26 de noviembre de 2014

“En la cultura del descarte de Cristo, Él pondrá todo a los pies de su Padre, luego del triunfo sobre los poderes de este mundo”

No resulta fácil predicar sobre la fiesta de Cristo Rey que hoy celebramos, ya que hablar al mundo actual de la victoria final del Señor, del juicio de las naciones y de cada uno de nosotros, resulta como algo anticuado.
Inmersos como estamos en una sociedad exitista, en la que se busca el placer, el poder, el dinero, pasarla bien, disfrutar, tratar de vivir sin problemas, resulta incómodo hablar de la fidelidad a Cristo Nuestro Señor, a quien ya se ha desplazado en no pocos ámbitos de la sociedad, e incluso en el corazón de muchos católicos. Contrariamente  a la indeferencia existente acerca del misterio de Cristo, Él se hace presente en nuestra historia humana para rescatarnos del influjo diabólico y encauzarnos nuevamente por el camino de la salvación, perdido desde los orígenes a causa del pecado original, y guiarnos a la Casa del Padre.
En la sociedad de nuestros días en la que estamos insertos, donde se busca nivelar hacia abajo en todos los ámbitos de la vida, buscando seducir al hombre para que renuncie a la grandeza que lo distingue de los demás seres, envueltos en una cultura que prescinde de enseñar al ser humano vivir de acuerdo a su propia identidad, la de ser hijo de Dios, no es fácil hacer hincapié en el reinado de Cristo, ya que no entusiasma a muchos el seguirle fielmente.
Corrobora el reconocimiento de esta situación la súplica dirigida al Padre en la primera oración de esta misa en la que afirmando que Dios quiso restaurar todas las cosas por su amado Hijo, Rey del universo, pedíamos “que la creación entera, liberada de la esclavitud del pecado te sirva y te alabe eternamente”. Petición hoy más urgente cuando percibimos que Cristo no es el más importante en el seno de la familia, en el mundo de la política, de la economía, del trabajo, de la vida de cada día.
Hasta en el corazón de los católicos muchas veces hay preocupación porque estamos muy mal en la sociedad, por la inseguridad o por la carencia de lo necesario para vivir, inquietudes válidas todas ellas, pero que nos hacen olvidar un mal más profundo y letal que es la ausencia de Cristo, que ya no reina como Señor que nos salvó por la humillación de la Cruz.
El apóstol Pablo (I Cor. 15, 20-26.28) brevemente recorre en el texto leído hoy, la historia de la humanidad, y en ella, la presencia salvífica de Jesús. 
Y así, recuerda que muertos en Adán, hemos recuperado la verdadera vida por el Nuevo Adán, Cristo, y que es su resurrección la que asegura la nuestra al fin de los tiempos, diciendo con énfasis que “todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo el primero de todos; luego, aquéllos que estén unidos a él en el momento de su Venida”. De manera que si bien el apóstol está mirando hacia el futuro anunciando la venida del Señor, está haciendo un llamado a comprometernos en el recorrido que hemos de realizar hasta la segunda venida, es decir, que vivamos en este tiempo que nos toca vivir mirando siempre la meta que atrae y espera a los que son fieles.
En ese caminar, al conocer las tentaciones a las que estamos sometidos, no debemos permitir que nos seduzca aquello que pretende alejarnos del Señor. 
Al conocer nuestras debilidades, más que nunca debemos identificarnos con Cristo Rey, para que solamente Él esté en primer lugar en nuestros corazones, de modo que en medio del mundo en el que vivimos, sepamos reaccionar ante los atractivos mundanos que siempre buscan alejarnos del Señor.
Y esto, porque en definitiva quien nos ha rescatado del pecado y de la esclavitud del demonio, ha sido el Salvador, no la sociedad, ni los poderes de este mundo, ni el dinero, ni los amigos por buenos que sean, que por el contrario no pocas veces nos muestran caminos torcidos y confusos.
San Pablo sigue hablando con una terminología que alimenta nuestra esperanza acerca del desconocido pero indudable futuro final  “Vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder”.
