25 de junio de 2014

“Creyendo en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, busquémoslo para que sacie nuestra hambre de plenitud”


Con esta fiesta del Corpus Christi, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la presencia de Jesús entre nosotros con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, bajo las especies eucarísticas de pan y vino.

Realizamos así nuestro acercamiento concreto al misterio, haciéndolo en esta ocasión por medio de las tres virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad.
Esta fiesta nace después del milagro eucarístico de Orvieto en el año 1264, cuando el sacerdote Pedro de Praga que padecía desde hacía tiempo de dudas sobre la presencia real de Cristo, fue testigo de un hecho excepcional. En efecto, al consagrar el pan y el vino durante la misa celebrada en Bolsena, observó que la Sagrada Hostia se convirtió en carne, comenzó a sangrar y manchó el corporal. El sacerdote comunicó el prodigio divino al Papa Urbano IV, quien por entonces se encontraba en Orvieto, quien solicitó la hostia y el corporal para verificar lo ocurrido. Al ver el milagro, el propio Pontífice se arrodilló frente al corporal y luego lo mostró a toda la población, y a través de la Bula ‘Transiturus', instituyó muy pronto la Solemnidad del Corpus Christi. 
Como éste, abundan los milagros eucarísticos a lo largo de la historia por los que Dios ha querido ayudar al crecimiento de nuestra fe en la presencia real del Señor en las especies de pan y vino.
A través de estos hechos se nos invita a profundizar en nuestra fe reconociendo que de esta manera se concreta la promesa de Jesús, “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.28).
La Palabra de Dios, hoy, nos ilumina sobre este misterio, y así el apóstol san Pablo (I Cor. 10, 16-17) nos dice “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?”, manifestando con claridad que en la comunión que realizamos, recibimos al mismo Hijo de Dios hecho hombre, comulgando la misma Vida para el mundo, para nosotros. 
La fe nos hace ver que la recepción del Señor ha de impulsarnos a una vida diferente, de modo que veamos la necesidad de acercarnos a Él con un corazón purificado, reclamando de nuestra parte ausencia de pecado grave y desapego también de todo pecado venial. 
La fe en la presencia real de Jesús nos ha de llevar  a tener siempre hambre de Dios, convencidos que sólo Él puede saciar en profundidad nuestra apetencia de divinidad.
Precisamente, en el libro del Deuteronomio que acabamos de proclamar (8, 2-3.14b-16ª) se nos enseña que Dios pone a prueba al pueblo elegido por el hambre y la sed para que aprenda “que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor”. Esta experiencia, tanto para los judíos, como para nosotros en el presente, debe ayudar a comprender que no hemos de poner nuestro corazón y apetencia en lo pasajero que no sacia, que no tiene existencia perdurable en nuestra vida, dada su fugacidad, sino buscar principalmente participar de la misma vida divina.
Todavía más, en el texto del evangelio de hoy (Jn. 6, 51-58), Jesús afirma “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”, con lo que  nos enseña que la Eucaristía es el anticipo temporal de la Vida Eterna a la que estamos llamados y creemos.
De este modo, así como el pueblo judío en el desierto, comiendo el “maná” perecedero, caminaba a la tierra prometida, ahora nosotros alimentándonos con el Cuerpo del Señor marchamos confiadamente al banquete de la gloria. De este modo, la comunión con el Señor en la tierra, es una manera concreta de vivir la esperanza de la comunión eterna que nos espera y hacia la cual avanzamos confiadamente.
¡Cuántas veces tenemos puesta la mirada en las esperanzas efímeras que se nos ofrecen a diario, mientras descuidamos la verdadera meta de la esperanza teologal que nos unirá, confiando en el apoyo divino, con la eternidad de Dios!
¡Cuántas veces luchamos y nos sacrificamos por alcanzar lo que nos prometen la esperanzan humanas, y que tantas veces no alcanzamos, mientras descuidamos el verdadero fruto de la esperanza teologal que le da sentido y valor a nuestra vida toda!
La esperanza hace que deseemos ya en nuestra temporalidad lo que se nos promete en plenitud una vez realizado el retorno al Padre.
El domingo, día del Señor, es el día en que ofrecemos con fe al Padre el sacrificio de quien murió y resucitó por nosotros, con quien esperamos unirnos definitivamente por medio del amor que nos alcanza la plenitud de nuestro ser en la contemplación divina.
En este momento privilegiado del domingo hacemos un alto en el camino para afirmar nuestra fe en Cristo presente sobre el altar, para nutrirnos de su Cuerpo y de su Sangre, caminando así colmados por la vida nueva recibida, para alcanzar por medio de su amor sacrificial, la gloria definitiva que se nos promete.
La unión con Jesús Eucaristía dilata el corazón del hombre no sólo para amar a Dios sino para crecer también en el amor al hermano, haciendo realidad la eficacia de la virtud teologal de la caridad. 
El adorar al Señor, pan de vida eterna, nos orienta además a servir a nuestros hermanos, hijos como nosotros de un mismo Padre.
Queridos hermanos: Cristo Nuestro Señor viene a entregarse a cada uno de nosotros interpelándonos para unirnos más a Él ya que “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él”. 
Para que este permanecer en Jesús sea realidad hemos de disponernos a vencer los obstáculos que impiden llegar a esa meta.  ¡Cuántas veces vivimos en pecado durante años, alejados del pan de vida, porque no queremos acercarnos al sacramento de la reconciliación por falta de verdadero arrepentimiento de corazón acompañado con un sincero propósito de enmienda!
Vayamos a Cristo y pidamos que fortalezca nuestra fe en su divinidad, purifique nuestra esperanza para añorar con firmeza la vida Eterna, encienda nuestra caridad para amarlo en fidelidad llevando ese mismo amor a todos nuestros hermanos.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor. Ciclo A. 22 de junio de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







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