26 de octubre de 2013

“La Palabra de Dios que suscita la fe, mueve al hombre de Dios a la oración y a realizar siempre el bien”




El apóstol san Pablo le dice a su discípulo Timoteo (2 Tim. 3,14-4,2) que permanezca fiel a la doctrina que aprendió “y de la que estás plenamente convencido”, y seguirá expresándole que fueron las Sagradas Escrituras que fue conociendo desde niño, las que le permitieron crecer en la sabiduría, en el verdadero conocimiento que da la fe. 

Ya de esto san Pablo había dicho en otra ocasión que la “fe entra por el oído” (Rom. 10,17), es decir por el anuncio de la Palabra de Dios que ingresa en el alma, en el corazón de la persona y, en la medida en que el hombre presta su asentimiento, se abre delante suyo un panorama totalmente distinto, el de la   sabiduría que conduce a la salvación, siendo el hombre capaz de entender los acontecimientos de su propia vida y de lo que acontece en derredor suyo. 
Y así, aunque a veces se nos escape lo que Dios en su divina providencia quiere transmitirnos, vamos comprendiendo que lo inexplicable tiene sentido en el plan de Dios, y la palabra mueve nuestro corazón por la fe, de manera que nos veamos libres de los influjos inconvenientes del mundo y de la cultura en la que estamos insertos.
Esta Palabra, continúa el apóstol “es útil para enseñar y para argüir, para corregir y para educar en la justicia, a fin de que el hombre  de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien”.  Es por eso que Pablo insiste a Timoteo que no deje de proclamar siempre la Palabra de Dios, ya que como nos lo decía el domingo pasado, no está encadenada.
La Palabra que suscita la fe y nos permite vivir desde la fe, se prolonga en la oración, ya que advertimos, cuando pareciera caerse todo o que se pierde el sentido de la existencia, lo que cantamos en el salmo interleccional: “nuestra ayuda nos viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”.
La sabiduría divina que adquirimos en este mundo nos hace percibir con claridad que la ayuda que podemos obtener de los demás en este mundo, es imprecisa, limitada e interesada, como la que recibe la viuda de parte del juez que le hace justicia, no porque le interese hacerlo por temor a Dios o a los hombres, sino para que cesen de fastidiarlo. Las acciones de los hombres, pues, a menudo, están teñidas de intereses mezquinos, de allí que la verdadera ayuda y amparo sólo se obtiene del Creador que vela siempre por quienes lo invocan insistentemente y con confianza de manera que “en un abrir y cerrar de ojos” nos hace justicia (Lc. 18, 1-8) dándonos lo que necesitamos realmente y, quizás no coincide con lo que nosotros imploramos, pues no siempre pedimos lo que es justo, lo que nos conviene.
De allí que la oración confiada que brota de nuestro corazón ha de estar subordinada a la voluntad de Dios como aconteció con Moisés (Éx. 17, 8-13), implorando en el devenir del    tiempo    por toda necesidad que creemos importante  como para implorar la ayuda de lo alto.
Para concluir, en este día de la madre, quisiera dejarles un mensaje a todas. 
El apóstol san Pablo al recordarle a Timoteo que sea fiel a la doctrina recibida, le dirá “tú sabes de quiénes  la has recibido. Recuerda que desde la niñez  conoces las sagradas Escrituras”, refiriéndose a la transmisión de la fe recibida de su abuela  y de su madre. Ellas fueron las que lo ayudaron a encontrar la sabiduría de Dios que conduce a la salvación. 
Pues bien, a todas las madres y abuelas cristianas se las convoca a realizar esta hermosa misión de transmitir a sus hijos y nietos la fe recibida.
Al respecto, hay muchos testimonios de conversiones adultas que recuerdan siempre que lo que les ayudó a volver a la fe recibida desde niños y que había sido olvidada, fue el recordar el ejemplo de sus madres o abuelos cuando les transmitían la fe.
¡Qué consolador y gratificante para una madre ha ser cuando un hijo le agradece la fe recibida por su palabra y testimonio, ya que es la mejor herencia que es posible dejar, la que refiere a lo que conduce a la salvación. 
Queridos hermanos, recordemos siempre que la Palabra suscita la fe y nos mueve por la oración confiada a vivir como hijos de Dios y hermanos de todos. Imploremos siempre esta gracia que nos eleva a la santidad.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXIX del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 20 de octubre de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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