7 de noviembre de 2014

“Los que mueren en el Señor han alcanzado la felicidad, y “pueden descansar de sus fatigas, porque sus obras los acompañan”.



Recuerda la Iglesia hoy a todos los Fieles Difuntos, y por ellos, se ofrecen oraciones y sacrificios, y se celebra  la Eucaristía diaria, especialmente, en sufragio de sus almas, liberándolas de las penas debidas por los pecados perdonados en la vida terrena.

Y esto acontece en virtud de lo que profesamos al rezar el Credo cuando decimos: “Creo en la comunión de los santos”. Nos preguntamos al respecto, ¿quiénes son los santos? Son los que están en la gloria del Padre, gozando de su vista, constituyendo por tanto la Iglesia Triunfante, cuya fiesta ayer celebramos. Son santos también los que murieron en gracia de Dios pero necesitan ser purificados para alcanzar la plenitud de la visión divina a la que desean y están seguros alcanzar, formando la Iglesia purgante. Quienes vivimos en este mundo, componiendo la Iglesia peregrina, somos santos en la medida que con la ayuda de Dios, combatimos el pecado que nos aparta del amor divino, permaneciendo en la gracia del Señor.
El vivir en este mundo en estado de gracia nos permite crecer más y más en santidad, manteniéndonos unidos a los santos y a quienes se purifican. 
Al respecto, la fe nos dice, que todo bien que realizamos en oraciones o acciones, repercute en bien de toda la Iglesia, permitiéndonos avanzar y crecer en el amor del Señor, mientras que por el contrario, el pecado de cada bautizado, se convierte en un peso muerto para todo el Cuerpo de la Iglesia que peregrina mirando y orientándose a la Casa del Padre.
¿Qué nos enseña la Iglesia acerca de quienes se purifican con penas de sentido antes del encuentro definitivo con su Señor? 
En la primera lectura proclamada, tomada del II° libro de los Macabeos (12, 43-46), advertimos que en el Antiguo Testamento se profesaba la certeza que los muertos podían ser purificados de sus pecados, y que se les abría así la posibilidad de encontrarse con su Creador. Es verdad, que sólo pueden ser liberados de sus pecados quienes hayan muerto sin pecado mortal, pero como  no se nos ha revelado quién se está purificando o no de sus pecados, estamos llamados a ofrecer oraciones y sacrificios por todos los Fieles Difuntos, como lo hicieron los soldados de Judas Macabeo, convencidos como estaban al igual que su jefe, que les esperaba una magnífica recompensa a los que morían piadosamente, teniendo además el pensamiento puesto en la certeza de la resurrección de los muertos.
Nos dice el texto que los soldados hicieron entre ellos una colecta dineraria, enviándola  Judas a Jerusalén para los sacrificios de expiación por el pecado. 
El despojo de algo, - en este caso el dinero ofrecido-, quiere significar el  sacrificio personal que acompaña la oración ofrecida por los difuntos.
Para aliviar a los hermanos que se purifican, una obra de caridad especial y de eficacia única, es el ofrecimiento de la misa, en la que se renueva el sacrificio de la Cruz, donde Cristo pagó por los pecados de los elegidos. 
Pero, además, es de provecho el ofrecimiento de  otras obras de caridad.
¡Cuántas veces los bautizados malgastan dinero en el casino, el juego y la frivolidad, en lugar de hacer obras de caridad para con el prójimo, ofreciéndolas por la purificación de las almas del purgatorio!
¡Cuánto cuesta tomar conciencia que el bien que hagamos por ellas mientras somos peregrinos en este mundo, redundará en nuestro bien espiritual cuando nos toque ser purificados, ya que los que son liberados del purgatorio por nuestras obras de bondad, intercederán a su vez por nosotros ante el Padre de la gloria, para que podamos entrar a la Vida que no tiene fin!
Nos dice el libro del Apocalipsis (14,13) que los que mueren en el Señor han alcanzado la felicidad, y “de ahora en adelante, ellos pueden descansar de sus fatigas, porque sus obras los acompañan”.
¡Qué gracia encontrarnos algún día con Dios y, cuando el nos pregunte qué le ofrecemos, poder entregarle las obras buenas realizadas mientras fuimos peregrinos en este mundo temporal, junto a los sacrificios y oraciones! 
Esa entrega del obrar bueno a lo largo de la vida, aún en medio de nuestras limitaciones y pecados de los que fuimos redimidos por el arrepentimiento y el perdón, dejará en claro cuál es nuestra fisonomía espiritual.
Si en esta vida somos mezquinos o cerrados en nuestro propio egoísmo, nos preparamos para presentarnos ante el Padre clausurados en el mal, si en cambio, hemos procurado realizar lo bueno y todo lo que enaltece nuestra vida, resplandeceremos junto a la gloria del Creador.
Este día pone también el acento en la resurrección de los muertos, verdad revelada que igualmente afirmamos en el Credo, y que se funda en la resurrección de Cristo, con quien se anticipa la vuelta a la vida de nuestros cuerpos frágiles.
Dios nos ha creado en la unidad de cuerpo y alma, de espíritu y materia, y después del tiempo de separación de los mismos por la muerte temporal, retornaremos a esa misma unidad original por medio de la resurrección corporal para la vida, si hemos muerto en gracia de Dios, o resurrección para la muerte si al morir, estábamos separados de Dios por el pecado. 
La resurrección para la vida significará participar de la contemplación eterna de Dios que se nos ha prometido, y la resurrección para la muerte concretará la frustración total de la creatura racional que no ha retornado a su Creador para permanecer en la oscuridad de su pecado y en la fijación de su odio eterno hacia quien lo ha creado y que libremente ha rechazado.
Así como la felicidad o desdicha del alma se manifiesta en el cuerpo mientras vivimos en este mundo, así también después de la resurrección final la alegría o la pena del alma, según su destino final, redundará en el cuerpo resucitado.
A la luz de estos pensamientos, se  nos convoca ya desde ahora, a preparar nuestro corazón para desear siempre el encuentro definitivo con el Padre, sin que tristeza mundana alguna pueda empañar el gozo futuro a alcanzar.
Es importante, además, tener presente, que en el momento de nuestra muerte contaremos con la presencia consoladora de María Santísima, madre de Jesús y madre nuestra, ya que acompañando a su Hijo al pie de la cruz, nos ha anticipando su presencia junto a nosotros cuando seamos llamados a la Vida Eterna, al encuentro de quien nos prometió, como resurrección y vida, la que esperamos con fe.
Hermanos: pidamos la gracia de la fidelidad a Dios en nuestro peregrinar, para encontrarnos algún día con quien es el eterno Fiel a lo largo de la historia.



Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de la Conmemoración de todos los fieles difuntos. 02 de noviembre de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





No hay comentarios: