Pedíamos a Dios en la primera oración de esta misa la gracia de poder prolongar en nuestras vidas el misterio de fe pascual que gozosamente estamos celebrando. Este prolongar el misterio pascual está relacionado con la misión de la Iglesia, el sentirnos enviados para llevarlo a Jesús a todas las personas y ambientes de nuestra sociedad.
En la primera lectura (Hechos10, 25-26.34-36.43-48) nos encontramos con la conversión del centurión pagano Cornelio, pero también me arriesgo a decir, con la conversión del apóstol Pedro. Cornelio se convierte cuando movido por la gracia quiere conocer a Cristo, y Pedro se convierte porque sale de su estrechez de miras en cuanto a la salvación, que circunscribía a sólo los judíos, para abrirse a la misión de evangelizar también a los paganos, movido por la gracia. Dios a través de visiones le ha hecho comprender a Pedro que debe ir al encuentro de Cornelio, porque el Hijo de Dios murió y resucitó por todos los hombres, no sólo por el pueblo judío. El pedido de ser cristiano por parte de Cornelio y la aceptación de Pedro, grafican la voluntad divina de la salvación universal. Se concreta la catolicidad de la Iglesia es decir su universalidad, el llegar a todos, aunque no todos respondan en el decurso del tiempo a esa llamada a la salvación por la resistencia a la gracia divina. Prolongar el misterio pascual en nuestras vidas, como suplicamos en la primera oración, consistirá en dirigirnos al encuentro del hombre de hoy para anunciarles el mensaje salvador de Jesucristo, sin excluir a nadie, sin considerar perdida a persona alguna. Pero también prolongamos el misterio pascual en nuestra vida a través del mandamiento del amor que no es un mero sentimiento o sensación epidérmica sino que consiste en la entrega de nosotros mismos ya a Cristo en el cumplimiento de sus mandamientos, ya a nuestros hermanos aceptados como hijos también del Dios vivo (Juan. 4, 7-10). “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” –nos dice Jesús, y lo realiza por la cruz y resurrección, pero también se entrega por los enemigos al implorar “perdónalos Padre porque no saben lo que hacen”. Vivir la Pascua nos introduce en una vida nueva ya “que no los llamo servidores porque éstos no saben lo que hace su Señor, sino que los llamo amigos”, y como tales nos ha dado a conocer el misterio del Padre. Siempre el amor está relacionado con el conocimiento, ya que nadie ama lo que no conoce. El entendimiento nos lleva a la verdad que manifiesta el ser divino y la naturaleza humana de cada hermano y la voluntad, como apetito intelectivo, nos orienta hacia el bien percibido también en Dios de un modo pleno y en el hermano de un modo participado. Cuando Jesús nos da a conocer el misterio del Padre y del Espíritu, nos está introduciendo en la vida trinitaria, de allí que nos diga “ámense unos a otros como yo los he amado”. El “como” yo los he amado, anuncia la medida –el amor sin medida como Él- con que hemos de amar a los otros hijos de Dios, hermanos nuestros. En la historia humana encontramos muchos modelos de entrega de la vida por amor a otros, como por ejemplo cuando una madre embarazada, prefiere dejar avanzar la enfermedad que la carcome antes de perjudicar a su hijo por medio de algún tratamiento curativo de su enfermedad como santa Gianna Beretta Molla. Por cierto que este amar al prójimo de una manera tan sublime exige el responder en la vida con un amor cada vez más semejante al de Cristo. Este modo de amar nos hace ver que hemos nacido de Dios, como lo afirma san Juan en la segunda lectura del día “el amor procede de Dios y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Juan. 4, 7-10). Cuando en el corazón humano, en cambio, hay odio, es porque no se ha conocido a Dios y no se ha recibido su amor. Ahora bien, san Pablo enseña que el amor se goza en la verdad (I Cor. 13), nunca está unido a la mentira, a la falsedad, al error, a aquello que oscurece la posibilidad de conocer a Dios e impide conocerlo como bien supremo hacia quien hemos de orientar nuestras vidas. En este sentido como católicos hemos de conocer lo que nos enseña el Señor, la Iglesia y estar firmes en sostener abiertamente la unidad que ha de existir entre el amor y la verdad. El amor a la personas no debe impedirnos proclamar abiertamente la verdad. El buen católico es capaz de acercarse a su prójimo equivocado a quien ama, para proclamarle la verdad aunque no tenga eco alguno. En estos días aprobó el senado la llamada ley de identidad de género por la que se vulnera precisamente el sentido que ha de tener una ley. La ley es una ordenación del entendimiento humano que se orienta al bien común. En nuestros días, entre nosotros, la ley no proviene de la recta razón sino de la voluntad y querer de los que legislan pretendiendo convalidar y darle protección jurídica a situaciones particulares existentes sin que tengan el contenido de bien común por su desencanto y oposición a la naturaleza de las cosas. Pareciera que el hecho de querer algo o percibirse de tal o cual manera postulara necesariamente un encuadre jurídico que le dé cabida y legalidad en medio de la sociedad. En este caso particular se desecha el hecho concreto de que el hombre es varón o mujer en todo su ser y está constituido así ya desde el origen de su vida, sin que pueda esto cambiarse por la “voluntad” humana, como si ésta fuera creadora de la realidad. La pretendida voluntad omnímoda de los legisladores argentinos ha encuadrado legalmente este engendro que se llama sexualidad percibida. Y así, si alguien se “auto percibe” como varón o mujer, tiene “derecho” a cambiar de nombre, de sexo, de “identidad” por el solo hecho de quererlo y aunque esto no se adecue con lo que cada uno es genéticamente. Caemos en el absurdo de pensar que es suficiente que una persona quiera ser lo que su voluntad desea para que así suceda. Nos quedaríamos cortos con los ejemplos si siguiéramos “esta lógica” de la “auto percepción” subjetiva de cada uno. ¿Qué pasa si un varón cambia “su identidad” para “ser mujer” y se jubila cinco años antes de lo que debiera ser? ¿No sería discriminar dejar de aceptar que alguien se auto perciba con veinte o treinta años menos? Cuando la ley deja de ser originada por la recta razón terminamos cayendo en el ridículo y en el absurdo más denigrante de la dignidad humana. No se cambia la verdad por el sólo hecho de que alguien así lo quiera. Es importante que no renunciemos a pensar fundándonos siempre en la naturaleza o verdad de las cosas. Estamos en una época que nos empujan a vivir de la fantasía y por lo tanto en la mentira, por eso pidamos al Señor que nunca nos falte su luz para descubrir la verdad para poder transmitirla a todos los hombres de buena voluntad a quienes hemos de amar como Dios nos ama.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 6to domingo de Pascua. Ciclo “B”. 13 de mayo de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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