6 de mayo de 2015

“El Padre nos poda para que crezcamos multiplicando las buenas obras por las que lo amamos a Él y a los hermanos”



En el texto del evangelio leíamos que “el que permanece en mí, y Yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn. 15, 1-8). Respecto a esta afirmación del Señor, advertimos que Saulo antes de su conversión, estaba separado de Jesús, más aún, llevado por el rechazo y descreimiento, perseguía a los cristianos, con furia y ánimo por aniquilarlos.
Sin embargo, el amor de Dios quiso tocar el corazón del perseguidor, y apareciéndosele Jesús cuando se dirigía a Damasco le dice “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. 
Tocado por la gracia, a la que responde con generosidad, se convertirá por medio de la purificación interior, en el apóstol Pablo, elegido y enviado a predicar la Buena Noticia especialmente a los gentiles, aunque también predica la verdad a los judíos.
Saulo, a causa de su separación de Cristo, promovía frutos de maldad; una vez convertido producía frutos de bondad, por su unión con la Vid verdadera, por su comunión plena con Cristo.
La conversión de Pablo, sin embargo, producía desconfianza (Hechos 9, 26-31) en los discípulos de Jerusalén, “porque no creían que también él, fuera un verdadero discípulo”.
En realidad, esta actitud “desconfiada” reflejaba el olvido de las palabras de san Juan  (I Jn. 3, 18-24) que recuerda “no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad”. 
En efecto, el amor “no piensa mal” ya que la gracia de Dios puede transformar al pecador si hay un resquicio de apertura en su corazón, en su alma. Es decir, se ingenia siempre el Señor para entrar por  cualquier espacio que se le ofrece en el corazón humano.
El amor a los demás que se nos reclama, significa estar dispuesto a entender y comprender que el misterio de Dios no se cierra en un grupo selecto, sino que se manifiesta a toda persona que viene a este mundo con cierta disposición a encontrarse con su Creador, recibiendo los frutos que esta comunión con el Señor le depara.
Si hay cerrazón, por el contrario, nada se obtiene, ya que Dios siempre respeta la libertad humana, aún cuando ésta no lo desea, buscando en todo caso otro momento para insistir en el ofrecimiento de sus dones y gracia.
Resulta importante entender esta pedagogía de Dios para entrar en el corazón humano en general, y en el de cada uno de nosotros aquí presentes, en particular.
De allí la necesidad de preguntarnos si buscamos cada día la unión con Jesús, si queremos conocerlo de verdad, si deseamos amarlo sobre todo lo que existe para prolongar su presencia en el mundo a través del anuncio constante y vigoroso de la Buena Nueva.
Hemos de recordar que la mejor señal de un gesto de amor para con los demás, consistirá en tratar de que todas las personas cercanas o no a nosotros, lleguen a unirse a Jesús por el conocimiento, es decir, la fe en Él y por el amor a nuestros hermanos.
Cuando se busca la salvación de alguien que está sumido en el pecado para que se encuentre con Jesús el Salvador y, nos duele cuando esto no sucede, y rezamos para que se logre la redención  de alguien, manifestamos el verdadero amor para con el prójimo.
Jesús nos dice que Él es la verdadera vid y nosotros los sarmientos, que recibimos la vida verdadera cuando estamos unidos a su Persona y, que el Padre corta los sarmientos que no dan fruto para arrojarlos al fuego, recordando lo que hacemos nosotros mismos con cualquier árbol que está seco o no da ya más frutos.
Cuando, en cambio, damos frutos de santidad por nuestras acciones, el Padre nos poda para que crezcamos con más fuerza en el futuro, mostrando la abundancia de los dones recibidos y que multiplicamos con generosidad amándolo más y a nuestros hermanos.
Esta poda la realiza el Padre frecuentemente por medio del sufrimiento, que aceptado con espíritu de fe no sólo purifica, sino que permite comprender mejor que de ese modo estamos llamados a unirnos a la Pasión de Cristo.
Y así, entregando cada vez más lo mejor de nosotros mismos, y lo que parecía en un primer momento un padecer negativo, se convierte en una bendición, y somos reconfortados interiormente para emprender la tarea de hacer presente a Cristo en medio de una sociedad cerrada a su Creador.
En la poda, por lo tanto, perdemos algo de nosotros mismos, pero para afirmar con creces nuestra amistad con el Señor resucitado que hasta suplicando nos dice con énfasis: “permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes”; es decir, que el Señor se ofrece a nosotros como ya lo hizo en la Cruz, y espera nuestra respuesta para brindarnos lo mejor de sí mismo.
Y ¿cómo ha de ser nuestra entrega? El mismo san Juan nos da la clave en el texto que hemos proclamado, afirmando en relación con Jesús que “el que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado”, reafirmando así lo que expresa el Señor en el texto del evangelio.
Más aún, produciendo frutos de santidad por la unión y permanencia en Jesús, se hace realidad el que podamos “acercarnos a Dios con plena confianza, y Él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada”.
Queridos hermanos: examinemos nuestra vida, analicemos si permanecemos en Jesús, si queremos esa intimidad con Él, o si acaso estamos separados de Él y nos mostramos remisos a iniciar una existencia cristiana más decidida. Animémonos a responder generosamente a Cristo con la seguridad que siempre nos acompañará con su luz y la fuerza de su gracia.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el  Domingo V° de Pascua. Ciclo “B”. 03 de mayo de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com














 


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