26 de septiembre de 2014

“Convencidos del “para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”, laboremos en la viña del Señor para recibirlo plenamente al final del día”

El evangelio  o buena nueva que recibimos de Jesús, siempre nos reclama un cambio de mentalidad que transforme nuestra vida haciéndonos fieles seguidores del Maestro. Así nos lo dice proféticamente Isaías (55,6-9) al afirmar que “los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –oráculo del Señor-.”
Quienes tratamos de encontrarnos cada día con el Dios Omnipotente por medio de la oración, viviendo ante su Presencia, lo hacemos siguiendo las palabras consoladoras de “¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca!”. Pero al mismo tiempo que esto se hace realidad, sentimos nostalgia de Dios porque siempre nos trasciende sin que podamos conocerlo todavía en plenitud, por ser criaturas limitadas.
De allí la importancia de conocer los pensamientos y caminos de Dios para lograr transformar nuestros pensamientos, actitudes y vida toda, y así, agradarle en todo.
En el texto del evangelio de este día (Mt. 19, 30-20,16) se nos muestra claramente que los pensamientos de Dios son diferentes a los nuestros, como son los caminos por los que Él se nos acerca, y nosotros a Él. 
En la vida cotidiana buscamos una justicia que entronice siempre una igualdad absoluta, de manera que lo que cada uno haga perciba una retribución similar. 
Pero la aplicación de los distintos tipos de justicia en lo terrenal pierde su sentido al compararla con el modo concreto del obrar divino cuando refiere a la distribución de sus dones, siempre gratuitos y generosos.
En efecto, el modo de comportarse de este propietario que ejemplifica el actuar de Dios, es para nuestros ojos injusto, ya que estos trabajadores de la viña, aunque dedican tiempos dispares al laborar, reciben idéntica paga. 
El obrar diferente del propietario Dios dificulta entender la parábola en su dinámica interna, ya que al no concordar con nuestros pensamientos y caminos habituales nos hace pensar ¿por qué se retribuye lo mismo a todos cuando unos trabajaron bajo el calor de día, y otros sólo unas horas?
Esto sucede porque  el texto refiere a la gratuidad generosa de la bondad divina que supera todo pensamiento humano, ya que sólo Él conoce en profundidad lo que existe en el corazón de cada uno de sus hijos.
A todos, por el bautismo nos convoca a trabajar en su viña, la Iglesia, mientras se acerca a cada uno y nos trasciende a la vez totalmente.
Todos recibimos idéntica oportunidad de encontrarnos con Él, pero no todos estamos dispuestos a seguirlo en el mismo tiempo del llamado, de manera que  unos responden desde el comienzo de su vida, otros en su juventud, adultez o incluso en el ocaso de la vida terrenal, estando dispuesto para todos el mismo premio, el denario del encuentro con el que nos trasciende siempre, pero nos atrae, mientras caminamos en el tiempo.
Así sucedió, por ejemplo, con André Frossard convertido a los veinte años, a pesar de que en él estaba todo dispuesto para vivir lejos del Señor. 
En efecto, recibe una iluminación tal que lo transfigura totalmente, de manera que “habiendo entrado, a las cinco y diez de la mañana, en una capilla del barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra” (1). Fue suficiente que mirara a Cristo presente en la Custodia, en la hostia consagrada, para transformarse totalmente su corazón y su vida, ingresando en los caminos de Dios, lejos de los suyos.
El “buen ladrón” del evangelio, respondiendo al llamado del Señor, que lo halló en la cruz, dirá “acuérdate de mí cuando estés en tu reino”, recibiendo la promesa del encuentro trascendente, “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23, 43).
San Pablo mismo, de perseguidor, se convirtió en apóstol de Jesús, siéndole fiel durante el resto de su vida, dejando sus pensamientos y caminos para seguir los de aquél que en su bondad lo había llamado.
Y así, podríamos seguir con un sinnúmero de ejemplos que dan testimonio de personas que respondieron en distintos momentos de su vida, recibiendo ellos el mismo denario que se ofrece a los que aceptan trabajar en la viña.
¡Cuántas veces nos cuesta comprender el obrar divino, aún en medio de nosotros, de la Iglesia, de la parroquia! ¡Cuántas veces a quienes fueron fieles desde pequeños les cuesta entender el recibimiento gozoso que se brinda a quienes llegan al promediar o al atardecer de sus vidas para trabajar en la viña! ¡Cuántas veces reclamamos trato “preferencial” por nuestra larga fidelidad o nos duele el no recibir pleitesía por nuestro laborar, olvidando las palabras del Señor que nos llama siervos inútiles que no han hecho más que cumplir con lo que les correspondía!
La transformación que se espera de nosotros es que entendamos que nuestro gozo ha de estar en el servicio desinteresado del Señor y de nuestros hermanos, sin pretender retribución especial, sino sólo el denario.
Asimilar los pensamientos de Dios y recorrer sus caminos, nos conduce a la experiencia preciosa vivida por san Pablo, el cual afirma con alegría, “para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Fil. 1, 20b-26). 
La cercanía de Jesús a su vida y la respuesta de su disponibilidad total a evangelizar a los paganos y conducirlos a  la viña, lo llevan a identificar la vida en este mundo con Cristo, y la esperanza del encuentro con el Cristo trascendente le hace exclamar que la muerte es una ganancia.
Ante esta experiencia de la presencia “ya” del Señor en su vida y la  del “todavía no” de su ausencia, hace que Pablo no sepa que preferir, si quedarse en esta vida o ir al encuentro de su Salvador. 
Urgido ante la excelencia de vivir eternamente con el Señor y la necesidad de su presencia en este mundo para bien de los demás, afirmará sin embargo, que se quedará un tiempo más  para que progresen y se alegren en la fe aquellos que reciben la buena nueva a través suyo.
Podríamos afirmar, al ir concluyendo estas reflexiones, lo que posiblemente hemos intuido: que el denario dado a todos por igual es el mismo Cristo.
De allí que resulte inútil plantearse si recibiré poco o mucho según mi trabajo en su viña, ya que siempre el don prometido que  espera ser recibido, supera siempre lo que podamos hacer, necesitando siempre de la disposición libérrima de Dios que da como quiere sus dones.
Queridos hermanos, pidamos al Señor que acogiendo sus pensamientos y transitando por sus caminos, podamos hacer realidad la transformación plena de nuestro corazón, haciendo nuestras las palabras de san Pablo  “para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”.


(1) A. Frossard. “Dios existe. Yo lo he encontrado”. Rialp. Madrid 2001 (6-8)




Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXV del tiempo Ordinario. Ciclo “A”. 21 de septiembre de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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