24 de julio de 2014

“Bendito seas Padre porque has revelado los misterios del Reino a los pequeños, a los que siempre te buscan”

El libro de la Sabiduría (12, 13.16-19) que hemos  proclamado en la primera lectura refiere a la omnipotencia de Dios afirmando, que “tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos.
Tú muestras tu fuerza cuando alguien no cree en la plenitud de tu poder, y confundes la temeridad de aquéllos que la conocen. Pero como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con sólo quererlo puedes ejercer tu poder”.
Como la omnipotencia es propia de la naturaleza divina resulta de ella la misericordia y paciencia para con  los hombres, sin que nuestro Dios sea dominado por la ira o la impaciencia.
En el hombre, en cambio, lo propio de su naturaleza es la debilidad, de allí que ponga su confianza en el poder político, económico, social, o de cualquier otro origen, y cuando lo posee, fácilmente   se siente tentado a demostrarlo implacablemente precisamente porque es frágil.
Como resultas de esto, Dios que tiene pleno dominio sobre sí, ejerce la justicia con clemencia esperando la conversión del pecador –dando tiempo para que se convierta en trigo-, aunque poniéndole límites, mientras que el ser humano, débil creatura, al no tener dominio sobre sí, hace justicia sin indulgencia  –arrancando la cizaña- dando lugar a la crueldad.
En virtud de este pleno dominio sobre todo lo creado, Dios permite la coexistencia en el mundo de los buenos, representados por el trigo, y los malos, presentes por la cizaña. 
La parábola (Mt. 13, 24-43) señala que el mal y la presencia de los malos es obra del demonio que se infiltran en un mundo en el que Dios sólo suscita el trigo, es decir, la presencia dichosa de los que obran el bien.
Ante esto es probable que nos preguntemos por qué Dios no elimina a los perversos y todo rastro de la presencia del mal para que sólo reine el bien.
Al respecto tenemos que expresar que contrariamente a lo esperado, el Reino de Dios no tendrá una dimensión triunfal en la historia humana.
En efecto, la victoria sobre los opositores y las fuerzas del mal no se llevará a cabo en este mundo, lo cual no implica que Dios sea derrotado, sino que al ser dueño de la situación puede frenar la impaciencia de sus siervos, reservando la justicia plena hasta la hora de la muerte o del fin del mundo, momento en que “los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre”, mientras que los impíos serán arrojados al “horno ardiente” en el que  “ habrá llanto y rechinar de dientes”.
Instintivamente nos quejamos si padece y muere alguien que es bueno, mientras los malos prosperan y duran años, y esto porque no comprendemos que Nuestro Señor espera pacientemente la conversión de los hacedores  del mal, ya que nos ha creado para salvarnos a todos.
La inevitable convivencia del trigo y la cizaña, del bien y el mal, no debe llevarnos a pensar que nada hemos de hacer y, que es suficiente con dejar todo en las manos de Dios, ya que Él permite esa existencia y ha de resolver todo triunfando al fin de los tiempos. 
En efecto, la certeza de esta doble actitud frente a Dios nos interpela en el cotidiano vivir para que pongamos lo mejor de nosotros mismos al servicio del bien, tal como los expresan las otras dos parábolas del texto evangélico.
El grano de mostaza semejante en el tamaño a la cabeza de un alfiler, que se desarrolla de tal manera que da origen a un gran arbusto sirviendo de cobijo a los pájaros del cielo se compara con el Reino de los Cielos, e igualmente la levadura mezclada con gran cantidad de harina produciendo el crecimiento de la masa que se ha preparado, sirve de comparación para vislumbrar el crecimiento del Reino. 
La enseñanza expresada es que así como de lo poco se puede hacer mucho, igualmente el Reino de los Cielos –que implica la adhesión del corazón humano a la persona y sabiduría de Jesús- comienza imperceptiblemente a actuar en el corazón del hombre y de la sociedad de manera tal  que su resultado es copioso en frutos de salvación. O sea, que el crecimiento del Reino de los Cielos, es decir, la presencia de Jesús entre nosotros, se da no espectacularmente sino silenciosamente, sin prisas pero si pausas.
El creyente debe dar lugar primero en su corazón al Reino de los Cielos, es decir, la presencia de Jesús, y una vez convencido y fortalecido por Él, debe trabajar en el mundo en el que estamos insertos con el propósito de que éste Reino se expanda, de manera tal que progrese la presencia del trigo y decrezca la acción dañina de la cizaña que sembrara el maligno.
Transformados por la acción del Espíritu que “viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom.8, 26-27), e imbuidos por los criterios que nos ofrece la persona y el evangelio de Jesús, debemos meternos de lleno en la sociedad para ofrecer una existencia que nos dignifique como personas e hijos del Padre, y de este modo, lo poco que realicemos de bueno cada día, irá creciendo y extendiéndose en medio de este mundo que se ha olvidado de Dios.
¡Cuántas veces nos encontramos con personas que en apariencia no manifiestan mucho, pero al entrar en su interior descubrimos una sabiduría espiritual que sorprende, una entrega a Cristo que progresa cada día, un obrar en silencio por el crecimiento del Reino en su propio ámbito de vida que asombra! ¡Esta es la forma concreta que debe ser considerada por nosotros para el vivir diario como trigo en el campo del Señor!
Con pequeños gestos se puede hacer mucho, manifestando con nuestra presencia que la Iglesia Católica está viva. 
En Chile, por ejemplo, por iniciativa de jóvenes, se está haciendo una red nacional de oraciones para que la presidente no continúe con su plan siniestro de promover el asesinato institucional de los niños no nacidos.
En Francia, tiempo atrás, los jóvenes también, se manifestaron en defensa del matrimonio y de la familia alcanzando su iniciativa presencia nacional.
Es hora de hacer presente en la sociedad la vigencia del trigo, señalando que la cizaña sólo perjudica al hombre y a aquellas instituciones que lo ennoblecen.
En el trabajo, en la educación o en las asociaciones de distintos tipos, podemos -aún en medio de la inmoralidad reinante- estar presentes, dando testimonio e iluminando en medio de tanta confusión, logrando, tal vez, con la gracia de Dios, que muchos hacedores del mal se conviertan en trigo.
En medio de los insultos que recibimos por nuestra fe, o cuando somos relegados cuando se trata de ocupar espacios dignificantes del hombre, dominando nuestra ira e impaciencia a ejemplo del Señor,  hemos de llevar el mensaje de su Reino.
Cuando damos ejemplo de una vida comprometida con nuestra fe, aunque nos ridiculicen, es seguro que dejaremos plantada en el corazón de los demás, la semilla de la conversión que dará origen a una vida nueva.
Es necesario no desesperar cuando la presencia de la cizaña parece abarcarlo todo, incluso cuando el mal aparece tan visible hasta en la misma Iglesia o en sus instituciones, ya que la fuerza del trigo, es decir, del bien que proviene de Dios, es más fuerte que la mentira del maligno.
Pero también hemos de trabajar en nuestro propio campo, en nuestro interior, ya que allí también existe el trigo y la cizaña. Es allí donde hemos de laborar para que el trigo crezca y la cizaña sea arrojada al fuego de la purificación interior.
Queridos hermanos, pidamos al Señor la gracia necesaria para realizar cada día lo que Él espera de cada uno de nosotros, fortalecidos siempre con el alimento del trigo santo que es la Eucaristía.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVI durante el año. Ciclo A. 20 de julio de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





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