15 de marzo de 2017

“La promesa de la contemplación de la gloria de Dios, nos fortalece y prepara para la persecución que sufriremos, por odio a Jesucristo".



El tiempo de Cuaresma es especialmente propicio para  escuchar largamente a Jesucristo.

De allí que resulte importante pedir al Padre  que ya “que nos mandaste escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu palabra, para que, después de haber purificado nuestra mirada interior, podamos contemplar gozosos la gloria de su rostro” (oración colecta).
Un anticipo de esta contemplación gozosa de la gloria del rostro de Cristo lo percibimos en su Transfiguración (Mt. 17, 1-9) ante Pedro, Santiago y Juan, en la que también estamos nosotros participando desde una  mirada de  fe. 
¿Por qué quiso Jesús mostrar anticipadamente su gloria a los apóstoles? para fortalecerlos y prepararlos ante el acontecimiento de la Pasión y muerte en Cruz.
Ante las tribulaciones, el ser humano se siente tentado a flaquear en su fe, -de hecho Pedro negó a Jesús aunque luego se arrepintió, y otros discípulos huyeron-, por eso la experiencia anticipada en el Tabor de la gloria de Cristo, debía alentar a todos a no desfallecer en medio de las persecuciones, fundados en la seguridad que otorga la esperanza cierta de la gloria eterna.
El “Señor, ¡qué bien estamos aquí!”, que señalara Pedro, no ha de servir para detenernos únicamente añorando la gloria que nos espera, sino que ha de renacer en nuestra memoria toda vez que en el camino de la vida nos encontremos con situaciones que ponen a prueba nuestra fidelidad al Señor y a la Iglesia y hasta con nosotros mismos, comprometidos por el bautismo.
El apóstol san Pablo (2 Tim. 1, 8b-10) desde la cárcel de Roma escribe a su discípulo Timoteo y le dice concretamente: “Querido hijo: comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios”.
Ésta expresión no debe ser vista meramente como un deseo piadoso del apóstol,  sino como la manifestación concreta de una realidad que será visible a lo largo de la historia, y que es la persecución constante de los cristianos y más todavía de los católicos, por odio a Jesucristo y sus enseñanzas.
El espíritu del mal, impotente para vengarse de Dios que nos ha constituido en sus criaturas más dilectas, busca por todos los medios, como contemplamos el domingo pasado, pervertir el corazón del hombre llevándolo a la pérdida de la gracia y de la vida sobrenatural.
Los intentos por arrancar al hombre de la soberanía de Dios, se vuelven cada vez peores, habida cuenta que la caída del hombre en el pecado original se transformó en motivo de salvación ya que “Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por la gracia; esa gracia que nos concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad”.
Por lo tanto también nosotros necesitamos contemplar la transfiguración de Cristo y de ese modo tener la certeza que los sufrimientos de este mundo en nada pueden ser comparados con la gloria que se nos ha prometido y esperamos alcanzar.
En nuestros días especialmente comprobamos que el reclamo de Pablo  ha alcanzado también a cada uno de los católicos, ya que se repiten las persecuciones, ya las sangrientas en el mundo musulmán u oriental, con decapitaciones continuas o expulsión de los creyentes de su tierra de origen, como las persecuciones causadas por ideologías sostenidas por el mundo occidental, que en otros tiempos fuera también creyente.
En España, por poner un ejemplo, las burlas a lo religioso, a las imágenes de Cristo y María Santísima, se repiten sin cesar, como así también la extensión cada vez mayor de la ideología de género que promulgada por la autoridad civil, busca imponerse autoritariamente sobre toda persona, castigando con multa o cárcel a quienes no rindan culto y vasallaje a las costumbres más antinaturales y perversas.
En Argentina, sin ir más lejos, el 8 de marzo, en el día Internacional de la mujer, un grupo de exaltadas atacaron la Catedral de Buenos Aires y lo que es peor, como sucediera en Tucumán, otro grupo realizó una parodia diabólica, en la que una sicóloga disfrazada de Virgen María, aparecía haciéndose un aborto, con textos alusivos a esa macabra escena.
Ante estos atropellos, sin caer en la violencia, los católicos debemos comenzar a defender nuestra fe, exigiendo respeto, y cuando corresponda, la condigan pena por el delito cometido contra la fe.
Queridos hermanos: es importante que dejemos de tener miedo, máxime cuando contamos con la gracia de lo alto y, nos esforcemos por defender nuestra fe, exigiendo el respeto de los que no piensan como nosotros, como a su vez respetamos a los demás en sus signos y ritos sagrados.
Como Abrám (Gn. 12, 1-4), hemos de salir de nuestra tierra, de nuestra comodidad, del proverbial “no te metas”, de nosotros mismos, para dirigirnos con sincera obediencia a donde nos envía Dios, a realizar con generosidad la misión de evangelizar a un mundo cada vez más incrédulo convencidos que “mediante la Buena Noticia” el Señor “destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible”.
Que la Eucaristía que celebramos cada domingo y la comunión recibida sin  pecado, nos conceda “la fortaleza de Dios”, prometida para la misión a la que es enviado cada seguidor de Jesucristo.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo II° de Cuaresma ciclo “A”. 12 de Marzo de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.


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