18 de noviembre de 2011

“La felicidad verdadera y perdurable consiste en servir a Dios fuente de todo bien”.

En la primera oración de la misa de este domingo pedíamos al Señor vivir siempre con alegría bajo su mirada, porque la verdadera y duradera felicidad está en servirlo a Él fuente de todo bien.
Esta oración sintetiza lo que los textos del evangelio (Mt. 25,14-30), de Pablo (1 Tes. 5,1-6) y de los Proverbios (Prov. 31,10-13.19-20.30-31) nos enseñan hoy.
En definitiva este hombre que entrega en administración sus bienes, es el mismo Jesús, en el tiempo que se extiende desde su glorificación hasta su Venida.
Lo que está pidiendo el mismo Dios, Jesucristo, es servirlo con alegría bajo su mirada haciendo el bien, convencidos que en ello consiste la felicidad duradera y verdadera fuente de todo bien.
Señala el texto del evangelio que los talentos entregados lo fueron “según la capacidad” de cada uno de los tres individuos receptores. Muchas veces interpretamos los talentos como cualidades intelectuales o de todo tipo que posee una persona y, que es necesario fructificar esas cualidades o dones personales. Sin embargo, las mismas constituyen la realidad de cada persona, es decir, “su capacidad”, que permiten recibir los talentos, es decir, la administración que el Señor quiere confiar a cada uno. De acuerdo a la naturaleza de cada uno, de lo que le es propio y diferente, se le da administraciones distintas, ya sea cinco, dos o uno. Si se le da a alguien por cinco, es porque reúne las condiciones para lograr otro tanto, y así sucesivamente. Podemos llamar a esta condición personal la vocación, reconociendo siempre que la fuente de todo bien está en Dios orientando así toda nuestra vida hacia Él y al servicio de los hermanos, sabiendo que así encontraremos la verdadera dicha.
Y esto es tan así, que cuando el Señor venga por segunda vez, quien viva de esta manera no será sorprendido -como recuerda el apóstol san Pablo “porque es hijo de la Luz y vive en el día”-, mientras que quien vive en las tinieblas, despreocupadamente, pensando que el Señor tardará, será sorprendido con su regreso como con la venida del ladrón en medio de la noche.
El hombre que recibió un talento, poco, pero según su capacidad, no supo fructificar desde la base de sus propias cualidades, lo que se le había pedido. Tuvo miedo pensando en las exigencias, y enterró lo recibido, el don de la fe. El ser humano muchas veces entierra lo recibido en administración, se conforma con conservar lo recibido, una fe mas o menos vaga, pero no piensa en dar fruto, en transformar la fe en la esperanza del encuentro con el Señor, en obras de verdad y de justicia, en realizaciones que muestren que la verdadera felicidad está en servir a quien lo ha llamado, fuente de todo bien. El reproche a este servidor inútil significará el ser arrojado lejos de Dios, ya que no es digno de permanecer entre los que han sido fieles a la administración que se les ha entregado dando frutos abundantes.
En cambio, al que ha laborado “su capacidad”, se le dará más todavía. La recompensa prometida y recibida del Señor, siempre será más generosa que lo que nosotros hayamos realizado, aún dando lo mejor de nosotros mismos, ya que Dios no se deja ganar en generosidad.
La Sagrada Escritura elogia al hombre cuando se entrega totalmente en las manos de Dios y a sus hermanos. Encontramos un modelo digno de imitar lo que nos trae el libro de los Proverbios. “Una buena ama de casa –dice-¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas” y sigue elogiando a esta mujer modelo de esposa y madre, que representa al pueblo de Israel mismo en la medida que se mantiene fielmente en el trabajo de alabar a Dios y servir a los hermanos.
Mujer que representa también a la Iglesia constituida por los bautizados, llamados a la fidelidad y perseverancia en la tarea que cada uno tiene hasta que Él vuelva.
Esta mujer adornada de múltiples cualidades, según esa capacidad, fue llamada a ser ejemplar esposa y madre, -podría haber sido otro su llamado- lo cual realizó consciente de su amor a Dios y a sus hermanos, la familia concreta que había formado. Ella es elogiada porque hace el bien, nunca el mal, hace feliz a su marido, sus hijos se regocijan, abre su mano ante el desvalido y los pobres. Concluye el texto de Proverbios “engañoso es el encanto y vana la hermosura”. En un mundo como el nuestro que busca afanosamente la belleza y la eterna juventud, deja al descubierto el texto sagrado la vanidad de estas pretensiones. Todo aquello en lo que el hombre deposita su interés termina y, sólo queda lo que dice de esta mujer y de cualquier otra persona que ha entendido lo que Dios le reclama para vivir en la sociedad, con fidelidad, constancia y entrega.
Queridos hermanos busquemos a Jesús Nuestro Señor y pidámosle que sintiéndonos bajo su mirada vivamos con alegría y comprendamos que la felicidad verdadera y perdurable consiste en servir a Dios fuente de todo bien.


Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXXIII “per annum”, ciclo “A”. 13 de Noviembre de 2011.







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