La Iglesia proclama hoy una vez más la fe en la presencia real de Jesús bajo las especies eucarísticas de pan y vino. Antes de partir al Padre, Jesús les dice a sus apóstoles “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”.
Este “estar” del Señor se da no sólo en medio de nosotros como comunidad de creyentes, o cuando dos o tres se unen para orar, sino de una manera particular en este sacramento. Se trata de un misterio tan grande de la presencia del Señor entre nosotros, que sólo por la fe podemos tener acceso a el. De hecho, a lo largo de la historia de la Iglesia abundaron las dudas entre los fieles, incluso sacerdotes, sobre cómo era posible este cambio sustancial del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero que quita los pecados del mundo por medio de su ofrenda sacrificial al Padre. La respuesta del Señor ante esta debilidad del hombre, tan limitado en su conocimiento, se concretó en muchos signos, todos ellos documentados, que probaban su presencia real. Me refiero a los llamados milagros eucarísticos. La carta a los hebreos (9, 11-15) que acabamos de proclamar es muy gráfica en sus expresiones en el sentido que los ritos de la aspersión con la sangre de las víctimas sacrificadas en el Antiguo Testamento no hacían más que conceder una purificación exterior que apuntaba a una realidad más profunda, anunciada pero todavía no realizada. Por eso continúa “¡Cuánto más la sangre de Cristo que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!” En efecto, el ritual del Antiguo Testamento cuando Moisés (Éxodo 24, 3-8) rocía al pueblo con la sangre de las víctimas ofrecidas, da lugar a un tiempo futuro totalmente distinto, el ser rociado con la sangre de Cristo, aquél que muriendo en la cruz nos redime del pecado y de toda esclavitud para transformarnos nuevamente en hijos del Padre. La carta a los hebreos sigue insistiendo en que Cristo ingresa a un santuario nuevo, -por la acción de su sangre derramada en sacrificio- el de la eternidad, y detrás de Él, como su cortejo, los que purificados por su sacrificio respondan al amor recibido con una entrega total de sus personas y vidas. Prosigue el texto afirmando que “Cristo es Mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres”. Mediador o pontífice –puente- que une ambos extremos de una relación, y ofreciéndose como víctima por nuestros pecados hace posible que el hombre pueda llamar nuevamente “Abba” al Padre del cielo, y seamos nosotros constituidos en sus hijos predilectos, y herederos de la Vida eterna. Pero además hemos de caer en la cuenta, que Cristo por la Eucaristía, quiere estar con cada uno para enriquecernos. Pues bien, la Providencia ha querido que hoy, fiesta del Corpus, se realice en todo el país la colecta anual de Caritas, cuyo lema mediático es “pobreza cero, vida digna para todos”. Estamos en el mundo empobrecidos a causa del pecado. En el orden temporal porque el egoísmo del hombre sumerge en la miseria a muchos de sus hermanos, y en el orden espiritual porque la ausencia de Cristo en nuestra alma, a causa del peor de los males el pecado, nos encuentra despojados de la gracia, principio de la vida eterna. Ahora bien, la pobreza material puede subsanarse si el hombre abre su corazón y su mano a la solidaridad para con sus hermanos, mientras que la pobreza espiritual sólo encuentra remedio con Cristo Eucaristía como alimento para la vida del mundo. La pobreza del alma comienza a sanarse por el sacramento del perdón por el que somos reconciliados con Dios, y se prolonga en la Eucaristía, pan vivo bajado del cielo. En el reencuentro con Cristo se va gestando una nueva existencia en la que, siendo pobres nos hacemos ricos, a la inversa de lo que aconteció con Cristo que siendo rico se hizo pobre por nosotros. La pobreza nuestra asumida por el Hijo de Dios al hacerse hombre, se transforma en la riqueza que brota de la vida en Cristo nutrida y crecida en la Eucaristía. A pesar de conocer esto, muchas veces nos preocupa más en lo cotidiano la pobreza material, y a veces no le prestamos atención a la carencia espiritual, siendo que es el encuentro con Jesús lo que le da verdadero sentido a nuestra vida. El Señor viene en este sacramento a colmar nuestras carencias más profundas, sepamos esforzarnos cotidianamente para hacernos merecedores de ser templos de su gracia, ya que Él nos dice siempre “Aquí estoy para el bien tuyo”. En el evangelio (Mc. 14,12-16.22-25) nos dice Jesús: “Les aseguro no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios”. Ojala cada uno de nosotros pueda beber el vino nuevo en el reino de Dios, purificados por la sangre de Cristo, redimidos por el Señor, unidos más y más a quien nos convoca a la acción transformante de su gracia.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad del Corpus Christi. Ciclo “B”. 10 de junio de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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