El eje temático de este domingo pasa por la elección de personas determinadas, el profeta Ezequiel, el apóstol Pablo, el mismo Jesús elegido por el Padre, para llevar al hombre de su tiempo todo lo referente a la salvación como designio divino para elevarlo a la participación de su misma vida.
Frente a esto los textos bíblicos nos indican la actitud constante de los destinatarios que es la de rechazo a la Providencia divina, la no aceptación de la Palabra anunciada. La primera figura que nos trae la liturgia de este domingo es la del profeta Ezequiel (2, 2-5), elegido porque así Dios lo quiere, no por sus cualidades. Llamado “hijo de hombre” –de la misma manera se lo llama a Jesús, pero con un sentido diferente-, es decir, hijo de Adán, de la tierra, o sea nada, total contingencia, comparado con la grandeza del Creador. A ese hombre ínfimo se le insufla el espíritu de Dios y se lo envía a transmitir un mensaje al pueblo elegido, el de convertirse y ser fieles a la alianza realizada con Dios en el Sinaí. Se le advierte a Ezequiel para que no se haga ilusiones acerca del resultado de su misión, ya que se dirige a un pueblo de rebeldes, que “se han sublevado contra mí”, ya que “son hombres obstinados” de “corazón endurecido”. Términos todos que ponen al descubierto la condición del corazón humano que está enceguecido, encerrado en sí mismo que no acepta que Dios ingrese a su vida, como si esto fuera perjudicial para el hombre y no más bien para su grandeza. El profeta se sentirá desconsolado ante esta negativa, pero no ha de desistir de su misión ya que “sea que te escuchen o no te escuchen sabrán que hay un profeta en Israel”. Esta afirmación es válida también para ser aplicada a la misión de Pablo y del mismo Jesús, como asimismo a la nuestra, llamados a ser testigos del Señor en el mundo por medio de las obras. En la segunda lectura (2 Cor. 12, 7-10) nos encontramos con que Dios elige a Pablo, a pesar de haber perseguido a los cristianos, y lo envía a llevar el mensaje de salvación a los paganos, a aquellos que no vienen del judaísmo, y en la debilidad de su carne se hace presente la fuerza de la gracia de Dios. Pablo es consciente de su debilidad al decir que “siento una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere”, y le pide tres veces a Dios lo libere, pero otras tantas recibe como respuesta “te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad”. Convencido que la fortaleza que lo posee viene de lo alto cambiará de actitud expresando “me glorío en mis debilidades, porque cuando soy débil, soy fuerte”. La debilidad de Pablo no sólo se debe a lo que él percibe de sí mismo, sino también a los males que ha de soportar en su misión: cárcel, persecuciones de todo tipo, desprecios e insultos, desconfianza de parte de quienes lo conocieron cuando era perseguidor de los cristianos, y todo eso por llevar el mensaje, sin dejar de perseverar en lo que se ha encomendado. En el texto del evangelio proclamado (6, 1-6) nos encontramos con Jesús que al regresar de la casa de Jairo donde había resucitado a su hija, se dirige a Nazaret, a su pueblo, a los suyos, a los que lo conocían de niño, y comienza a enseñar en la sinagoga. La multitud lo escuchaba asombrada, pero no con el asombro que proviene de la fe, ya que según el relato de Lucas (4,16-31) ésta visita no fue agradable ya que al recriminarles en la sinagoga su falta de fe “todos se indignaron al escuchar estas palabras; se levantaron y lo empujaron fuera del pueblo con intención de despeñarlo” (Lc. 4,28-31). ¿Cuáles fueron “estas palabras” que a pesar del elogio a Jesús no le creían? Él se aplicó a sí mismo el texto de Isaías (58, 6) afirmando que “El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor…” dando por concluido el tiempo de los profetas e iniciando su misión de manifestar al Padre. El texto de Marcos (6, 1-6ª) y el de Mateo (13,53 ss) coinciden en que todos se preguntan sobre cómo es posible que hable como lo hace, habida cuenta que es el hijo del carpintero y conocen a su familia desde siempre. “Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo”, -nos dice el texto del evangelio-, como lo fueron Ezequiel y Pablo. Escándalo significa piedra de tropiezo, la que es colocada