Una experiencia particular que vivieron los santos es la del exilio. Es decir, el comprobar que se vive en un lugar que no es el propio atendiendo al origen de uno mismo.
El texto de Ezequiel (cap.17, 22-24) que proclamamos recién, nos narra el estado en que se encontraba el pueblo de Israel fuera de su patria en la primera deportación (año 598). Conducido al exilio, a vivir en tierra extranjera en medio del derrumbe por el cautiverio, reciben la promesa mesiánica de que del cedro real davídico un gajito será plantado en la tierra de Israel hasta convertirse en un cedro frondoso y noble. Será Ezequiel, profeta en la cautividad, quien anuncia la llegada futura del Mesías, verdadera fuerza del creyente. Como el gajo sacado del cedro majestuoso y plantado en las alturas se desarrolla de manera que su frondosidad da albergue a los pájaros del cielo, así también el Mesías, gajo de Israel, albergará en su reino a todos los hombres de buena voluntad que quieran encontrarse con el Salvador. Así lo expresa el texto del evangelio (Mc. 4, 26-34) cuando refiriéndose al reino lo compara con el grano de mostaza que se desarrolla de tal manera que bajo la sombra de sus ramas se cobijan innúmeros pájaros del cielo. Pero volviendo al tema del exilio encontramos referencias concretas en el texto de san Pablo (2 Cor. 5, 6-10) cuando afirma que “nos sentimos plenamente seguros sabiendo que habitar en este cuerpo es vivir en el exilio, lejos del Señor”. Esta experiencia del exilio reclama ser profundizada debidamente para que el bautizado añore “vivir” algún día con el Señor del que estamos aún lejos, pero al cual podemos acercarnos ya desde el ahora en que vivimos. Los santos afirmaban que en su propia patria –la tierra de sus padres- donde habían nacido, se sentían exiliados, ya que su verdadera Patria era la vida eterna con Dios a la cual se dirigían con esperanza. Con este pensamiento de ningún modo despreciaban su existencia en este mundo, en su tierra de origen; por el contrario, el sentirse exiliados en este mundo, porque no habían llegado a la Vida con Dios, les hacía trabajar en su terruño dedicando todas sus fuerzas, su inteligencia y voluntad, al servicio de todos, para que hermanados por la misma fe, esperanza y caridad marchemos en comunidad al encuentro del Padre. Por el contrario el vivir en este mundo pensando que nuestro suelo es la verdadera y única “patria”, origen y meta de todo lo que existe, nos “acomoda” e instala en el acá, asimilándonos exclusivamente a lo temporal, sin aspirar a lo eterno, despreocupados de los demás. Precisamente, en un mundo como el nuestro, donde la prescindencia de Dios es cada vez más notable, provocando que no se viva este exilio espiritual, culmina en que crezcamos centrados en nosotros mismos y por lo tanto cada vez más vacíos en nuestro interior de Dios y del hermano. Continúa san Pablo afirmando “porque nosotros caminamos en la fe y todavía no vemos claramente”, lo cual nos anima a proseguir el camino. Si miramos a la Iglesia de nuestro tiempo nos encontramos con situaciones que nos hieren profundamente, como cismas interiores, desobediencias al Sumo Pontífice, actitudes contestatarias, sedicentes católicos que se hacen defensores de la mentira. Ante ello se nos interpela para que vivamos iluminados y sostenidos por la fe, para que ésta nos permita sufrir lo negativo que pareciera ahogar la Iglesia. Es decir, vivir en el exilio de la oscuridad que nos rodea muchas veces, con la certeza que veremos todas las cosas como son una vez que vivamos en la comunión total con Dios. Mientras tanto, aunque parezca que Dios no está, ya que “todavía no vemos claramente” como pensaba muchas veces el pueblo de Israel sumergido en el exilio, Él ha de ser nuestra fuerza. Sucede que nos impresiona más lo mediático, el atractivo de la noticia fugaz que nos atrapa, el poder desmedido de los prepotentes de este mundo pasajero, porque no vivimos en el exilio espiritual que juzga siempre desde la fe, nuestra verdadera fuerza afrontarndo así todas las dificultades. Como nos enseñan los textos bíblicos del día, Dios trabaja en el interior de cada uno y en el corazón de la sociedad misma, de manera que el Reino, su presencia entre nosotros, va creciendo lentamente pero con firmeza destacándose la presencia de la verdad. Dice el evangelio que el hombre que siembra arroja la semilla en la tierra y se arma de paciencia para ver los resultados de modo que “sea que duerma…sea de día o de noche la semilla crece sin que él sepa cómo”. Así labora Dios, en silencio, no es el activismo del hombre o su inteligencia lo que permite el desarrollo de la semilla o el Reino, sino la gracia de Dios que produce el crecimiento, la gran planta, que da cobijo a muchos. Esto nos debe dar la certeza que no todo está perdido respecto a lo que refiere a Dios y a la santidad de las personas o al crecimiento del Reino o su presencia en el mundo, ya que el desarrollo de lo que proviene del Creador es diferente al que presenta el mundo, siempre aparatoso pero en definitiva efímero. Lo que proviene del Señor trasciende el tiempo de cada día para hacer ver sus resultados en el momento que ha dispuesto. Para que este crecimiento se produzca en nosotros hemos de partir del hecho que vivimos en el exilio de esta vida temporal pero orientados a la Patria verdadera. Vivir en el exilio de este mundo supone que somos extraños a todo lo mundano. En efecto, el creyente que vive unido al Señor mientras camina en este mundo como exiliado, percibe que muchas cosas que lo rodean son contrarias a la fe, extrañas a su concepción de vida afirmada en la verdad. Rodeados de una cultura de la frivolidad y del absurdo como en nuestro país en que cada día nos enfrentamos con un bolazo diferente como la ley de identidad de género, o con una concepción de vida diabólica como la guía que legitima el aborto a pedido, el cristiano sólo puede subsistir si exiliado por su unión al Señor sabe juzgar y rechazar esta fuerza impostora que busca destruirlo despojándolo de su dignidad de hijo de Dios. Por el contrario es imposible caminar hacia la meta del encuentro con el Creador si mientras estamos en la condición de homo viator nos asimilamos a un modo mundano de vivir. Hoy me refería a los papás de los niños de catequesis, y también lo digo ahora a los padres presentes, sobre el valor formativo que tiene el ir sembrando en el corazón de los niños la enseñanza de Jesús, esperando que esta vaya dando frutos por medio de la fuerza que proviene del mismo evangelio. Cuando el crecimiento de esa palabra va acompañada por el buen ejemplo de los padres y por una vivencia lo más cercana al evangelio, estamos seguros que contribuimos a la formación de futuras buenas personas. Y si acaso alguno se desvía durante el proceso de maduración personal, la experiencia nos enseña que en algún momento resurge lo asimilado desde pequeño, ya que aunque parezca que las enseñanzas caen en saco roto, siempre algo queda en el interior de la persona. De allí la necesidad de suplicar la gracia de lo alto para seguir sembrando la Palabra del Señor en el corazón de todos para que ésta crezca permanentemente según el ritmo que el mismo Dios le marca.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en domingo XI “durante el año” Ciclo “B”. 17 de junio de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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