9 de febrero de 2016

“De la Iglesia según el espíritu mundano a la Iglesia de Cristo crucificado”


La presencia de la barca siempre es considerada como imagen de la barca de la Iglesia, conducida por Pedro, quien fuera elegido por Cristo para guiarla en medio de las aguas tormentosas de la vida temporal.
Navegando siempre por este mundo, la Iglesia siempre  se ha encontrado con diversas y especiales circunstancias, que incluso llevaron a pensar que su suerte estaba echada, no obstante prometiera el Señor que no sucumbiría. En efecto, en nuestros días se repite lo que señala hoy el texto del evangelio (Lc. 5, 1-11): “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada”, resultando esto cada vez más perceptible en la indiferencia, incluso de los que se dicen católicos, ante la vivencia de la fe de una manera profunda.
Pío XII hablaba hace más de sesenta años de la pérdida del sentido del pecado, mentalidad que se ha  generalizado de un modo alarmante.
Pablo VI llegó a afirmar que el humo de satanás había entrado en la Iglesia, mientras que hoy comprobamos su presencia más acuciante especialmente en cultos y creencias mágicas que pululan por doquier.
La Santa Sede ha reconocido hace pocos días, que a pesar de la presencia mediática favorable  del papa Francisco, ha disminuido en los casi ya tres años de pontificado, la presencia de los fieles en las ceremonias litúrgicas que él preside, en el rezo del ángelus de los domingos en la plaza de san Pedro y en las audiencias de los días miércoles.
A pesar del esfuerzo equivocado de no pocos pastores de acomodar y, hasta  de asimilar la Iglesia  a los preceptos humanos, no ha mermado la disminución de los fieles que busquen vivir en serio la fe católica que han recibido.
De hecho puede suceder que quienes desean una Iglesia comprometida con Cristo, se alejen por no encontrarla, y aquellos que buscan la Iglesia permisiva que tolera y acepta todo, ya la encuentran asimilada al mundo, por lo que les es suficiente los ofrecimientos de la cultura de lo provisorio, aplicando el descarte a la institución eclesial.
Ahora bien, el creyente por cierto, no puede caer en un pesimismo estéril ante este cuadro, sino sentirse convocado por la Palabra de Dios para buscar, encontrar y seguir otros cauces que lo orienten hacia la verdad plena.
Respecto al profeta o de aquél que por designo de Dios ha sido “vocado”, es decir, llamado a la misión de transmitir la Buena Noticia, de hacer presente a Jesús en el mundo en el que estamos insertos, es necesaria la conversión del alma por la cual dejamos atrás el pecado, y toda situación que lleve al mismo.
Al respecto, tenemos el ejemplo de Isaías (6, 1-2ª.3-8), que ante la visión de la gloria de Dios, exclama con humildad “¡Ay de mí, estoy perdido!  Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!”
Tocado en sus labios por la brasa ardiente de la misericordia divina que lo libera del pecado, está ya dispuesto para escuchar el envío del Señor, “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?” para responder  después con singular entrega “¡Aquí estoy; envíame!”.
San Pablo (1 Cor. 15, 1-11) experimenta idéntica experiencia al ser preparado para ser apóstol de los gentiles. Reconoce su pecado de perseguidor de la Iglesia, pero que ha sido llamado por pura misericordia de manera tal que  “por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo”, consciente que sólo es instrumento en manos del Señor.
Simón Pedro reconoce también su necesidad de ser transformado al repetir “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”, sentimiento que embargaba a los demás apóstoles también, aunque no lo expresaban, ya que “el temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido”, quebrando así la autosuficiencia de ellos e inclinándose a reconocer la necesidad de la gracia y fuerza divinas para toda misión.
A partir de este cambio, se convierten en pescadores de hombres  para la gloria de Dios y salvación de sus hermanos, abandonando todo para seguir a Jesús.
Ahora bien, además de lo expresado anteriormente, en nuestros días es necesario para la profundidad de la misión del apóstol en medio del mundo, vivir conforme a aquellas palabras de san Pablo que en el lenguaje de hoy equivale a afirmar que “Yo no ando buscando que la gente apruebe lo que digo. Ni ando buscando quedar bien con nadie. Si así lo hiciera, ya no sería yo un servidor de Cristo. ¡Para mí, lo importante es que Dios me apruebe! (Gál. 1, 10)".
En este sentido, urge que en el hoy que nos ha tocado vivir, supliquemos la gracia de no buscar como pastores o profetas el acomodarnos al mundo. No engañarnos pensando que por ser “agradables” a la cultura de nuestro tiempo conseguiremos mayor respuesta al evangelio  y a la persona de Cristo.
La palabra de Dios que hemos proclamado este domingo precisamente nos confirma que el  mensaje no debe estar aguado por el facilismo o por la tolerancia ante el pensamiento que “todo vale”, sino que debemos remontarnos a los orígenes, al mismo Cristo.
Notemos cómo el texto del evangelio refiere de la muchedumbre que busca al Señor, caminando desde lugares apartados hasta encontrarlo.
Es verdad que no pocos quieren la curación de un enfermo o la solución de algún problema, pero no podemos ser injustos en generalizar cuando muchas veces asistimos a verdaderos actos de fe por los que se aceptaba a Jesús como Hijo de Dios, y sus milagros como una prolongación de esta verdad.
En esta ocasión, después de enseñar a la gente desde una de las barcas de Simón, le dice “Navega mar adentro, y echen las redes”, a lo que aquél responde: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes”.
Después de la predicación de Jesús viene la abundancia de la pesca, ya que ésta no se origina del poder o destreza de los discípulos-pescadores, sino de quien los envía, el mismo Jesús.
Navegar mar adentro significa buscar llegar a la intimidad de cada persona con un mensaje liberador, diferente al que no pocas veces escucha de un mundo secularizado y frívolo o de una Iglesia mimetizada a los criterios del mundo.
Precisamente san Pablo, en el texto proclamado, destaca los frutos que la Buena Noticia por él anunciada, se observan en la comunidad de Corinto, y cómo son fieles a lo recibido.
¿Y en qué consiste esta doctrina entregada y recibida por todos? Que “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura”.
Continúa el apóstol recordando que este es el mensaje transmitido por los demás apóstoles, y que espera prolonguemos nosotros.
Queridos hermanos: pidamos al Señor nos ayude a comprender cuál es la fisonomía espiritual que Él espera del evangelizador, y cuál el núcleo de la predicación, para que buscando sólo su gloria  y el bien de nuestros hermanos, transmitamos la fe recibida desde el principio en toda su pureza.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo durante el año. Ciclo “C”. 07 de febrero de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.


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