Hoy la Iglesia recuerda la memoria de San Ignacio de Loyola. En los Ejercicios Espirituales de su autoría nos enseña distintas maneras de ir entrando en el conocimiento del misterio de Cristo.
Una de las formas consiste en adentrarnos en los relatos bíblicos como si cada uno de nosotros fuera un integrante más de ese cuadro evangélico, recomendando escuchar lo que dicen, mirar lo que hacen, sentir junto a los distintos personajes, reflexionar y sacar provecho para nuestra vida de acercamiento al Señor. Los invito, pues, a realizar esta experiencia tan singular y provechosa, partiendo del evangelio de este domingo.
Acompañar a Jesús (Mt. 14, 13-21) que sube a una barca para alejarse a un lugar desierto ya que está sumido en el dolor y la reflexión por la reciente muerte de Juan el Bautista, el que había dispuesto los corazones de muchos para recibir al Mesías.
Algunos dicen que buscaba elaborar el duelo, en cuanto hombre por cierto, ya que como Dios sabía que esa muerte estaba prevista como testimonio martirial a favor de la verdad.
Sin embargo, no puede estar a solas por mucho tiempo, ya que la gente lo sigue por las orillas hacia el lugar que intuían desembarcaría. Al llegar a destino, Jesús se encuentra con una gran multitud.
Ante esta presencia, dice el texto que “compadeciéndose de ella sanó a los enfermos”. Por lo tanto, dejó de lado su propio dolor y se metió de lleno en el corazón de esas personas.
Se trata de una muchedumbre cargada de necesidades, hambrienta de su palabra, también del pan material efecto de la pobreza, sin respuestas en medio de sus dolores, llevando encima su pecado, los dolores físicos y morales, las incomprensiones y todo lo que puede albergar el corazón de aquellos que saben que sólo en Jesús pueden encontrar la respuesta que la sociedad de su tiempo no formula.
Estas personas habían experimentado lo que el profeta Isaías nos dice en la primera lectura (Is. 55,1-3) “¿Por qué gastas dinero en algo que no alimenta y las ganancias en algo que no sacia?” Es posible que hayan caído en la tentación de creer que la felicidad está en aquello que hoy es y mañana ya no existe, creer que en los bienes perecederos está la verdadera felicidad del hombre. Pero es el mismo Señor quien va guiando el corazón de todos los que se le acercan. Estas palabras del profeta “Vengan a tomar agua todos los que están sedientos”, se refieren al agua que sirve de fundamento a la vida misma y sin la que nada subsiste, al agua de la gracia que mana del mismo Jesús que es “el agua viva” como le dirá a la samaritana; “coman gratuitamente” prosigue el profeta, anunciando los tiempos mesiánicos en los que abundan los bienes de Dios, “su ración de trigo” anticipo del pan eucarístico; “vengan sin pagar…..a tomar vino” signo de la alegría mesiánica del encuentro con Jesús, “vengan a tomar leche” signo de la gratuidad y profusión de los dones divinos.
Esta gente, aún sin saberlo, buscaban lo que el profeta anunciara en el pasado y se acercan a Jesús porque también intuyen lo que antes se dijera “yo haré con ustedes una alianza eterna obra de mi inquebrantable amor a David” promesa anticipada de la verdad de que Dios no nos falla. Realidad distinta percibida desde la voluntad humana, acostumbrados a traicionar por el pecado a nuestro Dios.
El Señor, en cambio, no nos falla nunca, Él se mantiene fiel a pesar nuestro, entregando siempre lo mejor de sí mismo.
Por eso es que está allí junto a la muchedumbre, pero no quiere estar solo, espera que lo acompañemos. De allí que nos diga como a sus discípulos, “denles de comer ustedes”.Son cinco mil hombres, las mujeres y los niños; fácilmente alrededor de quince mil personas.
Como era de esperar, los discípulos se sintieron imposibilitados de atender a tanta gente por la falta de recursos necesarios.
El mundo de hoy está pleno de bienes terrenales. Países y personas que nadan en la abundancia pero que son incapaces de compartir con los muchos que nada tienen, que jamás poseen bien material propio alguno. Países en la pobreza extrema sufren cada vez más la hambruna que diezma gran número de personas.
En nuestra misma Patria, país rico, lleno de bienes, bendecido por Dios de una manera abundante en la minería, ganadería, agricultura, en la industria pesquera, nos está diciendo el Señor “denles de comer ustedes” a tantos hermanos que padecen necesidad. Esfuércense en solucionar los problemas de salud, vivienda, trabajo y alimentación para que nadie diga que el evangelio no da de comer y que resulta hasta ocioso recordar los dichos del Señor “busquen primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás se les dará por añadidura”.
Sin embargo tenemos que decir que el evangelio da de comer, ya que si se convierte el corazón humano por la palabra del Señor, fácilmente se entiende el “denles ustedes de comer” al poner a cada uno frente a la responsabilidad personal de contribuir con lo poco o mucho que pueda. Y el mismo Jesús se encargará que lo así ofrecido pueda tener un efecto multiplicador en medio de la sociedad.
Jesús nos invita a terminar con la mentalidad por la que se busca sólo el hacer negocio con la miseria ajena, a dejar de lado el pensamiento egoísta que sólo se ocupa de lo propio, a rechazar la explotación del hombre por el hombre, a poner en práctica el evangelio acercándonos a la muchedumbre sufriente teniendo sus mismos sentimientos, padeciendo con los otros, contribuyendo cada uno desde su riqueza o posición influyente en la sociedad, al bienestar de los otros.
A cada uno de nosotros conforme a las posibilidades concretas que tengamos para cambiar la sociedad nos ha de pedir cuenta el Señor, ya que Él mismo confía en nosotros para transformar el mundo en que vivimos.
Como es obvio, no podemos estar esperando siempre del Señor que multiplique los panes y los peces para satisfacer las necesidades de los hombres. Nos reparte abundantemente sus bienes para que los hagamos asequibles a todos.
La Eucaristía a la que la comida multiplicada anticipa, es la que sacia totalmente al hombre, porque no sólo nos nutre con el Señor, sino que alienta a abrir nuestras manos para el bien de los demás.
Por eso es que San Pablo (Rom. 8,35.37-39) dice categóricamente “¿quién podrá separarnos del amor de Cristo?” ¿Las angustias, el hambre, las persecuciones, la desnudez? Nada de eso, porque cuando se lo ama de veras a Jesús, nos vemos transformados para el bien de todos.
Unidos al Señor y fortalecidos con su Palabra y la Eucaristía, pidamos humildemente la capacidad para acercarnos al mundo doliente que tanto necesita del consuelo tanto divino como humano.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVIII durante el año, ciclo A.- 31 de julio de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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