser.
Nosotros busquemos vivir esta carta magna de la vida cristiana que son las bienaventuranzas y, encontrando la paz que Jesús nos quiere brindar abundantemente, vayamos a proclamar al mundo el mensaje de salvación.
Pidamos al Señor que nos ha abierto las puertas de las bienaventuranzas que nos ayude a entenderlas y vivirlas cada día de acuerdo a nuestras posibilidades y a pesar de nuestras limitaciones.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el IV° domingo del tiempo Ordinario ciclo “A”. 30 de enero de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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