Siempre es bueno y oportuno preguntarse acerca de nuestra fidelidad para con Dios porque muchas veces podemos pensar que estamos transitando el camino indicado pero en realidad nuestra fidelidad a Él se resquebraja o se enfría.
Es lo que sucedió en tiempos de Josué cuando el pueblo de Israel se instala precisamente en la tierra de Canaán (Josué 24, 1-2ª.15-17.18b). En Siquen reúne Josué a todo el pueblo, a los jefes, jueces y ancianos, haciéndoles un planteo directo que implica la renovación de la Alianza del Sinaí: ¿Qué van a hacer ahora? ¿Serán fieles al Dios de vuestros padres o rendirán culto a los dioses de los países vecinos que siempre resultan ser una tentación constante a la idolatría?
Sabía Josué que muchos de los presentes no habían experimentado personalmente la liberación de Egipto, cuarenta años atrás, pero que vivían la fe de sus padres, guardando memoria de lo acontecido. Le responden “lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses”, y recordando la liberación de Egipto, de la esclavitud, y la marcha por el desierto a la tierra de promisión siempre acompañados por la presencia del Dios de la Alianza, concluyen “también nosotros serviremos al Señor ya que Él es nuestro Dios”.
Josué no pretende solamente renovar la Alianza, sino que conociendo la condición cambiante del hombre que un día está con Dios y otro día lejos de Él, los interpela y exige una decisión que los distinga en la fidelidad o lejos de ella. En el texto del evangelio (Juan 6, 60-69) de hoy aparece idéntico planteo. Jesús ha tocado fondo al afirmar que entrega su carne como comida y su sangre como bebida, y que permanece en quien permanece en Él.
El desconcierto no se hace esperar, “es duro éste lenguaje, ¿quién puede escucharlo?”, ya que aceptar esto de Cristo implica una transformación vital en cada uno.
Los discípulos confundidos también, reciben de Jesús un toque de atención: “¿Ésto los escandaliza? ¿Qué sucederá entonces cuando yo sea elevado al cielo?” y sigue afirmando que es el Espíritu quien da vida, mientras que la carne de nada sirve. La carne, es decir, los criterios humanos, no pueden comprender ni creer el gran misterio que despliega ante ellos. Es necesaria la acción del Espíritu para vivir recibiendo al Verbo encarnado en el misterio eucarístico. De allí que diga “algunos de ustedes no creen” y entre los que “no creen”, refiere el texto que sabía quién lo entregaría.
Es decir, no solamente los que no creen se apartan de Él, sino que quienes han creído muchas veces no dudan en entregarlo. Aunque insista en la necesidad de que sea el Padre quien conduzca a los hombres hacia su persona, siempre está la posibilidad de la traición, por eso es que, señala el texto, “Muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo”.
La situación planteada, no se limita a recordar lo acontecido en el tiempo de Jesús, sino que de alguna manera anuncia lo que ha sido habitual en el transcurso de la historia de la Iglesia. En efecto, ¡cuántos han dejado la Iglesia, a lo largo del tiempo, constituyendo otras confesiones cristianas, o fundado “nuevas religiones” en las que sustentan el sincretismo formado por doctrinas diversas extraídas de diferentes religiones!
En este marco de crisis, Jesús interpela a los apóstoles diciéndoles “¿también ustedes quieren irse?”. Será Pedro quien tomando la delantera le responderá en nombre de todos “Señor, ¿a quién iremos?, Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
Hermosa respuesta que ha de ser nuestra siempre que aparezca la duda en todo creyente. Equivale a decir “lo hemos probado todo cuando estuvimos alejados de Ti y no conocimos más que lo efímero, lo pasajero, lo que nos impacta y nos hace sentir bien durante corto tiempo, pero que deja el corazón cada vez mas vacío”, por eso, ¿a quién iremos?
No olvidar esta respuesta de Pedro, que hemos de hacer nuestra, cuando surjan en nuestra vida muchos planteos que nos llevan a pensar que lo mejor es irse, huir del compromiso con Jesús.
