Dentro de sus enseñanzas, Jesús nos deja también a nosotros caminos para saber responder en aquellos momentos en que a través de preguntas capciosas hay quienes ponen una trampa en nuestro camino, como sucedía con frecuencia con Él.
En esta oportunidad se ponen de acuerdo, a pesar de que eran diferentes en sus apreciaciones, los fariseos contrarios al imperio y por lo tanto a que se paguen impuestos al extranjero que los somete, y los herodianos, colaboracionistas con el poder romano. Preguntan a Jesús (Mt. 22, 15-21) sobre la licitud de pagar o no impuestos a Roma, colocándolo entre la espada y la pared, ya que sea cual fuere su respuesta, quedaría descolocado con alguna de las facciones en disputa. En efecto, apoyando el pago sería acusado de estar a favor del poder opresor, y si desestimaba la obligación del tributo, quedaría como un desestabilizador, merecedor de ser acusado ante las autoridades romanas. Jesús supera la trampa tendida, descubriendo la hipocresía de estos dos grupos, sentenciando abiertamente “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
¿Qué enseñanza nos deja Jesús? Resalta que por un lado existe nuestra presencia en el orden temporal en el que nos movemos como ciudadanos de la tierra, pero que como personas creadas a imagen y semejanza de Dios, tenemos que respetar el orden religioso ya que somos ciudadanos del Cielo.
El hombre por lo tanto tiene una doble ciudadanía, la de este mundo como nacidos en una nación concreta, pero en la que desde la fe nos sentimos exiliados ya que aquí no tenemos morada permanente, dado que somos ciudadanos del Cielo hacia el cual, atraídos desde nuestro nacimiento, caminamos a lo largo de nuestra existencia.
El creyente de verdad, como sucedía entre los primeros cristianos y recuerda la Iglesia a través del tiempo, se siente exiliado en su propia patria terrenal ya que añora la Patria Eterna a la que orienta todo su obrar.
Ahora bien, Jesús nos enseña cómo compaginar estas dos realidades, en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios. Entre estos dos ámbitos de la vida del creyente hay distinción pero no oposición, ya que una vivencia integradora de lo temporal presente y de lo eterno futuro, permite un desarrollo armónico y feliz de todo hijo de Dios.
Con su enseñanza, Jesús aprovecha para advertirnos que hemos de guardarnos de caer en el peligro de divinizar el poder político, como sucedía en su tiempo en el que se daba una identificación de lo político y lo religioso, de tal manera que el emperador era considerado dios, de allí que se lo llamara “el divino” y se le debiera rendir culto de adoración.
Los cristianos de la Iglesia naciente tenían bien en claro la distinción entre ambas realidades, política y religiosa, de tal modo que eran perseguidos y martirizados cuando se negaban dar al César el culto propio a Dios.
Ellos comprendían que siendo imagen y semejanza de Dios, no del emperador, debían tener reservado el primer lugar en sus corazones, y por lo tanto el culto de adoración, sólo al Dios Viviente.
Las consecuencias eran palpables, ya que se consideraban enemigos del régimen, o “políticamente incorrectos”, como diríamos en nuestros días, a los que sólo reconocían al César en cuanto poder político temporal, sujeto también él a la soberanía absoluta de Dios omnipotente.
Esta vivencia del cristiano, a ejemplo de su Maestro, “descoloca” al poder político, que se encuentra de ese modo con un hecho, -inusitado hasta el momento-, por el que no se le reconoce su carácter “divino”, y que por lo tanto impulsa al creyente a actuar con la libertad excelsa de los hijos de Dios, de la que cada uno está revestido desde el origen.
De hecho, si bien el poder político debe ser respetado cuando vela por el bien común, en el ejercicio de la autoridad, existen límites precisos.
En la respuesta de Jesús, precisa y profunda a la vez, cuando se le muestra el denario con la imagen del Emperador, se devela el límite: “den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Pero en esta afirmación hay además algo muy importante que hemos de descubrir, y es que el César está restringido. En efecto, el emperador y la moneda que lo representa, tienen límites territoriales que no pueden franquear, so pena de vulnerar la soberanía de otros reyes.
Dar a Dios lo que es suyo, en cambio, significa que por ser el Creador, su soberanía es universal, no está sujeto por límite geográfico alguno, y se le ha de otorgar en todo tiempo y lugar el reconocimiento de su absoluta potestad sobre todo lo creado, incluyendo a la autoridad política misma.
