9 de octubre de 2016

“Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús “(1 Tes.5,18)

Los milagros realizados por Dios no sólo buscan manifestar su bondad infinita hacia los males del hombre, compadeciéndose de ellos curándolos, sino que tienen como meta acrecentar la fe de quien recibe la curación y  otorgarle el mejor bien cual es el de la salvación. 
Con la curación de su lepra (2 Rey. 5, 10.14-17), Naamán el sirio, por ejemplo, luego de emprender el viaje de la fe conducido por la gracia divina, se encuentra con el Dios de la Alianza, de quien afirma: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”,  a quien agradece por medio del profeta Eliseo, llevándose tierra del lugar para ofrecer en su Patria, holocaustos y sacrificios en honor del Dios verdadero. Naamán, por lo tanto, purificado de sus pecados encontró por su humildad la salvación.
En el texto del evangelio (Lc. 17, 11-19) el Señor cura diez leprosos que le imploraban “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”, conociendo ellos que ese nombre significa  “el que salva” o salvador, y apuntando el milagro precisamente a la salvación de los leprosos, no sólo la curación física.
Sin embargo, de los diez recuperados mientras se dirigían al encuentro de los sacerdotes para que certificaran la curación y fueran así  admitidos nuevamente en la comunidad, sólo uno regresa a dar gracias a Jesús. 
Podemos imaginarnos la gran sorpresa que lo embarga y lo lleva a exclamar “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?”.
Y reconociendo la salvación del samaritano agrega: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”, siendo verdaderamente curado y rescatado de sus pecados.
El texto bíblico es muy elocuente con su silencio al señalar los dos tipos de personas que habitualmente se relacionan o no con su Creador.
En efecto, los hay quienes como los nueve curados, piensan que tienen derecho a la redención de sus cuerpos por ser miembros del pueblo elegido, que es suficiente el visto bueno de los sacerdotes, que Dios no ha hecho más que cumplir con su obligación al curarlos ante su suplica angustiante.
También están aquellos que nada le deben a su Creador, porque en definitiva, hijos de sus padres son, y sólo piensan en que sus vidas fluyan con el correr del tiempo sin comprometerse demasiado con lo sobrenatural, o directamente han roto el cordón umbilical de la religión, erigiéndose nuevos dioses, aquellos que había desechado Naamán el sirio por seguir al Dios verdadero, que hoy son el dinero, la fama, el placer y todo tipo de satisfacción pasajera.
Pero existe a su vez, un grupo más pequeño, el del único leproso que vuelve sobre sus pasas para agradecer a Dios, que considera su nada y miseria con toda crudeza y de la que sabe sólo Dios lo puede liberar.
Todos los que participamos en la misa dominical y estamos aquí presentes en este momento, formamos parte de este pequeño grupo de agradecidos que siempre existirá a lo largo del tiempo, y al que el Señor se brinda siempre.
Nosotros movidos por la fe que ha ido creciendo a impulsos de la gracia divina, venimos a celebrar la Eucaristía dominical, la “acción de gracias” perfecta, para agradecer al Padre el don de su Hijo que nos ha entregado, y a Jesús le agradecemos que por el misterio de su muerte y resurrección nos ha liberado de la lepra del pecado y  elevado a la vida nueva de la gracia.
Reconocemos nuestra pequeñez ante la grandeza divina de quien nos ha salvado, y recibimos en grado sumo la salvación que  nos ha prometido.
Este agradecimiento al permitirnos elevarnos a la amistad divina si ponemos los medios necesarios, nos compromete a su vez, a mostrar al mundo los dones recibidos por medio de la misión evangelizadora de cada uno.
Precisamente san Pablo (2 Tim. 2, 8-13), estando en cadenas en Roma a causa de la predicación entre los gentiles, exhorta a recordar a Jesucristo resucitado, que constituye la Buena Noticia que ha proclamado en medio de las persecuciones, e impulsa a darlo a conocer a los que quieran escuchar la verdad, y convertirse así a la nueva Vida por el Señor ofrecida.
En este domingo en que oramos por la evangelización de la Iglesia en el mundo, es decir, por su acción misionera, agradecidos por haber sido salvados, hemos de entusiasmarnos por lo que nos dice san Pablo, sorteando los miedos y persecuciones: “Soporto estas pruebas por amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna”. 
Como todos los hombres están llamados a la salvación, todos también son elegidos por Dios para encontrarse con Él, dependiendo de cada uno, por cierto, el que esto se concrete, respondiendo al llamado divino.
Queridos hermanos, en este contexto, el apóstol san Pablo nos recuerda que “si somos infieles, Él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo”, de manera que aunque seamos infieles y pecadores, cubiertos de la lepra del mal, el Señor nos espera pacientemente porque es fiel, para entregarnos su misericordia y bondad, de tal manera que si no hacen realidad en nuestro ser, será únicamente a nuestro rechazo a ser salvados.
Oremos para permanecer fieles a los dones recibidos, seamos agradecidos siempre a tanto bien recibido por Él y comuniquemos al mundo su mensaje de salvación para que aumente el número de los elegidos salvados.



Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 09 de Octubre de  de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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