9 de septiembre de 2011

“Centinelas de la comunidad somos, para anunciar las enseñanzas del Señor”.

El domingo pasado escuchamos a Jeremías como profeta de calamidades, anunciando la caída del reino de Judá a causa de su pecado y, cómo no era escuchada su advertencia por la obstinación del pueblo, comenzando por ello la deportación a Babilonia.
Hoy es el profeta Ezequiel quien nos habla. A él le tocó ser el enviado de Dios al pueblo de Judá, exiliado en Babilonia, en el siglo VI antes de Cristo.
Continúa, como lo había hecho Jeremías, transmitiendo a sus oyentes la voluntad de Dios que invita a la fidelidad a la Alianza. Ezequiel es puesto como atalaya, como vigía sobre la comunidad toda, convocando a la vida propia de los hijos. Tendrá a su cargo no sólo la corrección privada de quien ha pecado, como señala el texto del evangelio, sino sobre todo la de una denuncia que podríamos llamar institucional, por medio de la cual hace conocer a la comunidad el agrado de Dios cuando marcha por el buen camino y su disgusto cuando transita la senda del mal.
Lo peculiar del encargo recibido por el profeta (Ez.33,7-9) consiste en la responsabilidad que se le atribuye en el cumplimiento de su misión: si el malvado se condena por su pecado es por su culpa, pero al profeta se le tomará cuenta si no le ha advertido a tiempo del riesgo que corría. Por el contrario si el pecador advertido de su maldad no se convierte, el profeta no será responsable de la caída del mismo.
Si observamos atentamente, advertimos que la Iglesia ha tomado como responsabilidad propia en el transcurso del tiempo éste encargo profético en un mundo que hace caso omiso o desprecia las enseñanzas del magisterio. Sigue anunciando, a pesar de las persecuciones del mundo y del rechazo en la misma institución, lo que ha recibido del Señor Jesús.
Indudablemente que esta carga puesta por el Señor ha de ser vivida principalmente por quienes estamos al frente de las comunidades, el papa en la Iglesia Universal, el obispo en su diócesis, los párrocos en las parroquias, los capellanes en sus respectivos ámbitos etc.
Caer en la cuenta que fuimos puestos, al igual que Ezequiel, como centinelas de la comunidad, para anunciar las enseñanzas que se nos encomiendan. El peso de la profecía será muy grande, por cierto, porque también a nosotros se nos pedirá cuentas si hablamos o no lo hacemos.
En el antiguo testamento a los pastores que no denunciaban los males del pueblo elegido se los acusaba de perros mudos (Isaías 56, 10: “Sus atalayas ciegos son, todos ellos ignorantes; todos ellos perros mudos, no pueden ladrar; soñolientos, echados, aman el dormir”) precisamente porque no cumplían su misión.
Esto nos hace ver cómo la misión de quien ha sido puesto al frente de una comunidad no es hacer la vista gorda o ser complaciente con la gente hablando de lo que halaga los oídos de todos sino proclamando la verdad, aunque se provoque el disgusto o incluso el vacío por parte de los feligreses.
Transformarnos en curas piolas que no exigen nada para evitar rechazos no solamente nos lleva a traicionar la misión que se nos encomienda, sino que en el fondo es una manifestación de que nos sentimos culpables de una posible falta de fidelidad a la vocación recibida. Y al conocer que esta realidad es conocida por los mismos fieles, no les queremos exigir nada para evitar reproches personales.
También es cierto que a muchos feligreses les gusta escuchar un mensaje liviano, que no comprometa y que a la vez tranquilice las conciencias, cuando en realidad la “inquietud que provoca la palabra”, como la del profeta, es para nuestro bien.
Esto está unido con lo que dice Pablo en la segunda lectura (Rom. 13, 8-10) cuando afirma que “la única deuda con los demás sea la del amor mutuo”. Y sigue diciendo que los mandamientos relacionados con el prójimo, y su cumplimiento, se resumen en un solo “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. O sea, que el amor que nos tenemos a nosotros mismos o el mal que no queremos para nosotros, ha de ser el bien que deseamos al otro y el mal que no queremos para él.
