5 de octubre de 2013

“Manteniéndonos firmes esperando los verdaderos bienes, no nos dejemos seducir por los goces pasajeros”.

Como el domingo pasado, hemos proclamado  en la primera lectura un texto del profeta Amós que anuncia calamidades especialmente para las clases dirigentes del reino de Israel, inquietos únicamente por acumular despreocupadamente, dinero y poder,  paladeando todo tipo de placeres.
Mientras la mayoría de los ciudadanos está sumida en la pobreza, los ricos y dirigentes del país se dan la gran vida, construyéndose grandes mansiones, viviendo en la opulencia,  destacándose así una desigualdad social sin precedentes mientras el país se hunde. 
A ellos les cabe lo que el profeta anuncia dramáticamente diciendo “No se afligen por la ruina de José. Por eso, ahora irán al cautiverio al frente de los deportados, y se terminará la orgía de los libertinos” (Amós 6,1ª.4-7), hecho que se concreta con  la deportación a Nínive de la clase alta del reino, con la caída de Samaría en el año 721. 
En definitiva esta caída estrepitosa es consecuencia del alejamiento de Dios, de quebrar la Alianza y centrar la vida en el egoísmo, cerrando el corazón a los problemas de la mayoría del pueblo.
Estos hechos de desigualdad social e injusticia conducen a los israelitas a una crisis de fe, ya que existía la convicción entre ellos que el justo era premiado por Dios, mientras el malvado era castigado por sus pecados, situación que no se observaba en la realidad,  ya que los más perversos son los que prosperaban y, los pobres y justos los que más sufrían en este mundo.
El texto del evangelio (Lucas 16,19-31) proclamado, continúa mencionando las desiguldades sociales y la falta de justicia en los tiempos de Jesús, como una prolongación del tiempo de Amós. 
Al respecto, el papa Benedicto XVI en su obra “Jesús de Nazaret”, analiza la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, recordando que ya en los salmos aparece el lamento constante de los que sufren injusticia y son oprimidos por los prepotentes, sufriendo hasta el aparente abandono de Dios mismo, mientras los malvados prosperan sin límite alguno.
Jesús con esta parábola quiere hacer hincapié en la retribución futura por las acciones realizadas en el presente caminar por este mundo, situación anticipada en el canto del Magnificat por parte de María que hace pensar en la eliminación de esa desigualdad cuando los soberbios sean derribados de sus tronos de poder y riqueza y los humildes sean elevados por la acción de Dios. En definitiva las acciones realizadas en este mundo no quedan impunes sino que cada uno debe hacerse cargo de lo que obra.
Epulón aunque ha centrado toda su vida en sí mismo, en los goces mundanos, confiando en lo temporal, concluye su existencia terrenal de un modo ignominioso, mientras que el pobre Lázaro que se identifica con el pobre sufriente de los salmos, encuentra su recompensa en el Señor. 
De este modo la Palabra de Dios quiere enseñarnos que la injusticia que se comete en la sociedad –tal como lo observamos también entre nosotros-  es fruto del pecado del hombre que lo lleva a la perdición.
Sin embargo, no obstante esta verdad, no pocas veces el creyente se siente tentado a abandonar a Dios ya que si los que obran el mal son los que prosperan no vale la pena vivir en comunión con Él.
El papa Benedicto dirá que esta parábola busca afirmar al creyente en su confianza en la Palabra de Dios, fundarlo en la espera de la recompensa eterna si se mantiene fiel a las promesas, en medio de las vicisitudes de la vida.
La figura de Lázaro, en la puerta de la casa del rico, -continúa Benedicto XVI- concuerda con la figura de Jesús llevado fuera de la ciudad para ser sometido al sufrimiento de la crucifixión, siendo el mismo figura del siervo de Yavé sufriente por nuestros pecados. 
Ahora bien, este sufrimiento terrenal se convierte en el “despertar” del pobre, ya que en la vida eterna encuentra el cumplimiento de las promesas divinas, en las que había confiado. 
El rico también “despierta” en el hades,   cae en la cuenta que vivió en la tierra únicamente para sí con olvido de Dios y de su prójimo,  conoce las consecuencias de esa vida despreocupada por la salvación eterna, e intenta salvar de la condenación a sus propios hermanos, imposible para quien ha cerrado su oído y corazón a la presencia de Dios y del prójimo.
En síntesis, todos vivieron en la mentira, siendo su vida una farsa total, ya que ésta no está asegurada por las riquezas, como meditábamos semanas atrás  (Lc. 12, 13-21).
En el encuentro con Dios  estamos en la verdadera justica, ya que esta tiene como objeto el “dar a cada uno lo suyo”, a lo que se aspira pero que dificilmente se consigue en este mundo, porque no siempre el ser humano está dispuesto a vivirlo, siendo Dios el único que da a cada según su derecho.
Ante la vigencia de la injusticia en todos los ámbitos de la vida, el ser humano se siente tentado a practicarla ante la aparente falta de intervención divina, ya que no se vive la justicia y pareciera que Dios no la exige. En realidad estamos ante el misterio de la libertad humana que Dios respeta hasta las últimas consecuencias.
Así como el hombre cuando realiza el mal defecciona de su libertad, ya que está fue dada al hombre para hacer el bien, también el que obra el bien se hace responsable cuando por su inercia no lucha contra las insidias del maligno en medio de la sociedad, ya que el mal prospera cuando el que realiza el bien hace sólo lo indispensable sin esforzarse en algo más profundo y duradero.
En medio de todo esto, ser conscientes que estamos llamados como afirma el apóstol san Pablo ( I Tim. 6,11-16) al combate de la fe: “pelea el buen combate de la fe , conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de numerosos testigos”. Pero, ¿de qué manera se pelea el buen combate de la fe? Practicando “la justicia, la piedad, la fe el amor, la constancia, la bondad” confiando en la Providencia de Dios que siempre nos acompaña ya que sus promesas se realizan para bien de los que lo aman.




Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVI del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 29 de septiembre de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com









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