Los textos bíblicos de este domingo nos llevan a reflexionar sobre el signo de contradicción en este mundo que se encarna en todo aquél que busca ser fiel a Dios o a Cristo Nuestro Señor. En el Antiguo Testamento son los profetas quienes viven bajo la continua contradicción del pueblo de Israel que no comprende la fidelidad que guardan a la misión que se les encomienda.
La vida del hombre de todos los tiempos se caracteriza por un caminar por este mundo orientándose por la fe a la meta que lo enaltece como hijo de Dios en la comunión eterna con Él.
La liturgia de hoy nos habla de la certeza que residía en el pueblo elegido de llegar a la tierra prometida del cielo.
Hemos cantado al principio de esta misa “Tú eres Señor mi herencia, Tú eres mi único bien” (Salmo 15), y en el salmo responsorial “Nuestra vida pasa como un soplo, enséñanos a vivir según tu voluntad” (Salmo 89). Ambas afirmaciones están estrechamente unidas porque el decir que la vida pasa como un soplo nos hace pensar que la verdadera herencia está en el Señor, verdad que encontramos en los textos bíblicos que proclamamos en esta liturgia dominical.
El libro del Génesis (18,20-21.23-32) nos presenta la figura de Abraham que ante Dios intercede por Sodoma y Gomorra, las dos ciudades pecadoras, cuya destrucción está ratificada.