El texto del evangelio (Mt. 18,15-20), por su parte, nos trae referencias concretas a uno de los actos más importantes de la virtud de la caridad, cual es la corrección fraterna, que se debe realizar, como dice Pablo de Tarso, porque “la única deuda con los demás ha de ser la del amor mutuo”.
Con frecuencia nosotros ante el hermano que vive en pecado o que está a punto de comenzar una vida lejos de Dios, preferimos no “meternos”, evitamos el posible enojo de quien sería corregido, siendo esto fruto no del amor, sino de la comodidad.
El amor busca siempre el bien de la otra persona, siendo el bien del alma superior a cualquier otro bien ya sea económico, corporal o temporal. De allí que cuando el hermano vive en pecado o se ha decidido a pecar, he de manifestar mi gran amor por él ayudándole a salir de esa tentación. El modo ha de ser con caridad, no con prepotencia como si nos consideráramos superiores al corregido, especialmente ayudando a los más cercanos a nosotros.
¡Cuántas veces vivimos en la familia situaciones que nos duelen porque vemos a un ser querido apartado de Dios por el pecado! ¡Pero no hacemos nada!
Por ejemplo, cuando un hijo o hija quieren irse a vivir en pareja antes del matrimonio para probar con una unión de hecho, pero sin comprometerse ya que son inseguros, han de ser corregidos por los padres. Les han de señalar lo que constituye la verdad en el seguimiento de Cristo respecto al matrimonio y la familia. Es cierto que esta corrección no será conforme con el criterio mundano habitual, pero no porque el mundo haya cambiado adhiriéndose a lo contrario a la verdad, ha de aceptarse cualquier contravención al espíritu del evangelio.
Es común en nuestro tiempo que se acepte como verdad lo que está de acuerdo con el parecer y sentir propios, pero igualmente debemos ayudar a cambiar el corazón. Si la persona escucha y cambia habremos ganado al hermano que estaba perdido y, si ignora la corrección, por lo menos no seremos culpables de omisión.
Si alguien ha caído en el alcoholismo, en la droga, o se dedica a la pornografía, y nos sentimos prójimos, advertiremos que se trata de un camino que aleja de Dios.
No debemos excusarnos tampoco con el pretexto que nosotros también caemos o hemos caído en aquello que corregimos, ya que precisamente por haber estado en el mal descubrimos qué lejos estábamos de la vida verdadera que procede del Señor.
La corrección fraterna resulta, por otra parte, un acto de amor al prójimo justamente porque busca el bien espiritual del prójimo que por cierto es superior al bien corporal o temporal que es pasajero y en definitiva sólo es un bien para este mundo.
Esto nos interpela a tratar de ir cambiando nuestra mentalidad respecto a la valoración de los distintos aspectos de la vida. En efecto, muchas veces velamos más por los males del cuerpo que por los del alma y así procuramos mucho más solucionar los males del cuerpo que los del alma.
El procurar la corrección del otro no ha de ser para aparecer como superiores de persona alguna sino como una forma de amor superior en relación al prójimo.
Contrariamente a esta forma de amar, existe la búsqueda del mal del prójimo, que se llama escándalo y que consiste en toda palabra, gesto, acción u omisión que voluntariamente induce a otro a pecar, o que sin tener esa intención, mi obrar es ocasión propicia que utiliza un tercero para obrar el mal.
Por último hemos de advertir que Jesús en el texto del evangelio que hemos proclamado muestra un camino posible -el recurrir a la oración- en caso que nuestro obrar resultare infructuoso. “Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en los cielos se lo concederá. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Resulta por lo tanto, que la oración es un medio adecuadísimo para orar por los que cerca de nosotros por razones de familia o amistad, no logran disponer el corazón para volver a Dios.
Hermanos: pidamos sinceramente la gracia de lo alto para poder vivir este ideal evangélico que tanto bien nos hace a todos los bautizados.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIII durante el año, ciclo A.- 04 de Septiembre de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com








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