Estas son afirmaciones muy fuertes presagiando el derrumbe de los poderes que se han opuesto a Cristo y a su reinado a lo largo de la historia humana. Pero, los católicos de nuestro tiempo, ¿creen de veras en la segunda venida? Nosotros mismos, los que estamos más cerca de una vivencia perseverante de la fe recibida en el bautismo, ¿creemos en la caída de todos los poderes del mal a los que estamos acostumbrados a percibir y soportar  diariamente? 
De hecho, ante el auge y crecimiento de todo tipo de corrupción y maldad en este mundo, estamos tentados a caer en el desánimo y hasta en la desesperación, ya que pensamos que es imposible su erradicación definitiva. 
Esta mirada, hasta de duda por el futuro prometido de un Rey victorioso, nos impedirá luchar denodadamente haciendo el bien en medio del mundo y de la sociedad,  acabando siendo vencidos por  el criterio que es necesario acomodarse a  este mundo tenebroso para poder al menos subsistir, sin caer en la cuenta que toda negación de Cristo concluye con la del mismo hombre que pierde su dignidad y la valoración que le corresponde como hijo de Dios.
“Porque es necesario que Cristo reine “hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies”, continúa afirmando con énfasis el apóstol, ya que cuando “el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a aquél que le sometió todas las cosas a fin de que Dios sea todo en todos”. 
Acerca de la persona de Cristo Rey victorioso,  nos dice el texto del evangelio (Mt. 25, 31-46), que será juez de las naciones y de cada persona, de modo que aquellos que son desposeídos de toda posibilidad de salvación, como menciona san Pablo, son puestos bajo los pies del Redentor, y serán  salvos quienes “estén unidos a Él”, cuando venga por segunda vez. 
El juicio versará sobre si se ha reconocido o no en los pobres y desechados de este mundo, el rostro de Cristo Salvador. 
Y tanto esto es así, que aunque al hacer el bien al otro no se descubra el rostro de Cristo, será reconocida como plasmada a favor de Jesús toda obra buena que enaltezca al otro que por ser humano es amado por Dios.
Habrá también un juicio de las naciones que han de responder por tanto bien recibido que quizás no fructificó o se malgastó porque en manos de unos pocos no fue compartido por todos los hijos de Dios. De allí que a nosotros como Nación se nos pedirá cuenta de tantas riquezas materiales que se nos ha asignado, como así también los bienes espirituales como el de la fe católica.
Pero también en este juicio no sólo se tendrá en cuenta nuestra acción particular ya sea buena o mala, sino que seremos juzgados por nuestras responsabilidades institucionales o según nuestro deber de estado. 
Y así, quienes se dedican a la cosa pública deberán responder por su respuesta o no a brindar a sus hermanos trabajo, vivienda, salud, posibilidades para desarrollarse como ser humano, máxime cuando esta ausencia de brindarse al otro tiene como base la codicia, la búsqueda insaciable del poder y del dinero como si fueran los verdaderos “poderes”, destronando la soberanía del Creador, que reclama la distribución equitativa de los bienes que están destinados para todos como creaturas de Dios.
También a nosotros los sacerdotes se nos dirá “tuve hambre y no me diste de comer” toda vez que no predicaste la verdad porque preferiste quedar bien con la gente antes que corregir el error; “estuve enfermo” y no me curaste con los sacramentos;  “estuve preso” y no me liberaste del pecado, y así las demás exigencias en bien del hermano que se nos ha confiado. 
En fin, a todos, según el papel que ocupemos en la sociedad, se nos reclamará acerca de nuestra respuesta a Cristo por medio de la atención del hermano.
Hermanos: pidamos a Cristo ser fieles a Él y que lo tengamos en nuestro corazón como verdadero rey de nuestras vidas de modo que su persona y su enseñanza de sentido a nuestro caminar en el tiempo.


Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo de Cristo Rey, ciclo “A”.   23  de Noviembre de 2014. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 








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