21 de noviembre de 2014

“El verdadero sentido de la vida del hombre, consiste en el servicio continuo al Creador de todo bien, fuente de la auténtica felicidad.”

El próximo domingo concluimos el año litúrgico con la solemnidad de Cristo Rey del Universo, para comenzar la semana siguiente uno nuevo con el primer domingo de adviento.
Con el año litúrgico celebramos y actualizamos la historia de la salvación del hombre que ha comenzado con la primera venida de Cristo –idea central del adviento y de la Navidad- y culmina con la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos en la que el Salvador ya no vendrá como siervo sino como Rey glorioso sobre todo lo creado.
Con la liturgia de cada día, pues, no sólo recorremos la historia de la salvación sino que se realiza la salvación de la historia, ya que preparamos nuestro corazón para ir al encuentro de quien viene a juzgar el mundo, sin que sepamos ni el día ni la hora.  
Precisamente, la parábola de los talentos que acabamos de proclamar (Mt. 25,14-30), asegura que el Señor que ha repartido sus dones a sus servidores, que somos nosotros, vuelve después de un largo tiempo, es decir, la segunda venida, a pedir cuenta de la administración realizada con lo que es suyo y que se nos ha entregado sólo en administración.
Ante esta recepción de dones abundantes y el reclamo futuro de su buena administración, nos preguntamos sobre cuál ha de ser la actitud del creyente,  encontrando la respuesta adecuada en la primera oración de este domingo, en  la que pedíamos a Dios nos conceda “vivir siempre con alegría bajo tu mirada, ya que la felicidad plena y duradera consiste en servirte a ti, fuente y origen de todo bien”.
Se describe así el verdadero sentido de la vida  del hombre, centrado en el servicio continuo al Creador de todo bien, fuente de la  auténtica felicidad, prolongándose esto en el servicio a los hermanos.
Justamente los textos bíblicos de este domingo nos hablan de la respuesta que el cristiano ha de dar ante lo recibido de parte de Dios.
Los talentos recibidos no se refieren únicamente a dones intelectuales, sino a la capacidad o prontitud necesarias para responder generosamente en cada momento a la voluntad de Dios. De manera que el creyente ha de descubrir en el acontecer de cada día, cuál es el momento que se transformará en medio de salvación y crecimiento personal, como así también  del prójimo mismo.
Todo lo que Dios da, quiere recuperarlo con creces, pero no porque Él necesite de esos dones para su mayor gloria, sino porque implica la plenitud de la persona que ha sabido fructificar con creces los dones recibidos, poniendo de manifiesto su amor filial al Padre de las misericordias. La mezquindad en la entrega, en cambio,  conduce a la frustración del ser humano, como el servidor de la parábola que ha sepultado el  talento recibido y es rechazado por su señor, porque no se le han dado bienes para esconderlos y contemplar perezosamente cómo pasa la vida, sino para multiplicarlos en abundancia.
Ejemplo de lo que significa el fructificar los dones recibidos lo encontramos en el libro de los Proverbios (31, 10-13.19-20.30-31). En efecto, allí se  nos describe la personalidad de la mujer perfecta, elogiada por su marido e hijos, ya que trabaja permanentemente, administra bien los bienes, se ocupa de los necesitados y teme al Señor. Esta mujer ha comprendido cuál es la voluntad de Dios para con ella, y no ha dejado de observarla aún en medio de la dificultades propias de la vida temporal.
Esta mujer simboliza también al pueblo de Israel, llamado a la fidelidad en el servicio divino permanente, y es también la Iglesia, conformada por los bautizados, que ha de vivir siempre bajo la mirada divina encontrando así la verdadera alegría en el servicio de su esposo Cristo.
Es también signo de la sabiduría, ya que es sabio y talentoso el hombre que descubre a cada momento en qué ha de consistir su servicio a Dios.  
Por el bautismo fuimos llamados a un estilo de vida diferente, es decir, propio de los sabios, ya que como dice san Pablo (I Tes. 5, 1-6), somos hijos de la luz, hijos del día, de allí que no hemos de dormir como hacen los que viven en las tinieblas, manteniéndonos sobrios para recibir a Jesús en su segunda venida, la cual no será sorpresiva para los que tenemos la certeza de su realidad, pero sí dramática y dolorosa para los que no esperan la presencia de Dios en el futuro.
Pidamos hermanos al Señor nos otorgue su gracia para  saber responderle siempre con generosidad a tanto bien recibido.
Para terminar, quiero aprovechar este momento  de la Eucaristía para agradecer a Dios por todos los dones recibidos en mi vida sacerdotal, al cumplir hoy 40 años de aquel momento en que fuera ordenado presbítero por el entonces arzobispo  de Santa Fe, don Vicente Faustino Zazpe.
Sé que quizás no he fructificado totalmente los talentos que Dios me ha otorgado, pero confío que con la gracia de Dios, las oraciones de ustedes, y mi respuesta personal, podré caminar hacia la meta prometida que es el encuentro plenificante con el Dios Uno y Trino.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXIII del tiempo ordinario, ciclo “A” 16 de noviembre de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



















No hay comentarios: