23 de enero de 2016

“Transformada el agua de nuestra humanidad en el vino de la recreación por la acción divina, se anticipa lo que seremos en el cielo”.


Este domingo corresponde  al ciclo litúrgico llamado “durante el año” que se extiende hasta el comienzo de la cuaresma, y  continúa después del tiempo pascual, hasta el Adviento.
No se celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo sino que se procura profundizar el conjunto de la historia de la salvación sobre todo a través de una contemplación continuada del mensaje bíblico.
Con todo, todavía encontramos reminiscencias del tiempo de Navidad que hemos vivido, de manera que en las bodas de Caná (Jn. 2,1-11)  contemplamos una  epifanía o manifestación particular de Jesús, cuando aunque no sea su “hora”, como Hijo de Dios realiza este milagro o signo.
Este primer signo es un anticipo del último a realizarse en la cruz cuando se evidencie su glorificación por parte del Padre de los cielos.
Ahora bien, la conversión del agua en vino no sólo  refiere a la transformación de la realidad matrimonial mediante la presencia salvífica de Jesús, sino que presenta la necesidad de su presencia en la  vida de cada persona y en los distintos ámbitos de existencia como forma de recreación interior, bajo la imagen de los desposorios entre Dios y el hombre.
Isaías precisamente hace referencia a la figura de Israel-esposa (62,1-5) que abandonada por su pecado en el exilio, es llamada por el amor infinito de Dios como “mi deleite” y “desposada”, “porque el Señor pone en ti su deleite y tu tierra tendrá un esposo”.
Más aún, podemos aplicar al desposorio de Cristo con la Iglesia por medio de su encarnación y nacimiento entre nosotros, las palabras del mismo profeta, de modo que “como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye; y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios”.
En este contexto, podemos afirmar que Jesús espera que cada uno de nosotros sea “la alegría de tu Dios”, que cada creyente sea su alegría, teniendo en cuenta que somos tan valiosos para Él que no dudó en humillarse hasta la muerte de cruz para salvarnos de la esclavitud del pecado y restituirnos a la dignidad de hijos adoptivos del Padre.
Con su presencia salvadora, Jesús nos otorga  el vino nuevo de su gracia dándole sabor al agua de nuestra humanidad tantas veces insípida por fuerza del alejamiento del Señor, convocándonos al mismo tiempo a dar un “sabor” diferente al obrar de cada día, de manera que muestre nuestra filiación divina.
La transformación interior que se realiza en cada bautizado que acepte al Señor Jesús en su vida, es obra del  Espíritu (I Cor. 12, 4-11) que se manifiesta por medio de diversidad de dones y actividades otorgados generosamente a todos los que son fieles, en orden al bien común, siendo la caridad el don supremo concedido para vivir siempre en alabanza a Dios y sirviendo a los hermanos.
Esta realidad nos convoca, por cierto, a descubrir qué nos ha dado el Señor para el servicio de su Iglesia toda, colocando allí todo nuestro esfuerzo, especialmente en el anuncio continuo de las maravillas que el Señor ha realizado por todos los pueblos (salmo 95).
Al vivir cada uno de nosotros esta unión plena con Jesús, permitiendo con nuestra buena voluntad que Él nos vaya asimilando más y más a la naturaleza divina que se nos ha prometido y esperamos, alcanzamos la tan ansiada paz que pedíamos en la primera oración de esta misa, para nuestro tiempo.
La paz, enseña  san Agustín, es la tranquilidad en el orden, que no es pacifismo, sino una recta ordenación u orientación de la vida humana  que tiene  a Dios como meta y el obrar virtuoso de cada uno como medio.
¿Qué paz podemos alcanzar superior a la que otorga la unión con Cristo? Al transformar el agua de nuestra nada en el vino de la recreación de todo nuestro ser por la acción divina, el hombre ya anticipa aquí lo que será en el cielo. 
De allí que ya hemos de vivir en este mundo como si ya estuviéramos en la eternidad, buscando  la gloria de Dios y la unión con nuestros hermanos.
Queridos hermanos: pidamos a Dios nos conceda docilidad para descubrir lo que Él quiere realizar en nuestro interior y la fortaleza necesaria para responder con fidelidad y constancia por medio de las buenas obras.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo durante el año. Ciclo “C”. 17 de enero de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.


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