8 de febrero de 2013

En la proclamación de Su Palabra para bien de todos, el Señor nos asegura “Yo estoy contigo para librarte” de todos los peligros.

La Liturgia de este domingo pone el acento en el papel del profeta Jeremías en el Antiguo Testamento, cuya misión es perfeccionada por el mismo Cristo, Buena Nueva en medio de los hombres y, que se continúa en cada cristiano que ha sido investido también como profeta por el sacramento del bautismo.
La misión profética, además, se relaciona ampliamente con la supremacía de la caridad de la que habla san Pablo (I Cor. 12, 31-13,13), ya que ésta busca siempre el bien del prójimo y, es precisamente la misión del profeta iluminar las conciencias para que cada uno, dejando la maldad del corazón, se abra a la acción de la verdad y de la gracia, que procede del encuentro personal con Cristo.
La vida del profeta está marcada por la elección que Dios hace de él, antes de su concepción, para que sea su enviado (Jer. 1, 4-5.17-19).
Esto nos advierte que también nosotros, presentes en el pensamiento de Dios, antes de nuestro nacimiento, hemos sido elegidos –y el bautismo recibido lo pone de manifiesto-, para ser enviados entre los hombres, con la misión de anunciar la salvación de Dios, y así, encontrando el sentido profundo de nuestra existencia en la creación, logremos la verdadera plenitud humana a la que aspiramos.
Jeremías es enviado al Reino de Judá que se desmorona, con la responsabilidad de anunciar los acontecimientos futuros a causa de la infidelidad del pueblo, y llamándolo a la conversión, quiere expresar que Dios en su infinita bondad, otorga otra oportunidad de salvación.
Pero como conoce el corazón endurecido del hombre le dice al profeta Jeremías “No te dejes intimidar por ellos, no sea que te intimide Yo ante ellos”, que equivale a afirmar “Si por miedo no anuncias lo que te he encargado, yo te meteré miedo a ti”.
Al profeta se le anticipa persecución y desprecio a causa de la Palabra que no se recibe ni escucha, de allí que se le promete que cuenta con la protección de lo alto: “Ellos combatirán contra ti pero no te derrotarán, porque Yo estoy contigo para librarte” y esto será así porque Dios hace de él “una plaza fuerte, una columna de hierro, una muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes de Judá y a sus jefes, a sus sacerdotes y al pueblo del país”.
Queda en claro por lo tanto que la prédica del profeta debe dirigirse a todos, no solamente a las clases dirigentes, pero no es escuchado sino perseguido y, tendrá que huir a Egipto para ser allí asesinado.
Este final del profeta puede hacer pensar que Dios no cumplió la promesa de “no te derrotarán”. Sin embargo, su figura en el Antiguo Testamento es preludio del mismo Jesús, que será glorificado por medio de su muerte y resurrección.
La derrota de Cristo en la Cruz es su gran triunfo, y medio para la salvación del hombre, como la derrota de Jeremías asesinado será anticipo de las bendiciones que Dios otorgará a su pueblo una vez convertido de sus infidelidades.
En el evangelio del día (Lucas 4,21-30), se nos anticipa lo que resultará el final de Jesús, cuando es rechazado por los de su pueblo, prolongación del rechazo que recibiera Jeremías profeta.
Jesús que en su primera visita a la sinagoga de Nazaret había recibido aprobación, padece ahora el rechazo: “¿no es éste el hijo de José?” a tal punto que “todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo”.
Los nazaretanos no miran al Señor como Mesías, sino como hijo de José, no aceptando por lo tanto que uno de su mismo pueblo pudiera ser enviado por Dios, aferrándose a aquello de que nadie es profeta en su tierra, al igual que Jeremías.
Jesús no teme las amenazas y desprecios recibidos, se mantendrá fiel en su misión de transmitir la Buena Nueva que se le ha confiado, lo escuchen o no, lo reciban o lo rechacen.
Haciendo mención a quienes se vieron bendecidos en el pasado por intermedio de Elías y Eliseo, Jesús anuncia que son los paganos los que más disposición manifiestan a su obra mesiánica, por lo que a ellos también se dirige la salvación, ya que por la fe que profesan son los verdaderos hijos de Abraham, dando su asentimiento a la revelación que se les ha entregado.
Nosotros por el sacramento del bautismo fuimos elegidos y consagrados también como profetas, siendo necesario hoy más que nunca, llevar la Palabra de Dios al mundo en el que estamos insertos, testimoniando que somos amigos y servidores de Cristo.
En el transcurso de nuestra historia personal recibimos ofrecimientos que nada tienen que ver con el proyecto de vida que nos propone Jesús en el Evangelio, de allí que en el trabajo, en la profesión, en la familia, en medio de nuestras amistades, nos sentimos tentados a seguir las costumbres de una cultura que cada día se aleja más de Dios, haciéndonos pensar que por ese camino encontraremos la felicidad verdadera.
Sin embargo, el resultado es más bien diferente, ya que no encontramos sosiego alguno, ni paz interior al alejarnos del Señor.
Se nos convoca hoy a llevar valientemente a una sociedad cada vez más vacía e insatisfecha, el mensaje salvador que hemos recibido de Jesús, sabiendo que no nos promete una vida fácil, sino más bien la incomprensión y persecución que padecieran Jeremías y Él mismo, pero convencidos en medio de la tentación de dejarlo a Él y a la misión que nos encomienda, de aquella promesa que asegura “hoy hago de ti una plaza fuerte, una columna de hierro, una muralla de bronce” frente a todos los que desprecian al Señor.
Como profetas de este siglo hemos también de ir forjando nuestro corazón y voluntad para vivir con autenticidad nuestra fe y así poder transmitirla. Si el cristiano busca siempre lo fácil o una vivencia aguada de la fe, sin compromiso y exigencia alguna, se vuelve incapaz también de ser “una columna de hierro” en medio de los embates de todo tipo que buscan separarnos de quien es la Verdad.
Así como un padre o una madre cuando aman a sus hijos, les exigen, les ponen límites y les ayudan a crecer responsablemente, de la misma manera la Iglesia, como madre, por medio de sus enseñanzas y sus exigencias, nos ayudan a disponernos rectamente para ser testigos fieles que con verdadera caridad nos gocemos en la verdad revelada, como nos lo dice san Pablo hoy en la segunda lectura.
Pidamos al Señor nos ayude a vivir nuestra misión profética gozándonos siempre en la manifestación de la verdad que se nos confía sin temor a ser vencidos, aunque se nos combata a causa de la fe, ya que “Yo estoy contigo para librarte”.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el 4to domingo durante el año, ciclo “C”, 03 de febrero de 2013. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-







No hay comentarios: