La Iglesia en la liturgia recuerda y actualiza la historia de la salvación humana. Se trata de otorgarle al tiempo –porque vivimos en el trascurrir del mismo- un sentido que va más allá de la sucesión de los días y darle un sentido teológico, descubriendo de qué manera este suceder del tiempo no es algo meramente temporal sino que se proyecta a la eternidad.
A través del año litúrgico la Iglesia actualiza los misterios de la creación, de la redención y de la santificación humana. El próximo domingo se inaugura un nuevo tiempo litúrgico con el Adviento, preparándonos a la venida en carne del Hijo de Dios –el rey-pastor- anunciado mucho tiempo antes de que se concretara su presencia entre los hombres, pero teniendo en la mira su segunda venida como rey-juez.
Al comienzo del mundo, cuando todo fue creado por Dios, el hombre se rebeló por el pecado, quiso independizarse de la soberanía divina y no pertenecer más a ese Reino Nuevo que quiso instaurar entre nosotros.
En el proyecto divino –pura providencia de gracia-, está presente el envío de su Hijo que hecho hombre, Jesús, viene a restaurar todo lo creado. ¿De qué manera? Liberándonos del pecado y ofreciéndonos como reino al Padre del Cielo. Es como si un rey que desposeído de su reino por un usurpador, lo recupera por la acción de su hijo, que combatiendo al invasor, pone a sus pies el fruto de la reconquista.
Esto mismo, salvando las distancias, es lo que acontece en la historia humana, ya que fuimos rescatados del demonio usurpador de la gloria divina, para ser nuevamente entregados al Padre de las misericordias.
Nosotros atestiguamos nuestro dominio sobre las cosas diciendo esto o aquello me pertenece, y hasta pretendemos incorrectamente dominar a los demás. Igualmente, el Hijo manifiesta el señorío supremo del Padre, entregándonos a Él. Creados a imagen y semejanza de Dios, miembros del Reino que perdimos por el pecado, somos incorporados de nuevo por la muerte y resurrección de Cristo.
Esto es lo que señala hoy el apóstol San Pablo (1 Cor. 15, 20-26.28) al indicar que en Cristo es restaurado todo lo creado y ofrecido nuevamente al Padre Creador.
Los textos bíblicos de este domingo nos presentan la figura del rey pastor en el antiguo testamento siguiendo al profeta Ezequiel (Ez. 34,11-12.15-17), y la del rey juez según la visión que nos trae san Mateo (25, 31-46). Estas dos imágenes nos muestran precisamente dos momentos de la presencia del Hijo de Dios hecho hombre en la historia humana.
El profeta Ezequiel nos presenta la figura del rey-pastor de la Alianza que se ocupaba especialmente del pueblo elegido cuando éste estaba desguarnecido y abandonado por la desidia de los pastores humanos, y al mismo tiempo anticipaba la llegada del pastor mesiánico, Jesucristo.
El Hijo de Dios viene en la plenitud de los tiempos como el rey- pastor, continúa lo anunciado por el profeta, se inclina y se abaja ante sus ovejas, haciéndose uno de nosotros, sacándonos de nuestras miserias, especialmente la del pecado, y liberados de todo mal nos lleva a formar parte del Reino del Padre.
Mientras vivimos en este mundo esta imagen del rey-pastor está siempre presente.
Pero hay también un anuncio, el del rey-juez, ya que llegará el momento en que Aquél que es Alfa y Omega, Principio y Fin, nos pedirá cuentas al fin de nuestra vida en primer lugar, y en su segunda venida después, de las obras realizadas a favor u omitidas en perjuicio de los hermanos, presencia siempre viva de Jesús.
El texto del evangelio describe cómo cada uno de nosotros ha de responder algún día acerca de su relación con Dios y el hermano que se nos ha confiado.
Cada obra buena realizada u omitida con el prójimo muestra el amor o no para con la persona de Jesús, ya que lo realizado para con el otro “a mí me lo hecho”.
Ahora bien esta referencia al “otro” no se reduce al plano individual, al sólo obrar entre el yo y el tú, sino que va más allá, e interpela al estado de vida de cada uno, al talento o misión que se nos ha confiado a cada uno y de lo que se nos pedirá cuenta como recuerda también el evangelio de hoy.
Es decir que habida cuenta de lo que se nos ha confiado se nos exigirá también una respuesta no sólo proporcional sino generosa.
Si soy docente, ¿entrego a los niños y jóvenes, “la comida y bebida de la sabiduría”? Si soy juez, ¿administro la justicia buscando restablecer los derechos de cada uno según la verdad y no según las conveniencias de los poderosos?
Si soy gobernante ¿procuro implementar políticas de estado que acaben con el hambre, que promuevan la salud suscitando un hábitat que dignifique a la persona? ¿Procuro viviendas a todos y trabajo que permita desarrollar lo propio?
Si se me confían los dineros de otros, ¿los administro procurando el bien común o favorezco a mis amigos o incremento mi propia fortuna?
Como legislador, ¿promuevo leyes que enaltecen al hombre defendiendo su vida desde el nacimiento hasta su muerte natural y respetando el orden natural?
¿Combato desde el poder la falta de salubridad brindando cloacas, agua corriente, gas, energía eléctrica a los barrios? o por el contrario ¿me conformo con entregar dos o tres pastillitas haciendo creer que estoy luchando contras las enfermedades cuando en realidad estoy detrás de los negocios que puedo redondear con la miseria de los otros?
Si soy sacerdote, ¿procuro ser fiel a las enseñanzas del Señor guiando a todos al encuentro del Señor?
En fin, cada uno, desde el papel que desempeña en la sociedad por pequeño que sea, ha de dar frutos abundantes mirando siempre en el rostro del otro y su reconocimiento efectivo, la presencia del mismo Jesús.
A quien más le dio el Señor, más le pedirá como respuesta. Cuanto mayor sea el poder político, económico o social que tenga cada uno, más se le solicitará en el momento del juicio definitivo, especialmente si teniendo oportunidad de contribuir al crecimiento de otros con la riqueza, -por ejemplo- preferí acumularlas para un disfrute egoísta de las mismas sin dar cabida a terceros.
El olvido del hermano significó por lo tanto la indiferencia ante el mismo Cristo que nos interpela en las necesidades del prójimo.
En realidad es un juicio sobre la clausura del corazón humano, tan común en nuestra sociedad egoísta, que no advierte que existen otros a los que algo se puede hacer en orden a su elevación.
Jesús nos está diciendo con su enseñanza que todavía estamos caminando en el tiempo, bajo la mirada y guía del rey-pastor. Aprovechemos para escucharlo y seguir su ejemplo, permanezcamos siempre cercanos a los demás hombres, especialmente con los pecadores, preparando así el momento en que el rey-juez nos convoque ante Él para que le entreguemos nuestras buenas obras y así ofrecerlas al Padre en el Nuevo Reino.
Los que han obrado el mal, por el contrario, que siempre laboraron para sí e ignoraron a su Creador, serán apartados del reino al que nunca pertenecieron de veras, aún quizás estando bautizados.
Que el Señor nos ilumine de manera que Él siempre reine en nuestros corazones y moldeando nuestro corazón en la caridad nos mueva a realizar siempre el bien.
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“synkatabasis”: descender para estar con.
Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo de Cristo Rey, ciclo “A”. 20 de Noviembre de 2011.
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