21 de julio de 2012

“La fuerza del mensaje y del misionero viene de Quien envía y da a conocer su Palabra”

Si consideramos atentamente la Sagrada Escritura encontramos repetidamente que Dios siempre atiende la necesidad de los hombres por conocerlo, ya sea a los que forman parte de su pueblo elegido en el AT, o que integran su Iglesia en el NT, como a los que aún no pertenecen a su rebaño.
Para hacer oír su Palabra y mostrar su voluntad salvífica, suscita guías según su corazón, y los envía a cumplir esta misión. Pero también el orden político o realización temporal de las naciones entra en la preocupación del Creador, de manera que elige a líderes que puedan sacar del estado de postración a las naciones mal conducidas en determinado tiempo de la historia y, conduzcan a los ciudadanos por el buen camino. En su Providencia permite Dios el deterioro de la vida social, política y económica de los pueblos, para que se advierta que sólo una integridad y honestidad de vida puede llevarlos a la grandeza que le es propia. Incluso estos líderes surgen a veces desde fuera de mismo pueblo, como cuando Dios ilumina a Ciro que permite al pueblo elegido volver a su tierra y poder así dar culto verdadero en el nuevo templo de Jerusalén. Ya el domingo pasado reflexionamos sobre la elección de Ezequiel y de Pablo, que son enviados por Dios a su pueblo, el profeta y, a los paganos, el apóstol, para transmitir su mensaje salvador. Este domingo la liturgia nos trae la figura del profeta Amós (7, 12-15) que como él mismo dice, no es profeta ni hijo de profeta, sólo es pastor y cultivador de higos. Pero Dios lo saca de esa actividad y le dice “ve a profetizar a mi pueblo Israel”. De manera que nadie puede pensar –como lo hace equivocadamente el sacerdote Amasías- que es un profeta “pagado” como era común también en esos tiempos. Dios suscita en su persona el llamado al profetismo para desempeñar su misión en el reino del Norte o de Israel que estaba separado del reino de Judá de donde provenía Amós. La separación acontece al morir Salomón, el año 931. Le sucede su hijo Roboám que es aceptado sin problemas en Judá, pero en Israel le ponen la condición de aliviar el yugo que les puso su padre, la cual es rechazada, produciéndose el cisma. Entonces Jeroboám es proclamado rey de Israel (1 Re 12,20), corta los lazos con Judá, decide que Israel no tiene por qué ir al templo de Jerusalén a venerar el arca de la alianza, e instala al toro idolátrico como símbolo de unidad religiosa, en Betel y en Dan (1 Re 12,26-33). Amós por lo tanto tendrá que reclamar la vuelta de los corazones a Dios, abandonando la idolatría y rectificando la vida moral desordenada. En efecto, una gran injusticia social reinaba entre los israelitas, de manera que mientras unos pocos se enriquecían a costilla de los pobres, éstos aumentaban en número y en desgracia personal. Esta situación es muy común en las naciones de todos los tiempos, más aún, incluso en nuestros días lo podemos comprobar en nuestra propia patria, donde la desigualdad social y la miseria de los más necesitados crece día a día, perdiéndose al mismo tiempo la cultura del trabajo, sometida a la dádiva controladora de no pocos ciudadanos. El apremio de la conversión llega, por tanto, de boca del profeta sin que se obtenga una respuesta de volver a la fidelidad de todos al Dios de la Alianza. La idolatría trae el rechazo de Dios y en el año 722 cae el reino del Norte bajo Sargón de Asiria siendo desterrados al país vencedor. En el evangelio (Mc. 6, 7-13) nos encontramos con que Jesús de regreso de la sinagoga de Nazaret envía a sus discípulos a evangelizar. Se repite, por tanto, la referencia a la vocación de los mismos, fruto de la voluntad divina, quienes son enviados de dos en dos –ya que para testimoniar la verdad de lo anunciado se necesitan dos personas-, con el poder de expulsar los espíritus impuros, es decir, los demonios. Deberán estar despojados de toda seguridad humana, como víveres, ropa etc, señalando de esta manera que la seguridad del mensajero le viene de la misión que se le encomienda, del contenido de la predicación y de quien lo envía, no de las cosas de este mundo. Este modo de evangelizar dista de parecerse a lo que utiliza el mundo en general, para imponer su pensamiento. En efecto, los líderes de este mundo ya sea en el orden político, social o económico buscan imponer sus ideologías y pensamientos, utilizando todos los medios de comunicación a su alcance para transmitir “el relato” que convenga a sus planes, machacando sistemáticamente sus proyectos sobre las desprevenidas inteligencias ciudadanas. Pero llega un momento en que se hace evidente la utilización de la mentira como medio de seducción y ya la gente no cree más en nada, sabiendo que siempre se busca engañarla para atraer su atención y consentimiento. El mensajero del evangelio, enviado por Cristo, no pone su seguridad más que en el Señor, no necesita imponer nada, sino sólo mostrar la belleza de la verdad revelada para que libremente los hombres movidos por la gracia puedan dar su asentimiento. Su mensaje no es un “relato” para desprevenido, sino la verdad misma que se origina en el Dios encarnado, y que por lo tanto no cambia según las conveniencias de los mensajeros, o de quienes envían. La Iglesia, sin embargo, indica que se han de utilizar los medios de difusión para que la Palabra de Dios llegue a todos, pero no pone en ellos la medida de la eficacia de la predicación que sólo proviene de Dios. La recomendación de sacudir hasta el polvo de las sandalias ante quienes no aceptan la Palabra no es un signo de maldición sino sólo testimoniar que no se ha recibido el mensaje en el corazón y que por lo tanto cada uno se hace responsable de su falta de elección por Dios. Ahora bien, ¿cuál es el contenido del mensaje ha transmitir? Motivar la conversión, es decir, dejar lo antiguo para abrir el corazón a la gracia de lo alto. Han de reforzar la predicación con la expulsión de los demonios, sanando a los enfermos, acompañando así a la misión misma por medio de gestos de salvación. En la actualidad hemos de tomar también estos consejos dados por el Señor en su tiempo para evangelizar, aprovechando también las enseñanzas que nos deja el mismo san Pablo tal como lo escuchamos hoy (Ef. 1, 3-10). Nos dice para que lo hagamos conocer, que fuimos bendecidos desde toda la eternidad por el Padre en Cristo Nuestro Señor, colmados de múltiples dones en virtud de la muerte y resurrección de Jesús, redimidos por su sangre, rescatados del pecado e incorporados a la vida nueva de la gracia. Y sigue recordando, que la meta del creyente es participar en la misma vida de Dios para encontrar la plenitud. En nuestra misión de llevar el mensaje de salvación, buscando la perfección, aún sin saberlo, hemos de anunciar a Cristo, transmitiendo el mismo convencimiento con el que estaba imbuido el apóstol. Pidamos a Jesús nos ilumine para que nos sintamos siempre llamados por Él y enviados al encuentro del hombre de hoy, para ayudarlo a liberarse de tantos males que le acosan y le impiden conocer y vivir la verdad plena.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XV del tiempo ordinario, ciclo “B”. 15 de julio de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

No hay comentarios: