28 de octubre de 2011

“El amor al Señor de la Vida se prolonga en el amor a toda vida humana”

Jesús aprovecha la pregunta que se le hace sobre cuál es el mandamiento más grande de la Ley, para iluminar nuestra inteligencia guiándonos hacia la verdad total que es Dios mismo.
 La interpelación si bien se hace en un contexto de buscar sorprenderlo en algún error, tiene su razón de ser habida cuenta que el cúmulo de obligaciones legales que obligaban al judío común conducía con frecuencia a confundir lo necesario e importante con lo accesorio.
¿Cuál es el mandamiento más importante? será la pregunta. Y Jesús comienza con el principal “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu” (Mt. 22, 34-40). Nosotros debiéramos preguntarnos si verdaderamente el mandamiento más importante consiste en amar a Dios, o si por el contrario, nuestra mente y corazón se sienten atraídos por otros amores, ya sea a personas o cosas, que empequeñecen en definitiva nuestra vida toda al centrarla en aquello que existe “por Otro” en lugar de orientarla hacia el “totalmente Otro”.
Mirando la realidad que nos rodea debiéramos conocer cuánto nos ama Dios a cada uno manifestándolo con sus dones, y cuán de totalizante es la entrega de nuestro ser como respuesta.
Este amor a Dios nos reclama dejar de lado a los ídolos, -como recalca hoy San Pablo (1Tes. 1, 5-10), al escribir a los tesalonicenses-, para servir al Dios vivo esperando a su Hijo hecho hombre que resucitando de los muertos viene a traernos la salvación, a trasladarnos de las tinieblas del pecado a la luz de la vida nueva de la gracia que da sentido pleno a nuestra vida.
Jesús nos interpela para que amemos a Dios con todo nuestro ser invitándonos a revisar continuamente nuestro caminar por el mundo verificando así si vivimos siempre en este amor exclusivo al Padre.
¿Cuántas veces nos orientamos a Dios teniéndolo como centro de nuestras vidas con amor exclusivo e inclusivo? ¿Sigue siendo Él el centro de nuestras vidas cuando las cosas no salen como nosotros deseamos y esperamos? ¿No está condicionado nuestro amor a Dios cuando somos seducidos muchas veces por los atractivos mundanos que nos distraen de la presencia del verdadero Dios?
En el texto del evangelio el Señor nos enseña que el amor a Dios se continúa en el amor al prójimo y es en éste dónde queda patente cómo se vive nuestra relación de amor con el Dios de las misericordias, ya que la falta de amor al “otro” implica un olvido del amor al “totalmente Otro”.
En el libro del Éxodo (22, 20-26) que hemos proclamado como primera lectura, se nos presenta la concreción del amor al prójimo a través de lo que se conoce como el Código de la Alianza. El amor a Dios se manifiesta especialmente en el amor a los más pequeños de este mundo, a los considerados como los desechados de este mundo. Así hace referencia al cuidado especial por atender a los huérfanos y a las viudas, a los extranjeros cuya presencia recuerda que los judíos fueron también extranjeros en Egipto y sin embargo no fueron olvidados por el Dios amoroso que velaba por ellos, el estar dispuestos a devolver la prenda recibida en préstamo para que nadie padezca frío y necesidad, en fin el velar por los más necesitados. De esta manera hay como un anticipo de lo que luego la doctrina social de la Iglesia indicará cómo vivir la realización de la justicia entre los hombres atendiendo especialmente a los más frágiles.
Toda esta novedad que encierra el amor al prójimo y que trae la palabra de Dios se resume en aquello que es primordial y que hay que respetar siempre, el derecho a la vida que tiene todo hombre que viene a este mundo en el que se manifiesta el poder creador de Dios, y que comienza y manifiesta ya desde el seno materno.
Todos ustedes saben que se ha dejado para los primeros días de noviembre –después de las elecciones de hoy, con el objetivo de no “empañar” su éxito- el tratamiento en el congreso de la posibilidad o no del crimen del aborto, discutir si es lícito matar o no a un nasciturus. Esta mentalidad asesina del no nacido se fue instrumentando desde hace ya un tiempo a través incluso de los medios para que sea algo común y no tan discutido en el pensamiento del pueblo argentino.
Se pretende dejar bajo el poder caprichoso del Estado o de las voluntades particulares la existencia o no de un argentino, intentando vulnerar el primer derecho humano que es el de la vida. De esta manera queda patente la gran contradicción existente entre nosotros, ya que mientras se cacarean los derechos humanos se demuele el primero de ellos.
Mientras lloramos y nos quejamos por las víctimas diarias de la inseguridad guardamos silencio ante los que pretenden erradicar la vida desde sus orígenes. ¡Cuánta hipocresía y liviandad en nuestra sociedad!
Nosotros mismos seremos víctimas de la frivolidad y liviandad que reina en la sociedad argentina, ya que al permitir el posible desprecio por el primer derecho humano, nos sometemos mansamente al olvido de cualquiera de los otros derechos que brotan del de la vida.
El amor al Dios verdadero queda así pisoteado ya que vamos en camino de rendir culto al dios dinero –porque el aborto es un gran negocio-, sirviendo a los ídolos –cual nuevos becerros de oro-, que personifican los grandes intereses económicos, políticos y sociales de nuestro tiempo.
No es suficiente amar al prójimo dándole una limosna o teniéndolo en cuenta cada tanto, sino que hemos de respetarlo desde el principio de su vida misma, asegurándole el derecho a la propia existencia.
Pidamos al Señor que nos ilumine y nos haga ver la profundidad de lo que significa el amor a Dios y lo que implica su prolongación en el amor a los hermanos.
Sólo si somos capaces de defender y apreciar la vida de los más débiles de la sociedad podremos mostrar al mundo que vivimos en el amor de Dios, ya que Él siempre manifestó su predilección por aquellos que hoy son más vulnerables ante las ambiciones de sus propios hermanos.
En el Año de la Vida apostemos por cuidarla, promoverla y elevarla a la dignidad de la que estamos provistos desde la creación misma.

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXX “per annum”, ciclo “A”. 23 de Octubre de 2011.









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