Jesús viene a enseñarnos de esta manera que no hemos de caer en la divinización del estado o del poder político. La tentación permanente del político es creerse omnipotente y que debe ser reconocido como si fuera divino. Tal pretensión de ser divinizado se prolonga con frecuencia en la necesidad que los apremia de perpetuarse en el poder. Los que piensan distinto son sospechados de traidores y tratados como enemigos.
El bautizado –dentro de este esquema de vida- debe asumir que en su relación con el orden temporal y los poderes públicos, existen límites precisos, sin que dude siquiera en dar cumplimiento a aquello de “dar a Dios lo que es de Dios”.
Cuando los que legislan inventan el matrimonio homosexual, le niegan a Dios lo que es suyo, porque al crear al hombre como varón y mujer está poniendo en evidencia cuál es su providencia en relación con el origen y continuidad del ser humano en la tierra. El hombre niega esta potestad divina e inventa una supuesta “igualdad” que es simulacro de la verdad, porque al César se le ocurre dar curso a la corriente que busca la ruptura total con el orden natural.
Respecto a la eutanasia y el aborto, no se busca plenamente reconocer la soberanía absoluta de Dios sobre la vida humana, sino que se pretende entregar al César la posibilidad de decidir quién debe morir o nacer, otorgándole de ese modo categoría divina.
En este sentido el bautizado debe entender quién es su Señor y que ha de ocupar el primer lugar en su existencia. En los textos bíblicos recién proclamados tenemos también una advertencia en el sentido de que si el hombre no reconoce esto se dirige a su perdición.
En efecto, Isaías (45, 1. 4-6) atestigua que Dios elige al rey persa Ciro para que sea un instrumento suyo en la salvación del pueblo de Judá. En el 539 a.C. este rey aniquila el imperio babilónico y libera al pueblo de Judá que sale de su exilio para dirigirse otra vez a su tierra. Se lo llama a Ciro el ungido – término utilizado para la estirpe de David- y comienza una nueva existencia para los judíos. El profeta Isaías, pues, nos enseña que nada acontece en la historia humana sin la permisión de Dios para nuestro bien.
Dios ha de estar en primer lugar en nuestra consideración de la escala de valores para nuestra vida, y como ciudadanos de la tierra trabajar para dar al hombre imagen y semejanza de Dios lo que necesita para que viva como hijo suyo. Así como se da al César lo que es del César”, -es decir la imagen que aparece en la moneda reclama la colaboración con el poder político en lo que a él le pertenece-, ésta termina cuando servir al César significa el no servir al hombre, imagen y semejanza de Dios.
Muchas veces acontece que los que detentan el poder político creen que son dueños de la vida, fama y fortuna de quienes son imagen y semejanza de Dios, y que pueden utilizar a la gente según su capricho sin respetar que también ellos están sometidos a Dios Nuestro Señor.
En efecto, también el gobernante tiene que dar a “Dios lo que es de Dios”, y al César lo que es del César, es decir, ocuparse del bienestar de sus súbditos, velar por el bien común y no pensar en servirse de los demás o enriquecerse a sí mismos y a los amigos, sino admitir que el que manda tiene que ser como el que sirve a ejemplo de Cristo.
Por eso la autoridad política ante Cristo tiembla, ya que viene a romper todos los esquemas reinantes en su época, la pretensión de ser divinizados como si fueran dios. El ejemplo de Cristo reclama el que tengan que ser servidores de la imagen y semejanza de Dios –el hombre- y no dueños, buscando el bien de los demás y no la utilización del otro para los proyectos propios y caprichos propios.
Es importante por lo tanto queridos hermanos que en la vida cotidiana seamos buenos ciudadanos como nacidos en la patria temporal pero sabiendo que nunca hemos de traicionar la otra ciudadanía, la del Cielo, a la que nos dirigimos desde este mundo, y no seguir los caprichos del poder político que pretende separarnos de esta meta, la única que realiza al hombre en su integridad como persona.
No olvidar que debemos dar a Dios lo que le corresponde, que es respetar la ley natural buscando vivir en paz, en justicia, en caridad.
Pidamos al Seño nos ilumine para encontrar siempre la verdad por este camino de dar a Dios lo que corresponde, y la fuerza para no ceder a la tentación de darle al César lo que sólo a Dios pertenece.
Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXIX “per annum”, ciclo “A”. 16 de Octubre de 2011.
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