19 de noviembre de 2015

“Vivamos con alegría bajo la mirada de Dios, ya que la felicidad plena y duradera consiste en servirlo a Él, fuente y origen de todo bien”.



Estamos llegando ya al final del año litúrgico, que concluye con la fiesta de Cristo Rey el próximo domingo.

El comenzar de nuevo cada año no significa caer en la rutina, sino hacer presente una vez más que nuestra realidad temporal se orienta siempre a la eternidad, al encuentro con el Señor que nos ha salvado y que vendrá en su segunda venida para llevarnos consigo.
La carta  a los Hebreos (10, 11-14.18) que hemos proclamado recuerda que Cristo “después de haber ofrecido por los pecados un único Sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios, donde espera que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies”, marcando así el lapso de tiempo que se dirige a la segunda venida de Jesús en el que el ser humano puede elegir la salvación que se le ofrece, o por el contrario, se separa aún más de su Dios, haciendo ineficaz  para sí, el único y verdadero sacrificio salvador, el de la Cruz.
Considerando la profecía de Daniel (12, 1-3) y  el evangelio (Mc. 13, 24-32),  como textos proclamados, comprobamos que contienen elementos comunes. 
Y así, la persecución de Antíoco Epífanes en el Antiguo Testamento, y la caída de Jerusalén en el texto evangélico, como acontecimientos históricos concretos, buscan iluminar el futuro por venir, los tiempos escatológicos. 
Momentos  últimos, marcados por las persecuciones a causa de la fe y por la muerte de inocentes, por quienes los tiempos de dolor  se abreviarán, siendo sometidos los enemigos de Cristo a sus pies, como Señor de los tiempos nuevos, que vendrá gloriosamente en su segunda venida, para recoger los frutos alcanzados desde su Ascensión gloriosa.
La figura angélica está presente en ambos textos, y así, el arcángel Miguel  “que está de pie junto a los hijos de tu pueblo” ya que será “un tiempo de tribulación, como no lo hubo jamás”, tendrá como misión  liberar a todo el que está inscrito en el libro de la vida, mientras que los ángeles enviados  por Jesús han de congregar a los elegidos desde los cuatro puntos cardinales.
Mientras que los que han obrado el bien se encuentran con su Salvador, los enemigos de la Cruz de Cristo, los que lo rechazaron en esta vida, se despertarán para la ignominia.
Con la segunda venida del Señor concluye el tiempo de salvación otorgado desde que Jesús se sentara a la derecha del Padre, como lo recuerda la carta a los Hebreos, mereciendo cada uno según sus obras, llevando merecido premio “los hombres prudentes” que “resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas, por los siglos de los siglos” (Dn. 12, 1-3).
Si desde el misterio pascual de Cristo comienza el lapso temporal que nos aproxima a su segunda venida, desde la fe debemos considerar no sólo la historia del mundo sino la propia, para preguntarnos si realmente estamos imbuidos por la persona y enseñanza del Señor, si queremos estar con Él ya sea en la vida como en la muerte.
La segunda venida del Señor, y su cierta y desconocida proximidad, nos ha de conducir a preguntarnos en el acontecer diario, si preferimos la amistad con Él y desde ella iluminar y dar sentido a todo lo que hagamos, o por el contrario preferimos mirar para otro lado considerando como más provechoso seguir otros caminos.
Queridos hermanos, la segunda venida del Señor, cuya concreción esperamos, nos debe llevar a un mayor compromiso con nuestra fe cristiana, a vivir anticipadamente con gozosa espera ese momento de gracia si acaso nos tocara a nosotros, con las lámparas encendidas de la fe, alimentadas con el aceite de la caridad brillando  con la esperanza  cierta de la bienaventuranza.
Los primeros cristianos nos dejan un ejemplo de la importancia para sus vidas de ese esperar confiando la vuelta del Señor, y con ellos, podemos repetir cada día ¡Ven Señor Jesús!, como queriendo apresurar el encuentro definitivo con el Salvador misericordioso.
La primera oración de esta misa nos puede iluminar en el presente y dar sentido al futuro de nuestra existencia, pidiéndole a Dios con confianza nos conceda vivir siempre “con alegría bajo tu mirada, ya que la felicidad plena y duradera consiste en servirte a ti, fuente y origen de todo bien”.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXIII durante el año. Ciclo B. 15 de noviembre de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com









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