16 de julio de 2014

“Mi palabra no vuelve a mí estéril, sino que cumple la misión que le encomiendo, dice el Señor”


Por medio  de su Palabra, Dios crea el mundo de la nada, colocando toda la creación al servicio del hombre, la creatura más amada por el hecho de ser “su imagen y semejanza”.
Pero por envidia del maligno entró el pecado, de modo que “la creación espera ansiosamente” verse liberada ya que “ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza” la de ser “liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella, también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando la plena realización de nuestra filiación adoptiva, la redención de nuestros cuerpo” (Rom. 8, 18-23).
En su benevolencia, Dios mismo envía a su Hijo, su Palabra, para que hecho hombre, ingrese en la historia humana para mostrarnos el camino de la liberación de toda esclavitud, y así llegar a  “la plena realización de nuestra filiación adoptiva”. 
Para realizar  la salvación de todo hombre que viene a este mundo, y como Palabra del Padre, Cristo se hace presente en nuestro devenir, sembrando su Verdad en la tierra de nuestro corazón, fecundándolo y haciéndolo capaz de abundantes frutos, como la lluvia que cae en la tierra (cf. Is. 55,10-11), necesitando, eso sí, la respuesta libre de cada uno de nosotros, es decir, una tierra preparada y apta para recibir la semilla de la palabra divina.
La manifestación de esta experiencia de un Dios que quiere sacarnos del estado de postración que nos hace gemir interiormente deseando “la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, y la diversa respuesta humana que se suscita, aparece reflejada en  la liturgia de este domingo por medio de la parábola del sembrador (Mt. 13, 1-23).
El sembrador es Jesús, la semilla es la Palabra de Dios, los destinatarios son todos los hombres que dan respuestas diferentes a la propuesta de salvación, de manera que “se perdieron tres partes, y una sola se salvó” (s. Juan Crisóstomo, homilía 46), siendo responsable de la pérdida de la mayor parte de la siembra, no el sembrador, “sino la tierra  que la recibe, es decir, el alma; porque el sembrador al cumplir su misión no distingue al rico ni al pobre, ni al sabio ni al ignorante, sino que habla indistintamente a todos, en la previsión de los que había de resultar” (hom. 45).
En el texto del evangelio de referencia, Jesús, antes de explicar la parábola, afirma que “a quien tiene se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene”, significando que a quien tiene el deseo de convertirse y unirse al Señor, se le otorgarán en abundancia los dones divinos, mientras que a quien no lo mueve el deseo de ser mejor, y por lo tanto no pone de su parte cuanto puede para conseguirlos, no le serán facilitados los beneficios que la Providencia divina le tenía reservados.
Las semillas que caen en el borde del camino y son devoradas por los pájaros, refiere a la situación de tantos incrédulos o  cristianos que escuchan la palabra pero ésta les resbala, sin que nunca les llegue algo de lo que Dios comunica. Están instalados en sus ideologías y pensamientos mundanos, se sienten cómodos en su vida y la Palabra no consigue cambiarlos para nada. 
En los pecados personales estas personas no se dan por aludidas, aceptan y promueven los criterios demoledores del mundo acerca del matrimonio, la familia, la honestidad de costumbres, directamente contrarían personalmente los mandamientos de Dios promoviendo su aniquilación en la sociedad, aplaudiendo siempre todo lo que denigra al ser humano. Tratan de justificarse con mil razones falsas en lo personal, o distinguen siempre entre lo que pertenece al campo de lo privado y lo público, favoreciendo en este último ámbito la realización del mal.
En ellos se cumplen las palabras del profeta Isaías que Jesús cita en el texto de la parábola afirmando que “Por más que oigan, no comprenderán, porque el corazón…se ha endurecido, se han tapado sus oídos y han cerrado sus ojos, por temor de que sus ojos vean, que sus oídos oigan, que su corazón comprenda, que se conviertan, y que yo los cure”.
Las semillas que cayeron en terreno pedregoso que crecen enseguida, pero que por falta de tierra son quemadas por el sol y se secan, corresponden a quienes reciben con alegría la palabra del Señor, pero al carecer de profundidad su decisión, abandonan los buenos propósitos a causa de las dificultades, ya que son inconstantes. 
La historia humana está colmada de esta tipología de la inconstancia, por la que son muchos los que se entusiasman en un retiro o por algo que los impactó, o pretenden andar bien con Dios y con el diablo, y cuando surgen las pruebas reniegan de lo que creían, o por respeto humano prefieren seguir el aplauso del mundo haciendo caso omiso a la fidelidad a Dios. 
Son los que abandonan las obras e instituciones de la Iglesia cuando no se comparten sus criterios “iluminados o providencialistas”,  o se cansan  de “ser fieles” a la obra del Señor a través del tiempo. 
Otra parte de semillas caen entre espinas y son ahogadas impidiéndoles crecer. Escuchan la palabra pero las preocupaciones del mundo son tan “ruidosas” que no la perciben en toda su magnitud.
Son los hombres que por la abundancia de bienes o de poder, no pueden oír el sonido salvador de la palabra de Dios; los que agobiados por tantas ocupaciones carecen de tiempo para entregarse a lo que verdaderamente importa; los que justifican su mala vida censurando los mismos pecados presentes en la Iglesia; los que están tan llenos de sí, de vanidad y de falsos conceptos que no atribuyen importancia alguna a la revelación divina. 
Para todos estos, pasarla bien y gozar de la vida son sus metas centrales; la despreocupación por el más allá su estandarte; la desesperación su fin obligado, aunque no deseado.
Por último, las semillas que cayeron en tierra fértil produciendo fruto diverso, refieren a los que deseosos de encontrarse con Cristo, abren sus corazones a su misericordia infinita, ávidos de seguir sus enseñanzas.
Se trata, como dice san Remigio, de “la conciencia fiel de los elegidos o el alma de los santos que reciben con gozo y con deseo, y con devoción del corazón  la palabra de Dios y la conservan varonilmente en la prosperidad y en la adversidad, y produce frutos”.
Queridos hermanos, por medio de esta parábola, Jesús muestra nuestras posibilidades de elección ante los dones que se nos ofrecen. 
Ante ello, ¿Cuál será nuestra respuesta? ¿Dejaremos de entregarnos a su mensaje porque nos domina la inconstancia? ¿Seguiremos siendo superficiales dejando que las cosas nos ahoguen y dominen profundizando nuestra esclavitud a lo efímero?, ¿Nos entusiasmaremos  por Jesús durante un tiempo para luego abandonarlo?
Pidamos al Señor prepare nuestro corazón, la tierra de nuestro interior, que nos ilumine con su Palabra y, nos fortifique con el regalo de la Eucaristía.




Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XV durante el año. Ciclo A. 13 de julio de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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