22 de octubre de 2016

“Dios no desampara a sus hijos, los purifica con la “espera” y, los hace crecer por la confianza absoluta en su Providencia”


En la primera oración de esta misa le pedíamos a Dios la gracia de “permanecer fieles a tu santa voluntad y servirte con un corazón sincero”.
Permanecer fieles a la voluntad divina no es resultado del esfuerzo personal del ser humano, sino que es un don que proviene de la benevolencia de Dios y que hemos de suplicar insistentemente. 
Son tantas las dificultades que merodean nuestro diario existir,  ya que las fuerzas del mal al acecho buscan apartarnos del camino del bien, que es frecuente la tentación de abandonar a Dios y seguir rumbos más tranquilos.
En este contexto, la liturgia de este domingo mediante los textos bíblicos proclamados, insiste en la necesidad de orar siempre con perseverancia, ya que Dios escucha nuestras súplicas cuando son conformes a su voluntad.
Precisamente en el libro del Éxodo (17, 8-13) los amalecitas, figura del mal, quieren impedir que el pueblo de Israel que peregrina desde el Mar Rojo hasta el Sinaí de la Alianza, avance hacia la tierra de Canaám.
El episodio  destaca la actitud intercesora de Moisés, que reconociendo la pequeñez  e impotencia humanas ante los peligros,  suplica la ayuda divina con los brazos en alto, alcanzando en esos momentos superar a los  perseguidores, mientras que caídos sus brazos por el cansancio, prevalecen en la batalla  los de Amalec, necesitando  por ello ser ayudado por Aarón y Jur.
A nosotros nos acontece lo mismo que a Moisés, que ante los embates del enemigo del hombre, el demonio y sus seguidores, tenemos momentos de dudas o pensamos que nada podemos hacer ya y dejamos caer los brazos. Precisamente es en esos momentos en que nos sentimos vencidos, cuando  mas hemos de fiarnos en la gracia de Dios, el cual como recuerda el evangelio (Lc. 18, 1-8) hará justicia en un abrir y cerrar de ojos, porque no desampara a sus hijos, aunque los haga esperar en orden a la purificación interior y al crecimiento en la confianza absoluta en su divina Providencia.
Junto con  la decisión personal de levantar los brazos, recordemos lo que aconteciera con Moisés, y acudir a los demás o dejarnos ayudar por otros, para  mantenernos firmes en la oración suplicante.
Aunando fuerzas y unidos por la oración confiada con creyentes que luchan por lo mismo, es decir, hacer visible la verdad y la justicia e invitar a seguirlas, alcanzamos una fuerza suplicante capaz de irradiar el evangelio por doquier.
El mismo Jesús para ayudarnos a confiar más en su respuesta, dado que no siempre nos abandonamos a la misericordia de Dios o pensamos que Él no se interesa por nosotros, nos dirá que si el juez injusto responde a los reclamos de la viuda a causa de su insistencia, ¡cuánto más lo hará Dios con aquellos, sus elegidos que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar!
La oración es un diálogo en el que suplicamos o manifestamos nuestro interior, para luego responder Dios favorablemente nuestras inquietudes, cuando  son según su querer y redundan en nuestro bien.
Pero la oración debería ser también a dúo, como  sucede no pocas veces con el canto,  de manera que tanto nosotros como Jesús, movidos por el Espíritu podamos decir a Dios: Abbá, es decir, Padre, dándole gloria siempre hasta el momento en que descansemos en Él después de nuestra muerte.
La vida de oración debe nutrirse además por las Sagradas Escrituras, ya que “ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación, mediante la fe en Cristo Jesús” (2 Tim. 3, 14-4,2), y éste conocimiento de la Palabra divina nos posibilita, a su vez, enseñar y comunicar todo lo referido a la salvación y  permite argüir en defensa de la verdad y la práctica del bien cuando son cuestionadas por los enemigos de la fe. 
Queridos hermanos: Apreciamos de esta manera que la oración suplicante nos fortalece en medio de las persecuciones del mundo  y de  los enemigos de la fe que quieren impedir nuestro caminar a la tierra prometida del cielo.
Ejemplo acabado de esto lo dan los santos, que como san José Sánchez del Río, hoy canonizado, se entregó a la muerte por amor a Cristo, o como san José Gabriel del Rosario Brochero, nuestro santo argentino, que se inmoló a lo largo de su vida por el bien de las almas nutriéndose con la oración.
Además, enriquecida la súplica frecuente con la Palabra de Dios, nos prepara para estar como Jesús, siempre dispuestos a dar testimonio de la fe y servir a los hermanos que necesitan de nosotros.




Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXIX durante el año, ciclo “C”.    16 de Octubre de 2016.

http://ricardomazza.blogspot.com;  ribamazza@gmail.com.- 

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