13 de septiembre de 2014

“Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo” (Rom. 13,8).

En la primera oración de esta liturgia que sintetiza lo que queremos alcanzar como comunidad de creyentes, partiendo del hecho que por la redención fuimos constituidos hijos suyos, pedíamos a Dios que nos mirara con amor de Padre, como a sus predilectos y amados desde toda la eternidad en el amor del Hijo Único hecho hombre, Jesucristo.
Este amor del Padre sobre nosotros y la respuesta de cada uno, permite crear lazos que nos unen a todos como hermanos por la filiación divina. La comunión entre todos a la que estamos llamados, se funda por lo tanto, en el amor que recibimos del Padre.
Vivir esto en profundidad no es cosa fácil, ya que dividido por el pecado de los orígenes, el ser humano sufre la inclinación al mal, y no pocas veces se separa de su Creador y de sus hermanos. 
La Palabra de Dios nos insiste en estas realidades presentes en nuestra vida cotidiana, y percibimos cuán distinto sería nuestro temporal caminar si cada uno de nosotros afirmara su amistad con el Padre y con todos los que son hermanos nuestros por su condición de hijos del mismo Principio.
Al respecto, san Pablo (Rom. 13,8-10) nos dice hoy que los mandamientos “no cometerás adulterio, no matarás, no robarás no codiciarás” se resumen en “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, mientras Jesús antes de su pasión proclamará como signo de amor a Él, la observancia de los mandamientos, siendo éste, camino seguro que conduce al verdadero amor.
De hecho, la experiencia nos enseña que muchos sufrimientos y angustias que padecemos a diario, tienen su raíz en la no observancia de los mandamientos.
¡Cuántas heridas nacen y crecen en el corazón humano porque no se tiene en cuenta lo que reclama san Pablo al decir con énfasis “que la única deuda con los demás  sea la del amor mutuo”!
Este amor mutuo que nos obliga a todos, se manifiesta en especial, por medio de la corrección fraterna, como señala hoy el Señor (Mt. 18, 15-20).
La corrección fraterna es un acto de amor al prójimo por el que se busca su propio bien espiritual, advirtiéndole con caridad que se aleje del pecado en que está por caer o se aparte de el, si ya está inmerso en el mismo. Se busca, por amor, un bien superior al material o la salud o de otro ámbito de la vida, ya que se orienta a rescatar a alguien de lo que lo aparta de su Dios.
Este modo de amar, el de apartar del mal, tiene una hondura particular porque nos identifica con el querer de Dios para con cada persona, que consiste en que algún día podamos participar de la misma vida divina, a la cual se orienta el apartar al prójimo del pecado, ya sea si está en el o si hacia el mismo se dirige.
En última instancia, se busca la plenitud del ser humano como hijo de Dios.
Es tan importante esto en la vida cristiana, que ya en el antiguo testamento se habla de una corresponsabilidad nuestra con la vida del prójimo (Ez.33, 7-9), de manera que, si un hermano muere en pecado, éste se hace responsable del mismo, pero también seremos juzgados si nada hicimos para apartarlo de la mala senda,  mientras que la sola corrección caritativa nos eximirá de culpa si acaso no somos escuchados.
Esta obligación rige no solamente en la relación de uno con el otro, sino sobre todo cuando estamos revestidos de responsabilidades especiales como la de los padres con los hijos, el docente en su relación con los alumnos, el superior con los que le están sujetos de alguna manera.
Esta obra caritativa debe hacerse en el momento oportuno, de un modo cordial, sin prepotencia, sin buscar humillar a persona alguna o dando la impresión que nos consideramos mejores, y sin rememorar faltas del pasado cuando éstas ya se han corregido.
Cuando a pesar de seguir los pasos de la corrección alguien no quiere cambiar, nos dice el evangelio, ha de ser considerado como pagano, es decir, fuera de la comunidad de los creyentes por no querer regresar a la fidelidad a su Dios y a la común unión con sus hermanos.
Esta vivencia particular del amor fraterno sólo puede ser entendida por quien valora el caminar en unión con Dios y sus hermanos.
Queridos hermanos: pidamos siempre la gracia de valorar lo que implica el amor cristiano verdadero que admite como deuda principal la del amor mutuo.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIII durante el año, ciclo A.- 07 de septiembre de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com














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