19 de agosto de 2011

“Alimentados con el pan de los hijos procuremos la salvación de todos”.

Dios eligió a cada persona que viene a este mundo para formar parte de un pueblo de bendiciones.
Quiso que lo que había realizado en la creación del mundo, crearnos a su imagen y semejanza, fuera perfeccionado con la venida a este mundo de su Hijo que se hace hombre en el seno de María y muriendo en la Cruz restaura la amistad -que se había roto a causa del pecado- entre Dios y el hombre.
Pero siempre la voluntad de Dios será salvar al hombre, sacarlo de su postración debida al pecado, para constituirlo en hijo suyo.
La Sagrada Escritura nos mostrará siempre esa voluntad salvadora de Dios. Por eso el profeta Isaías (56,1.6-7), como lo escuchamos en la primera lectura, anuncia que todos los pueblos de la tierra se unirán para constituir uno solo, poniendo como centro de reunión a la ciudad de Jerusalén, a la santa montaña, a la Casa de Oración.
Queda así en evidencia que a través del elegido pueblo de Israel, serán llamadas todas las naciones de la tierra para conformar el único pueblo de la Nueva Alianza.
Este designio de Dios se va desarrollando en el transcurso del tiempo y, llegados a la plenitud de la historia con el nacimiento de Jesús, el Hijo amado del Padre hecho hombre en María, nos damos cuenta que en su obrar está siempre presente este deseo de unir a todos los hombres en un único pueblo de salvación, constituido no sólo por los judíos sino también por los extranjeros.
Y es lo que nos enseña precisamente el texto del evangelio (Mt. 15,21-28) de hoy donde Jesús tal como cantamos en la antífona del Aleluya, “proclamaba la buena noticia del reino y curaba todas las dolencias de la gente”. Anunciaba el Reino, la salvación, y mostraba el camino para encontrarnos con el Padre y probar que lo que nos enseñaba era la verdad y que sanando a los enfermos, manifestaba a través de acciones concretas el poder de Dios.
El texto del evangelio nos trae un hecho muy particular: Jesús entra en la tierra de Tiro y Sidón, o sea en tierra extranjera, el mundo de los paganos, y allí una mujer cananea –Marcos dirá que es una sirofenicia- comienza a gritar su fe en Jesucristo ya que lo llama “hijo de David” que equivale a decir Tú eres el Mesías, y por eso “Ten piedad de mí, mi hija está atormentada por un demonio”. Asimilando en ella el sufrimiento que padece su hija, realiza este pedido importante por cierto, ya que un signo de la divinidad de Jesús era la de expulsar a los demonios de los cuerpos de posesos.
Sanar enfermos del cuerpo y sanar el alma del poder del demonio será característico de este actuar bondadoso de Jesús.
Estando Jesús entre nosotros y si somos sus amigos, no tiene cabida el espíritu del mal y carece de poder en nuestra vida.
En un primer momento Jesús guarda silencio, poniendo a prueba la fe de esta mujer, pero apresurado por los apóstoles dirá que “he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Ante esta afirmación es lícito nos preguntemos que si así es, ¿cuál es el motivo que lo hizo ingresar a Tiro y Sidón?
Es que Jesús está realizando aquello que menciona el apóstol San Pablo (Rom.11, 13-15.29-32) en la segunda lectura de la misa de este día “a causa de la infidelidad del pueblo de Israel Dios llamó a los extranjeros, a los que provenían del paganismo”.
Esto es lo que hace Cristo ya que a causa de la infidelidad de los israelitas, ingresa a tierra extranjera para decirles a los paganos que también ellos están llamados a la salvación. Lo que ha sido causa de perdición para los judíos, es causa de salvación para los extranjeros. Pero, también es justo reconocer que Dios no se arrepiente de sus decisiones, de su elección por el pueblo judío.
Y si Dios eligió al pueblo de Israel para que a través del mismo ingresaran al único pueblo de la alianza nueva todos los extranjeros, es justamente porque el Señor es fiel a sus promesas, aunque el hombre no lo sea cuando lo traicionamos, mientras Él nunca traiciona a quien ha elegido.
En virtud de este llamado nuevo para ingresar al único pueblo de Dios, es que Cristo manifiesta el poder para salvar a esta niña que está endemoniada y lo hace fundándose en la fe de esta mujer.
Y Jesús la pone a prueba diciendo “no está bien tomar el pan de los hijos para entregárselo a los cachorros”. Para los judíos, los extranjeros eran perros y utilizaban este refrán para referirse a ellos y que toma Jesús suavizando el lenguaje.
La mujer contesta sabiamente: “sin embargo los cachorros comen de las migas que caen de las mesas de sus dueños”. Véase la conexión con la segunda lectura tomada de San Pablo ya que en virtud de la infidelidad de los hijos han sido llamados y salvados “los cachorros”, los que estaban excluidos. Esto implica un camino de salvación a través del cual Jesús quiere enseñar que todos los hombres sin distinción de raza están llamados a formar parte de este único pueblo de la alianza que viene a realizar Cristo con su muerte y resurrección y, al mismo tiempo nos está enseñando que también nosotros hemos de ir a Tiro y Sidón, es decir, ir al encuentro del hombre de hoy, porque como en el tiempo de Cristo hay muchos “paganos o extranjeros” incluso entre los bautizados, porque han perdido la fe, o se ha enfriado, o directamente captados por una cultura anticristiana viven como si conocieran a Cristo.
Nos envía Jesús no sólo a quienes profesan otra religión para que les anunciemos el reino, sino también a los bautizados que han olvidado que han sido rescatados del pecado por su muerte.
Somos enviados a proclamar la Buena Nueva, comprometidos con el Dios de la Alianza, proclamando el evangelio de Jesús para que Él obre en el corazón de cada uno a través de su gracia.
Si como Iglesia no entramos en el corazón de muchos no es porque le falte fuerza a la Palabra, sino porque no terminamos de ser sal en la tierra. Si somos insípidos –dice San Juan Crisóstomo-, si no somos vistos como personas que se juegan por la causa de Cristo, no daremos “sabor” a nadie, no convenceremos a persona alguna sobre el valor que tiene el pertenecer a Jesús.
En este día pidamos que renovados en nuestro espíritu, con fe firme en Jesús y, sin miedo alguno lo comuniquemos a todo el mundo.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XX durante el año, ciclo A.- 14 de Agosto de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com








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