28 de agosto de 2015

“La pregunta incisiva “¿también ustedes quieren irse?”, cobra hoy singular importancia, ya que el amor para con Dios se va enfriando cada vez más”.

Acontece a menudo que en la sociedad en la que transitamos, todo se desarrolle vertiginosamente, vivamos aturdidos por las urgencias, o no tenemos tiempo ni para Dios ni para nosotros, haciéndose necesario, por eso mismo, que nos preguntemos acerca del sentido de nuestra vida.
En un marco histórico parecido en el que el pueblo elegido ya estaba instalado en la tierra prometida, Josué plantea a todos, la necesidad de tomar una decisión que marque la vida de relación con Dios y con los hermanos. 
No habían conocido lo realizado por Dios liberando al pueblo de Egipto con múltiples signos más que de oídas, de modo que resultaba imprescindible reafirmar la alianza del Sinaí.
De allí que les plantea Josué  (24, 1-2ª.15-17.18b) “elijan hoy a quién  quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor”. 
Con esta interpelación, Josué les está diciendo que por la elección que  hagan estará marcada toda su existencia, ya que no es lo mismo si optan por ratificar la alianza realizada antiguamente entre Dios y el pueblo, o si prefieren por el contrario ser fieles a los ídolos que no dan sentido a la existencia humana.
Ante esta demanda la respuesta unánime fue, siguiendo la inspiración divina, “lejos de nosotros abandonar al “Señor para servir a otros dioses”, haciendo memoria enseguida de todo lo recibido por el Dios de la Alianza.
En el hoy de nuestra historia como personas y como Nación estamos llamados a realizar nuevamente idéntico planteo: ¿cuál es  nuestra decisión clave en nuestro interior? ¿Seguir fieles a la alianza realizada con el Señor por el bautismo o quizás seguir detrás de todo aquello, que sin darnos cuenta, nos separa y aparta del Dios verdadero? ¿Cuántos ídolos, cuántas deidades ante nosotros nos encandilan cada día con ofrecimientos que provienen de la sociedad, la ciencia, la cultura, la mundanidad de costumbres, y seducidos por esos espejismos nos sentimos tentados a abandonar a Jesús? 
Igualmente pasó Jesús por esa situación cuando después de haber enseñado acerca del alimento que da la vida eterna, en clara referencia a Él mismo, tuvo que escuchar de sus discípulos “¡Qué duro es este lenguaje! ¿Quién podrá escucharlo?”, teniendo como consecuencia que muchos se alejaran, perdiendo todo interés por seguirlo en fidelidad.
Acercándose al grupo de los doce, preguntará Jesús “¿También ustedes quieren irse?”. Podemos imaginar la pena que surca su rostro ya que los ha preparado para otra actitud y quizás lo abandonen por seguir el espíritu mundano de los demás. 
¿También ustedes no entienden lo que he enseñado largamente?, pareciera  decir Jesús, ¿prefieren seguir engañándose  apeteciendo lo que es complaciente, lo que no exige esfuerzo alguno, lo que está en connivencia con la cultura de nuestro tiempo? O por el contrario, ¿prefieren buscar la verdad para vivir conforme a ella una vez que la hayan encontrado? ¿Ansían lo que los dignifica y da sentido a la existencia cotidiana?
Pedro, como lo hace en diversas ocasiones, toma la palabra y dice, inspirado por la sabiduría divina, “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
También nosotros debiéramos cuestionarnos para comprobar si estamos dispuestos también a decirle a Jesús “Señor, ¿a quién iremos?” 
Y esto ya que lamentablemente en nuestro tiempo, no pocas personas, aún llamándose católicas, han dejado a Cristo y se han preguntado más bien “¿a dónde iremos?”, orientando sus vidas lejos del Señor, hacia aquello que no los cuestiona demasiado o que les permite olvidar incluso hasta su condición de bautizados para vivir como paganos, en un ateísmo práctico.
Al respecto, si preguntamos a la gente que consideramos creyentes, si creen en Dios, en Cristo, o en la Iglesia, es probable que nos digan que sí, con reparos o sin ellos, pero que en la práctica viven y piensan como si Dios no existiera, no es Cristo el “modelo” a imitar en sus vidas cotidianas, ni ilumina su caminar diario un fin trascendente.
Son cada vez más las personas que dejan el culto divino, la oración, la observancia de los mandamientos, la práctica religiosa, que no se preguntan si su tenor de vida está conforme al evangelio o no,  que siguen los criterios de la sociedad en el mundo del trabajo, de la profesión, del matrimonio, de la familia, en fin, que viven siguiendo los criterios de la sociedad en la que viven, prescindiendo totalmente de los fundamentos de la fe cristiana.
Si hiciéramos una encuesta acerca de lo que nuestros católicos creen o aceptan de las enseñanzas de siempre de la Iglesia, nos llevaríamos una sorpresa muy grande, lo que otro tiempo se pregonaba que vivíamos en un mundo occidental y cristiano, ya no existe.
Lamentablemente Cristo es abandonado cada día más, el hombre de hoy encuentra más productivo dedicarse al jolgorio, a ganar dinero, a gozar de todo tipo de placeres, a huir del dolor o al menos ocultarlo, a despreocuparse, a pensar que sólo importa vivir el presente sin desasosiego alguno por un futuro  que se considera incierto o lejano.
Las exigencias de Cristo y el evangelio, son vistas como muy pesadas, limitantes de la libertad  cada vez más exacerbada y considerada absoluta, cuando en realidad el Señor nos libera de toda atadura y esclavitud.
Por cierto, es la falta de fe la que hace estragos en el seguimiento de Jesús. 
Él mismo dice que nadie se orienta a su persona si el Padre no le atrae y, se admira que algunos de sus discípulos ya no crean, y esto porque olvidan que es el Espíritu el que da vida, mientras  la carne de nada sirve.
En relación con el “lenguaje duro” que  proviene del Señor y es rechazado por sus discípulos, el apóstol san Pablo (Éf. 5, 21-33) se explaya hoy en un tema que provoca discusiones y hasta rechazos. 
En una sociedad –la ciudad de Éfeso-  que se extraña del testimonio de los creyentes en este punto y en otras vivencias, presenta el ideal del matrimonio cristiano,  recuerda  que la relación entre el varón y la mujer es un signo de la unión entre Cristo Cabeza -el marido- y la Iglesia Cuerpo –la mujer-.
En  nuestros días, este misterio del matrimonio, reflejo del de Cristo con la Iglesia, es puesto en duda por la sociedad en la que vivimos, ya que tolera y ve con buenos ojos todo tipo de unión, ya sea heterosexual como homosexual, como el modo de vivirla,  ya para siempre u ocasionalmente.
Desde la fe sabemos cuál es  la verdad respecto al matrimonio, por eso la Iglesia no traiciona a su Señor y sigue enseñando lo que cree, para  que desechada toda componenda con el mundo incrédulo, seamos el faro que ilumina las procelosas aguas del mundo en la que navega la nave de Pedro, el cual nos recuerda humildemente, “Señor, ¿a dónde iremos, sólo Tú tienes palabras de vida eterna?”
Hermanos: vayamos siempre al encuentro de Jesús que sólo tiene palabras de vida eterna, para que crezcamos en la sabiduría del espíritu y comuniquemos esto a todos aquellos a quienes llevemos el mensaje de salvación.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXI durante el año. Ciclo B. 23 de agosto de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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