25 de mayo de 2012

“Ascendiendo por el camino de la santidad, esperamos compartir la gloria de Jesús”.


Celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor culminando con su pascua, ya que realiza así el paso de este mundo al Padre. En cuanto Dios nunca ha dejado la intimidad trinitaria, en cuanto hombre ingresa con su cuerpo glorificado a la vida divina.
 Es un anticipo éste de nuestra futura entrada en la gloria para la que fuimos creados. Por eso en la primera oración de la misa dábamos gracias a Dios con alegría porque en la ascensión es elevada nuestra humanidad, habiéndonos precedido Jesús en la gloria que nosotros esperamos alcanzar. Ir al cielo es ingresar en la intimidad divina, es por eso que el apóstol san Pablo en la segunda lectura (Efesios 1, 17-23), desea para nosotros que Dios nos “conceda un espíritu de sabiduría que nos permita conocerlo verdaderamente”, lo cual indudablemente se logra en la vida eterna. E iluminados nuestros corazones “podamos valorar lo que esperamos, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos”. Valorar lo que esperamos implica caer en la cuenta que lo que enaltece nuestra vida de creyentes es llegar a la plenitud de existencia que no logra nadie permaneciendo únicamente en lo temporal. Valorar los “tesoros de gloria que encierra su herencia en los santos” supone que no hay tesoro en el mundo que pueda comparársele a lo que el Señor nos promete. En la ascensión se consuma la glorificación de Jesús comenzada en su muerte y resurrección, y su gloria es también la nuestra, ya que caminamos como “cuerpo” que es la Iglesia, hasta encontrarnos definitivamente con la “cabeza” que es el mismo Cristo, alcanzando así la plenitud total en la comunión eterna entre el “cuerpo” y la “Cabeza”. El ascenso de Cristo, según san Lucas, comienza en Galilea, se continúa en Jerusalén y llega a su culmen al “sentarse” a la derecha del Padre. Nosotros también, mientras vivimos en este mundo hemos de responder generosamente a la gracia recibida de la “Cabeza”, para ir ascendiendo por el camino de santidad que se nos ofrece. Así como nos preocupamos por ascender en el trabajo, en la escala social, en la consideración de los demás, mucho más se ha de destacar nuestro empeño en ascender por ser cada día mejores cristianos. En cada decisión tomada, cada vez que elegimos a Cristo o buscamos realizar el bien nos encaminamos con certeza a alcanzar la meta para la que fuimos creados. En este orientarnos a la gloria no estamos solos, ya que Cristo nos promete antes de ascender, que estará con nosotros hasta el fin del mundo, ya que Él así como no dejó la intimidad trinitaria cuando se hizo hombre, tampoco dejó de estar con nosotros en este mundo cuando volvió al Padre. Esta presencia cierta del resucitado entre nosotros la confirma el libro de los hechos de los apóstoles (1, 1-11), cuando atestigua que una nube ocultó al Señor de la vista de los apóstoles, evocando así a esa “otra nube” que como signo de la presencia de Dios, guiaba al pueblo elegido en el desierto. Se encuentra presente también en su Iglesia, muy particularmente en la Eucaristía, cuando se queda con nosotros para siempre como alimento vivificante y nutritivo y, así fortalecidos, podamos ser sus “testigos” en medio de los peligros y persecuciones del mundo en el que transitamos. La vuelta al Padre ya estaba anunciada cuando Jesús afirmara en una oportunidad que en la casa del mismo hay muchas habitaciones, que retornaba para prepararnos un lugar (Juan 14, 1-3), y regresar algún día para llevarnos consigo, esto es, junto al Padre. La presencia de Jesús en su humanidad junto al Padre, pues, es un anticipo de lo que nos acontecerá si nos mantenemos fieles a Él, es el cumplimiento de sus promesas y la fuerza que nos mantiene en esta vida perseverantes en su seguimiento. De allí la necesidad de seguir elevándonos cada día, por encima de la mediocridad, de las cobardías que nos impiden dar verdadero testimonio de lo que somos, hijos del Padre común de todos, hermanos del Hijo primogénito del Padre. También a nosotros se nos dice hoy, como antaño a los apóstoles, “por qué siguen mirando al cielo?, no esperen todo del Señor, aunque “vendrá de la misma manera que lo han visto partir”, es la hora de ustedes los cristianos, el momento de seguir haciéndolo presente a Jesús en medio de la sociedad, el cumplir con el mandato de seguir proclamando el misterio de salvación entre tantos indiferentes e incrédulos. No nos toca a nosotros percibir los frutos, sino sólo sembrar su palabra en aquellos corazones que todavía ávidos de la Verdad, están abiertos para recibirla y conformarse a ella en su tránsito por este mundo. Al igual que los apóstoles (Lucas 24, 46-53), bendecidos también nosotros en ellos, poseídos por la alegría que proviene del resucitado, permanezcamos continuamente en el templo de este mundo alabando a Dios, con nuestra oración, con nuestro obrar en el mundo, en la familia. Que el mundo sepa que nos embarga la felicidad de ser de Jesús, de poder darlo a conocer a los demás, de encaminarnos hacia su encuentro definitivo para no separarnos jamás. Que cada vez que compartimos la Eucaristía dominical reavivemos la convicción de haber sido salvados y revestidos con la esperanza que no defrauda de llegar algún día a la meta en la que nos espera el redentor. Que desde la contemplación de los bienes que nos esperan sepamos ordenar este mundo, nuestro trabajo y nuestras vidas a la gloria eterna de Dios. Hermanos, pidamos al Señor que nos dé su gracia para no dejar nunca de transmitir al mundo la alegría de sentirnos salvados y enviados para dar a conocer las maravillas del Señor resucitado.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad de la Ascensión del Señor. Ciclo “B”. 20 de mayo de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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