Un ejemplo al que podemos aplicar la tentación de “irnos” o la confirmación de “quedarnos” –sin que agote otros tantos-, lo encontramos en la carta de san Pablo a los efesios (5,21-33) que acabamos de proclamar. Nos habla del matrimonio, señalando algunas características que le son propias. La primera de ellas menciona que está constituido por un varón y una mujer, lo cual en los tiempos que corremos es una enunciación importante.
En segundo lugar marca que el marido es la cabeza porque hace las veces de Cristo, y la mujer es la Iglesia.
En el matrimonio se prolonga el misterio de la unión entre Cristo y la Iglesia, por lo que indicará el amor que ha de reinar entre los esposos.
Pablo sale al cruce de la acusación de los paganos que no están de acuerdo en que se pregone la igualdad entre el varón y la mujer. En una época en que la mujer era menospreciada en su relación con el varón, no era admisible el mensaje nuevo que transmite el cristianismo. Pablo, por lo tanto, defendiendo la igualdad existente entre el varón y la mujer en cuanto su dignidad como personas, indicará que mantienen responsabilidades diferentes en la comunión matrimonial.
La diferencia entre ambos hace posible la realidad del matrimonio, ya que exige la complementariedad de los sexos, debiendo reinar entre ellos el mutuo amor, ya como cabeza –Cristo-, ya como cuerpo –la Iglesia-, y superar así las dificultades propias de la vida.
Al respecto, cabe precisar, que la separación de los esposos, - que se verifica a veces-, ha de constituir siempre una excepción, no una situación habitual como en nuestros días, generada por situaciones graves que ameritan el preguntarse si el matrimonio fue o no válido.
A Cristo, Cabeza, jamás se le ocurriría decirle a la Iglesia, formada por los bautizados, que llena de defectos y pecados, merece ser abandonada, sino que por el contrario entrega su vida para la salvación de todos.
Y la Iglesia, por su parte, constituida por los cristianos, no le diría a Cristo, que se siente abrumada por las exigencias de la cruz.
No le diría que estamos en una época distinta, que debemos acomodarnos a las costumbres del mundo, que debemos disfrutar de todo, –disfrutar, por otra parte, que resume la mentalidad moderna y por la cual el hombre culmina sin disfrutar nada a pleno porque se siente cada vez más vacío- .
Ante esta descripción del deber ser de la unión conyugal es muy probable que no pocos bautizados digan “qué duras son estas palabras, ¿quién te hará caso?”
Permanentemente se le machaca al cristiano sobre el mal llamado matrimonio igualitario, se le presentan las “bondades” de las familias ensambladas, se insiste en que cuando el amor se termina cada uno tiene derecho a rehacer su vida, que hay que vivir en pareja para cerciorarse de que son el uno para el otro y facilitar, por la falta de compromiso inherente a esto, la separación en cualquier momento, que el bautizado termina por “creerse” esta nueva “jerarquía de valores”.
Con esta mentalidad asumida con naturalidad, no es de admirar que cuando el cristiano escucha estas palabras de san Pablo, concluye diciendo “duras son estas palabras, ¿quién podrá escucharlo?” y decide dejar la Persona y las enseñanzas de Cristo, para acomodarse “al nuevo orden” del desorden que se le pregona incansablemente.
Sobre esta verdad y otras muchas, el cristiano de hoy entra en crisis con frecuencia y amaga con irse. Y Cristo vuelve a preguntar, esta vez a nosotros, “¿también ustedes quieren irse?”.
Confrontar las enseñanzas del mundo moderno con el evangelio, produce una escisión muy grande. Son muchos los que abandonan a Jesús, ya que sus palabras y exigencias son duras en un contexto cultural donde reina el relativismo de la verdad y el permisivismo más feroz.
La enseñanza de Jesús, su estilo de vida, sus exigencias de seguimiento, chocan cada día con lo que vemos y vivimos en la sociedad en la que estamos insertos, por lo que únicamente con la fuerza que brota de Él podremos superar los obstáculos que se interponen en su seguimiento.
Como Pedro, cuando nos sintamos confundidos hemos de decirle al Señor cada día: “¿A quién iremos, sólo Tú tienes palabras de Vida eterna?”.
Si los “nuevos dioses” de hoy buscan separarnos de Jesús, digámosle con confianza, suplicando su ayuda, “Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna”.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo “B”. 26 de agosto de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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