8 de julio de 2014

“El camino del hombre para encontrar de nuevo su dignidad de hijo de Dios, es el de la pequeñez, a ejemplo de Cristo”


En la primera oración de esta misa  pedíamos a Dios, que ya que por la humillación de su Hijo elevó a la humanidad caída, nos conceda “una santa alegría, para que liberados de la servidumbre del pecado, alcancemos la felicidad que no tiene fin”.
Siguiendo con esta línea de pensamiento es que san Pablo (Rom. 8, 9.11-13) le dice a los cristianos de Roma y con ellos a nosotros, “ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes”, lo cual se  realiza precisamente porque la humanidad caída en el pecado es elevada a la vida sobrenatural de la gracia por el misterio de la Cruz y Resurrección del Señor, renovado en el bautismo.
Esta victoria sobre la carne, es decir, sobre el pecado, nos permite vivir en la santa alegría propia de los hijos de Dios, mientras caminamos al encuentro definitivo con quien nos creó, animados por las obras buenas que tienen su origen en la docilidad al Espíritu.
No obstante esta verdad, somos débiles ante las tentaciones que nos acechan, necesitados siempre de la acción divina que se ofrece toda vez que vivimos con humildad, porque el Padre, Señor del cielo y de la tierra ha ocultado su intimidad “a los sabios y a los prudentes” según el mundo y,  se la ha manifestado “a los pequeños”, según entiendan en cuanto seres creados.
El misterio de Dios, de hecho, entra en nuestra historia humana mediante la humildad de la encarnación del Hijo eterno del Padre, y permanece con nosotros para entregarnos la salvación y poseer su mismo  Espíritu, ya que “el que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo”, de allí que sólo puede ingresar en el misterio de Dios quien se hace pequeño como el Hijo eterno del Padre quien no se sintió menoscabado en su dignidad divina al hacerse hombre.
Los “sabios y prudentes” de los que habla Jesús, son los maestros de la ley, los escribas y fariseos de su tiempo, que confiados en su sabiduría humana y en su poder en medio del judaísmo, desprecian al pueblo y se niegan a reconocer la dignidad divina del Maestro, mientras los “pequeños” son quienes desechados por esta sabiduría humana, se rinden ante los milagros y pruebas de la divinidad de Jesús, entrando de ese modo en el misterio de Dios que se despliega en toda su gratuidad, y tal como lo escuchamos de boca de san Pedro, confiesan “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
En nuestros días, este encuentro con Jesús está vedado a todo aquel que no se hace pequeño como Cristo, y que en cambio, proclama abiertamente la cultura de la autosuficiencia, por la que el ser humano ha puesto como centro de su existencia su propio poder y grandeza, idolatrando sus aparentes seguridades y posibilidades, dejando de lado su dependencia del Creador.
En este sentido, en la actualidad, el gran pecado del hombre es renegar del hecho que es creado limitado, aunque imagen y semejanza de Dios, pretendiendo “construir” un  Dios que sea según su imagen y semejanza.
Resulta de esto, para la concepción actual, un Dios débil que ya no tiene vigencia ni es omnipotente, sino sólo un peón más en las apetencias humanas. No es de admirar, entonces, que de resultas de esta perversión de la verdad, se niegue en nuestros días el orden natural de la creación y se pretenda erigir un nuevo orden que tiene origen únicamente en la mente humana, sin basamento en la realidad, haciéndonos vivir en la ficción y la mentira más atroz que destruye al mismo hombre en su dignidad.
El misterio de Dios, pues, sigue escondido para esta mentalidad que pone su seguridad en el hombre que todo lo sabe y puede, pero que cada vez se visualiza más decadente e incapaz de colmar el vacío existencial más atroz.
El camino de retorno para que el hombre encuentre la dignidad perdida en este embrollo mental y vivencial, sólo se dará por el camino de la pequeñez, reconociendo nuestra caída en el pecado y la siguiente elevación por la humillación de Jesús en la Cruz, venciendo así la tentación vigente desde el principio en nuestra naturaleza humana, de querer ser igual a Dios y de vivir a espaldas de lo que es nuestra vocación de seres creados llamados a la participación de la vida divina. 
Ser pequeños reclama dejar de lado tantas seguridades fabricadas por nosotros mismos, como el poder, la riqueza, el placer, el honor o la fama, cuya duración es incierta y su culminación es segura, es decir, sucumbe porque su fuerza y eficacia no proviene del Creador.
Es por eso que en la debilidad humana, cuando se está unido al Señor, aparece la fortaleza de Dios, ya que “tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno….Él suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arca de guerra será suprimido y proclamará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro, y desde el Rpio hasta los confines de la tierra” (Zac. 9, 9-10).
De hecho, en la historia de la Iglesia, fueron los mártires, por ejemplo, los que sintiéndose débiles en su cuerpo pero fuertes en el espíritu, dieron testimonio de fidelidad a Cristo entregando sus vidas a la muerte, porque cuando el creyente reconoce su pequeñez, es capaz de realizar grandes obras por amor a su Señor. 
Nunca en la soberbia o en las grandezas  humanas, siempre pasajeras, se puede agradar a Dios Nuestro Señor, ya que sólo entrando en el misterio del Hijo, podemos por Él ingresar al  misterio del Padre, como lo asegura el texto del evangelio que hemos proclamado.
Es en el Hijo donde el que se siente débil y  siempre necesitado, puede llevar sus agobios para ser aliviado, encontrando el yugo del amor a Dios siempre llevadero y reconfortante.
Hermanos: pidámosle a Jesucristo la gracia de imitar su pequeñez, para desde ella ser elevados a la dignidad de hijos de un mismo Padre, encontrando allí la fuerza que supere nuestra debilidad, como se nos promete siempre en la aparente pequeñez de las especies  eucarísticas, alimento que reconforta y anticipa la vida eterna.




Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIV durante el año. Ciclo A. 06 de julio de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com










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