12 de noviembre de 2015

“Feliz quien confía en la Palabra y el Amor del Señor, ya que no será defraudado”


Cantábamos en la antífona del salmo responsorial (Ps 145) “El Señor es fiel a su Palabra, el Señor es Padre de los pobres: ¡Feliz quien confía en su amor!”. 
De hecho, quien escucha su Palabra y la guarda en su  mente y su corazón, es capaz de obrar movido por el amor que Dios le ha infundido, abriéndose al amor divino y a las necesidades del prójimo. Así sucede en el interior de estas dos mujeres de las que nos habla la liturgia de este domingo, quienes habiendo puesto su confianza en Dios, se vieron liberadas de toda preocupación, incluso de la que es legítima.
En la primera lectura (I Rey. 17, 8-16) la viuda de Sarepta, a pesar de tener otros dioses, cree en la Palabra de Dios, -que anunciada por el profeta-,   le asegura “el tarro de harina no se agotará, ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la superficie del suelo”, de manera que confiadamente renuncia a buscar primero su bien, para alimentar enseguida al profeta Elías, cumpliéndose lo prometido por  la palabra divina. 
Esta actitud de fe y confianza en la Palabra recibida se prolonga en la caridad, en la apertura de corazón al Dios que se manifiesta y al prójimo que necesita de nuestro consuelo y atención, despojándose el corazón humano de sí mismo, en actitud de profunda entrega personal.
En el texto del evangelio asistimos a un cuadro similar de entrega personal (Mc. 12, 38-44) al Creador y al prójimo. Jesús se encuentra en el templo contemplando “cómo la gente depositaba  su limosna” en el tesoro.
Sin embargo, mientras “muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre”. 
Esta ofrenda de la viuda, según los entendidos, equivalía a la octava parte del costo diario de una ración de comida que en Roma se entregaba a los pobres, siendo sin embargo para ella todo lo que tenía para su sustento, de allí que reciba el elogio de Jesús al afirmar  que “esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que  les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”.
No pocas veces nos asombramos por la cantidad en dinero que alguna persona ha entregado en beneficio de los demás o para gloria de Dios y sustento de sus obras, siendo que en realidad lo valioso está presente cuando el ofrecimiento constituye un desprendimiento tal de nosotros mismos y de nuestras cosas y bienes, que se hace realidad aquello que mencionaba la beata Teresa de Calcuta  diciendo que es necesario “dar hasta que nos duela”.
El papa Francisco hablando de estos temas, menciona la necesidad de despojarnos de la idolatría del dinero que se agudiza toda vez que el ser humano, incluso el creyente, deja con facilidad al Dios verdadero, si éste obstaculiza el culto al dinero, al poder, a las certidumbres de este mundo.
Con facilidad buscamos la seguridad para nuestra vida en lo que es frágil y poco permanece, desconfiando de la seguridad que nos brinda Dios. El profeta Elías con su actitud, ayuda a la viuda a abrirse a otros horizontes.
Un segundo momento lo constituye el entrar de lleno en la vida del pobre y necesitado, periferias de la sociedad, para llevar consuelo y comprensión, avivando la esperanza en un futuro promisorio, como la llegada del Mesías.
Un tercer paso será el tener la actitud de los anawim del Antiguo Testamento, los pobres de espíritu que confían totalmente en Dios, -como la viuda de Sarepta y la viuda del evangelio-, lo cual los hacía abiertos a lo que la voluntad del Creador les pedía a lo largo de su vida terrenal. 
Es el momento de aprender de los que ponen su seguridad en Dios, dejando que su ejemplo de vida nos interpele y nos lleve a actitudes más nobles en nuestro diario vivir.
Precisamente los dos ejemplos que nos ofrece el Antiguo Testamento y el evangelio del día, nos deben conducir a valorar la importancia que inviste para la vida cristiana el despojo de nosotros mismos, la apertura constante a lo que el misterio divino nos pide y al amor del prójimo que se nos reclama.
Sólo esta actitud nos permitirá considerar importante y crucial para la vida humana, la meta última que se nos promete en la comunión eterna con Dios. 
Hermanos: En este segundo domingo de noviembre se realiza en el país la jornada nacional por el enfermo en la que se nos permite por lo tanto, como providencial ocasión, acercarnos al que sufre en su cuerpo o en su alma para llevarles el consuelo del Señor, asegurando siempre que el compartir los sufrimientos de Cristo nos asimila más a Él, completando lo que falta a su pasión, prolongando en la Iglesia el misterio de la Cruz. 


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXII durante el año. Ciclo B. 08 de noviembre de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







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