ante alguien para que caiga. Tanto Ezequiel, Pablo, como Cristo son “piedra de tropiezo” en cuanto que los obstinados en su propia incredulidad no creen ni en los mensajeros ni en lo que predican, tropiezan en su propia incredulidad y “acumulan sobre su cabeza carbones encendidos” (Prov. 25, 21-22) como una imagen de la vergüenza, de un dolor intenso y prolongado, o del juicio punitivo de Dios. En el rechazo de los incrédulos está su propia perdición. Jesús reconoce la falta de fe de sus oyentes de tal modo que Él mismo se sorprendía de la falta de fe por lo que no pudo hacer allí milagros, ya que éstos supone siempre la fe de los oyentes como respuesta, salvo algunas curaciones de enfermos, que seguramente creían en el Salvador. ¡Qué difícil resulta para Ezequiel, Pablo, Jesús, o cualquier enviado, realizar su misión evangelizadora ante tanta oposición! Llega un momento en que se presenta la tentación de abandonar todo a su suerte, es decir, a las consecuencias de la infidelidad. Acontece que se hacen realidad las palabras del salmo responsorial (122, 1-4) que hemos cantado “ten piedad de nosotros Señor, ten piedad porque estamos hartos de los desprecios, nuestra alma está saturada de la burla de los orgullosos, por eso levanto mis ojos hacia Ti que habitas en el cielo”. Pero el verdaderamente creyente, a pesar de las dificultades, profundiza la confianza en el Señor que no sólo le encomienda la misión sino también otorga la fuerza para realizarla. Esto se continúa también hoy por medio de la Iglesia, ya que ésta en el transcurso del tiempo recoge y recuerda las palabras del Señor “sea que te escuchen, sea que no te escuchen sabrán que hay un profeta” a lo largo y ancho del mundo. De manera que no nos debe intimidar el que la gente no escuche el mensaje de Jesús transmitido por la Iglesia, o lo desprecien, o se diga “la Iglesia tiene que modernizarse”, debe “estar a tono con la cultura de nuestro tiempo en la que todo vale”, “no ser tan estricta so pena de quedarse sin fieles”, sino que debe mantenerse fiel a su Señor y con firmeza continuar transmitiendo la verdad que ha recibido desde sus orígenes, reconociendo su debilidad como Ezequiel y Pablo, porque “cuando soy débil, soy fuerte”. Ya San Agustín decía que la Iglesia era al mismo tiempo santa en cuanto fundada por Cristo, pero pecadora en cuanto quienes formamos parte de ella la afeamos por los pecados, debilidades y rebeldías, al igual que los israelitas en tiempos de Ezequiel. Esta realidad vivida en el pasado según los textos bíblicos, nos deben llevar a examinar nuestra vida, no sea que como antiguo sigamos siendo rebeldes ante la Palabra de Dios y obstinadamente afirmemos nuestro propio juicio en lo relativo a la fe y vida rechazando la enseñanza de lo Alto. Y en nuestra misión como enviados sentirnos fortalecidos por la gracia de Dios, no tener miedo a nuestras debilidades o que por ellas no se quiera escuchar el mensaje de Cristo. Hemos de perseverar transmitiendo la Palabra una vez convertidos, con la seguridad que nuestro pasado ha quedado atrás por la gracia de Dios que nos envía a evangelizar. No hemos de olvidar por otra parte, que cuando somos coherentes con la fe recibida, seremos un vivo reproche, aún con el silencio ante los ataques, para quien no quiere abrir su corazón al Señor y que seguramente por ello nos acometerá constantemente. En nuestra Patria, marcada poco a poco por la ideología marxista renovada, la Iglesia seguirá transmitiendo la verdad que hemos recibido de Cristo. Quien escuche y responda al Señor tendrá abierto el camino de la salvación, quien rechace la Palabra, ella misma se convertirá en piedra de tropiezo que acusará de la infidelidad, y la Iglesia, sea cual sea la eficacia de su mensaje vivirá aquello de “sea que te escuchen o sea que no te escuchen sabrán que hay un profeta en Israel”. Pidamos al Señor su iluminación desde la fe para que coherentes con las enseñanzas recibidas sepamos transmitirla apoyados en la gracia de Dios que nunca nos abandona.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIV del tiempo ordinario, ciclo “B”. 08 de julio de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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